Otra vez lo ha vuelto a hacer. El carnicero ha vuelto a hablar de mi pelo. Ha sido entrar por la puerta y exclamar:
–¡Qué barbaridad de peluca!
–¡Oye, guapo! Que no es peluca, que es mi pelo.
Ni corta ni perezosa,he defendido mi genética capilar que, pizpireta personalidad aparte, es lo único que he heredado, y no me importa. Y si no, que le pregunten a mi prima Luisita, que no ha tenido tanta suerte… Pero Sandro, el carnicero, sigue insistiendo con una de sus frases estrella de estos días:
–Cómo se nota la cuarentena, eh… ¿Te pongo lo de siempre?
Aprovecho que llevo la mascarilla para llamarle calvo de mierda, sin remordimientos, pero sin que me entienda del todo. Ya sabéis, ventajas de esta nueva normalidad. Y es que lo malo de ir al carnicero de siempre, es eso, que es lo de siempre. Para él y para mí. Que si cuarto de choricillos, que si un par de pechugas, que si ahora como estás a dieta es mejor el pavo… Chica, la rutina es más tóxica que los sapos de Arizona.
Pero lo que más me enerva no es que él se anticipe a lo que es mi dieta. No. Es tener que escuchar las opiniones de mis cambios físicos. ¡Qué cuestionamiento! No hay nada más vulgar que una opinión que no se pide. Y más a mí, que soy mujer de piñón fijo. Un auténtico torbellino de experimentos. Y sino, que revisen mi historia… Todo comenzó cuando conseguí mi primer trabajo como modelo de manos:
–¿Pepu Tabares?
–Eso he dicho. Creo que tiene fuerza, gancho, frescura, cercanía.
–Yo prefiero llamarte Josefina.
–De eso nada, guapa. A partir de ahora, Pepu Tabares.
–¿Y qué pasa con tu primer apellido?
–Los hombres siempre tienen que ser lo primero en todo, incluso en el apellido. Y no me da la gana. Conmigo no.
–¿Y de qué va el anuncio?
–De salvaslips. Yo pongo la mano así [arquea la mano unos 10 grados] y encima tengo levitando la compresa. Tiran un líquido azul y mi mano vacía es la prueba de que por ahí no se cuela nada…
–¿Y es verdad?
–¿Cómo va a ser verdad un líquido azul, perfumado y que dan ganas de bebérselo?
–¡Qué manera de endulzar la regla!
–Me refería a la compresa. Que si absorbe.
–¡Ah! No. Claro que no. Es tele, y en la tele finges que sí. Y al fingir que sí se convierte un poco en verdad.
–Qué manera de mentir.
–Me han dicho: “Nena, aquí tienes los quinientos euros para las placas ungueales más brillantes de la historia”. Y toda la razón. Mira qué destello.
–¿Y qué vas a hacer ahora?
–Vivir, nena, vivir.
Pero esta aventura por las pasarelas de manos fue tan fugaz como la carrera de ministro de Máximo Huerta. ¡Qué ejecución! Como el truco de magia de Soraya en Eurovisión. Y es que desde que me puse las uñas de gel en las manos y en los pies, nadie más me quiso contratar. Me hablan de higiene, de belleza, de salud, de practicidad… ¡Qué agotadora es la vida de los cuerpos cuestionados! Lo que resulta práctico es cagarles en la boca con su propia mierda. El efecto ciempiés humano, que lo llamo yo. Y ahí sí se callan, y mastican para no atragantarse. ¡Qué menos!
Lo bueno de tanto cuestionamiento es que he aprendido a saber de qué personas rodearme. Personas que saben lo que se hacen, como mi septuagenaria vecina Patty Diphusa. Ella ha sido quien me ha animado a escribir mi biografía. Dice que nadie como una misma para hablar de su propia vida. ¡Qué razón tiene la vivaracha!
Mi vida no ha sido tan interesante como la suya, pero es que no todas hemos sido estrellas de fotonovelas porno. Pero no os preocupéis, porque lo que ella no sabe, ni vosotras, es que mi éxito está por llegar. Y si no…, ya veréis.
Me he apuntado a una escuela muy peculiar. Si algo bueno tiene el capitalismo liberal es que puedes pagar por cualquier cosa. ¡Y a cualquier precio! El capitalismo siempre pensando en los pobres.
La escuela de la que os hablaba es una escuela donde te enseñan a ser famosa. Con sus masterclass, sus prácticas no remuneradas, sus teorías sobre polémicas… Tendríais que conocer a su directora. ¡Qué sabiduría! ¡Qué saber estar! Aunque quizás la conocéis ya, pero eso os lo cuento el próximo día, que ahora estoy hirviendo la copa menstrual.
P.D: Sandro, si me lees, ya sabes por qué pegué la compresa con regla en tu mostrador.