Crítica de ópera: 'Rusalka', la sirenita no puede vivir ni morir en el Teatro Real

Hacía casi un siglo que esta maravillosa ópera de Antonín Dvorak no se representaba en el coliseo de la Plaza de Oriente.

Crítica de ópera: 'Rusalka', la sirenita no puede vivir ni morir en el Teatro Real
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

13 noviembre, 2020
Se lee en 4 minutos

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Casi un siglo después, Rusalka regresa al Teatro Real. Hacía casi cien años que esta ópera de Antonín Dvorák no se veía en el coliseo de la Plaza de Oriente de Madrid. Ahora vuelve, a lo grande, en una nueva producción de Christof Loy, con Ivor Bolton –director musical de la casa– en el foso frente a una Sinfónica de Madrid que hace que la maravillosa partitura del músico checo nos envuelva de magia.

Basada en el cuento La sirenita de Andersen, la historia de esta ninfa que quiere dejar su reino de fantasía por un imposible amor a un humano supone un paso de gigante para el Real. Sobre todo en una situación como la que vivimos, pues el coliseo madrileño es de los pocos faros líricos que están encendidos en todo el mundo. Es de titanes sacar una ópera en estas condiciones, y los ojos de medio mundo están mirando a la capital que tiene sus dos teatros (el Real y La Zarzuela) a pleno rendimiento.

Con Rusalka, el Real alcanza su velocidad de crucero en esta nueva realidad. Un ballo in maschera se tuvo que estrenar en una producción improvisada ante la imposibilidad de traer la prevista. Sin embargo, esta maravillosa ópera romántica se ha estrenado en una producción propia, que ha podido llevarse a cabo de una manera casi tan mágica como la historia que cuenta.

Loy vuelve al Real tras su magnífico y exquisito Capriccio de la pasada temporada. Y lo hace con una estética muy similar. Marca de la casa. Un imponente y (quizá demasiado) estático decorado único de Johannes Leiacker reproduce un viejo teatro en vez del reino de Vodník en el que se sitúa la acción en el libreto. Este único (y quizá demasiado estático) decorado permite al regista alemán plantear una exquisita dirección de actores, que tiene en la soprano lituana Asmik Grigorian su mejor aliada. Su ninfa Rusalka es, simplemente, maravillosa. Nos envuelve con su voz, su danza (por momentos llega a parecer una bailarina clásica profesional) y su dotes de actriz. La magia de esta ondina –que deja de serlo para convertirse en humana por amor, y que pierde la voz por amar a un hombre– alcanza momentos sublimes.

Crítica de ópera: 'Rusalka', la sirenita no puede vivir ni morir en el Teatro Real

Asmik Grigorian, como Rusalka, y Eric Cutler, el príncipe, en el maravilloso tercer acto de la ópera de Dvorák. [Fotos: Monika Rittershaus]

Con ella está el convaleciente tenor estadounidense Eric Cutler como el príncipe. Pocos días antes del estreno, se rompió el talón de Aquiles y tuvo que ser operado, por lo que cantó toda la función con muletas en vez de cancelar. Solo por eso se llevó una gran ovación.

Es curioso que Loy plantease el primer acto con una Rusalka también con muletas, como metáfora teatral a la transformación que la ninfa sufre para convertirse en humana, sin saber que el príncipe iba a tener que cantar toda la ópera también con ellas, pero por una operación que hizo peligrar el estreno. Ella es una ninfa que se convierte en mujer y que canta su tragedia de «no poder vivir, pero tampoco poder morir», por estar en tierra de nadie. Él, un humano que se casa con ella…

Las voces femeninas sonaron con una gran pureza y potencia sobre las masculinas, y entre ellas brilló con luz propia la siempre divina soprano finlandesa Karita Mattila.

Crítica de ópera: 'Rusalka', la sirenita no puede vivir ni morir en el Teatro Real

La maravillosa Karita Mattila, la princesa extranjera, durante el segundo e impactante acto de este montaje de Loy para el Teatro Real.

El también espléndido Coro del Real (Coro Intermezzo) vivió otra de las anécdotas que puede apuntar en su haber esta función: en el tercer acto, sonaba, sublime, fuera de escena, cuando Bolton detuvo la función y se puso a hablar con su orquesta. El regidor salió al escenario para preguntar al maestro y se bajó el telón por unos minutos. Poco después, la ópera continuó en ese mismo punto, y se consumó el drama de este amor prohibido que ni la brujería puede llevar a buen puerto.

El público del estreno premió con sus aplausos todos estos problemas derivados de las complicaciones de sacar adelante una función tan complicada como Rusalka en las condiciones en las que estamos. El Real alcanza su velocidad de crucero, y estamos orgullosos de poder decir que pocos teatros en el mundo pueden presumir de lo mismo.

La cultura es segura. Rusalka está condenada a no poder vivir ni morir por culpa de un amor imposible. El mundo de la ópera sabe mucho de dramas, y nada lo va a parar. #CulturaSegura.

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