Crítica. '30', el disco en que Adele plasma sus luces y sombras (dejando margen a la sorpresa)

Ya hemos podido descubrir el esperadísimo '30' de Adele, y te contamos qué nos ha parecido en una primera escucha. Spoiler: no nos ha dejado indiferentes.

Crítica. '30', el disco en que Adele plasma sus luces y sombras (dejando margen a la sorpresa)
Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

17 noviembre, 2021
Se lee en 6 minutos

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Menudo acontecimiento es 30 de Adele, antes incluso de su lanzamiento. Y la primera escucha para prensa en España no lo iba a ser menos. Nos comentan antes de poner el álbum que la paranoia es tal a nivel mundial por parte de su sello que no nos pueden facilitar las letras ni ningún tipo de información sobre los créditos del disco. La idea es que nos sumerjamos en 30 a lo grande, sin distracciones.

Eso sí, en nuestra silla contamos con un cojín customizado con el ya icónico número 30 que da título al nuevo disco de Adele. Frente a nosotros, la portada –por triplicado, e iluminadas de distinta manera–, con la diva con la vista en el horizonte, cual esfinge, porque de mirar hacia el futuro con serenidad tras expurgar sus más recientes sufrimientos trata en parte el álbum.

La expectación es enorme, dados los números que mueve y su capacidad para conectar con las masas. Y es cierto que con una única escucha resulta imposible dar una opinión del todo fundada –o, más bien, definitiva–, sobre 30, pero al menos hay que intentarlo. No siempre los primeros impulsos o reacciones frente a un álbum son los que terminan calando, pero es cierto que escucharlo sin haber leído otras críticas ni comentarios te permite acercarte a él con una mirada limpia y personal.

Crítica. '30', el disco en que Adele plasma sus luces y sombras (dejando margen a la sorpresa)

Sorprende que 30 arranque cual pieza de musical clásico, a lo Rodgers y Hammerstein. Adele, de lo más etérea, embelesa con su voz en Strangers by Nature, un tema de delicado in crescendo que no llega a explotar, y que supone un arranque estupendo. Tras él llega la ya conocida Easy on Me, una de las pocas canciones en este álbum que suena a la Adele clásica que reconocemos con los ojos cerrados. Si como primer single sabe a poquísimo, dentro del disco sirve para servir creando esa atmósfera íntima que predomina en la primera mitad del disco.

Llega ya la primera joya de 30, porque My Little Love sorprende, y para bien. De primeras daría miedo un nuevo tema dedicado a su hijo, pero Adele ha sabido huir en este caso del empalago. Por primera vez hacen su aparición las sutiles bases electrónicas, casi triphoperas, que suponen una incorporación que agradecer a su sonido. Este es uno de los temas que tan bien encajan en el soul electrónico típicamente británico del que ahora también beben artistas estadounidenses como Amber Mark. Pero lo sedoso del sonido poco tiene que ver con esta especie de carta de amor confesional en la que Adele parece pedir perdón a su hijo por los errores cometidos en el pasado. «Mama’s got a to learn», dice. E incluye samples de conversaciones entre ambos que hacen crecer el tono íntimo, y por momentos desgarrador –porque incluye lágrimas– de un tema de larga duración e igualmente largo outro.

Con Cry Your Heart Out por fin da un respiro, suben el ritmo y la luz. Y llegan los ecos evidentes de Amy Winehouse, y no solo porque introduzca elementos reggae, que tan bien funcionan fusionados con el soul –algo que la Winehouse popularizó en su momento–. Por primera vez, Adele coquetea con el autotune, y en algún momento llega a sonar como Róisín Murphy. Acto seguido, otro de los temazos del álbum, Oh My God. Es un medio tiempo funky, en donde de nuevo comprobamos que su apuesta por los sonidos electrónicos van más allá de lo anecdótico en este álbum. Tiene toda la pinta de convertirse en una favorita de tanto pijo que exige casi por contrato que en sus fiestas suenen The Killers –o Amy–.

No baja el ritmo, porque llega Can I Get It, otro hit en potencia, y que de primeras parece una hermana pequeña de Rolling in the Deep. Frente a otras canciones en las que se mide casi exclusivamente con pianos, lo hace con guitarras, y llama la atención que el aparente guiño country que incorpora incluya lo que parece un homenaje velado al clásico Faith de George Michael en los estribillos. Y tras unos momentos de luz, vuelve la Adele confesional (entre otras cosas, canta «Why I am obsessing about the things I can’t control») con I Drink Wine, donde llega la hora de engrandecer el alcance emocional de su voz con elementos de gospel. En ella, la británica entona un dramático mea culpa –debió de escribirla en un momento de bajón enorme–y termina implorando redención, en un corte que no desentonaría en una iglesia en el sur de Estados Unidos.

Atención al llamado interludio del disco, que es otra de sus joyas, que llega a hacerse corta. All Night Parking cuenta con un sample del gran pianista de jazz Erroll Garner, que permite descubrir a una Adele inédita, seductora, que sabe cómo brillar envuelta en soul retro. Sí, Adele empieza a coger fuerza a estas alturas del disco, y lo refrenda Woman Like Me, empoderada en un medio tiempo acústico –a lo Rollercoaster de Everything but the Girl– y haciéndose valer ante un hombre que ni le da lo que necesita ni le reconoce el valor. Que parezca grabada en directo, en una toma, le da una frescura que le sienta muy bien a esta mujer que se va creciendo.

Con Hold On regresa el clásico baladón inspirador a piano que termina convirtiéndose en himno gospeliano –con un punto a lo Make It Happen de Mariah Carey, aunque mucho menos festivo–. Otra de esas canciones que enamorarán a sus fans de siempre, teniendo en cuenta el despliegue de vozarrón en su parte final. Hemos vuelto a otra de las partes introspectivas del álbum, y llega una nueva canción en la misma onda, To Be Loved. Seguramente será LA canción para muchos de sus seguidores. Dramática a más no poder y, de nuevo, confesional («I always make a mess of everything», dice en ella), es otro de esos ejemplos en donde Adele sabe cómo sacar el máximo partido a un mínimo de elementos. Claro que con su voz, poco más necesita.

No podía acabar en un punto tan oscuro 30, y por eso cierra el álbum Love is a Game –que no está tan lejos de Love is a Losing Game de Amy, cierto es–. Un tema que, como el primero, arranca con cuerdas propias de número de un musical clásico. Va a cerrar el círculo con criterio. Aquí apuesta por el soul a lo Motown, y defiende una idea de amor que suena en exceso conservadora y heteropatriarcal, y choca con parte del mensaje que ha ido compartiendo antes, aunque que el álbum acabe en una nota esperanzadora sienta bien.

30 no es un álbum homogéneo como lo era 25. Es un disco de contradicciones, que en ese sentido refleja bien lo que ha vivido Adele en estos años. Se agradece que haya comenzado a buscar nuevos caminos de expresión, y se entiende que también haya jugado en parte sobre seguro para complacer a los millones que tienen muy claro lo que quieren de su música. Entre luces y sombras se mueve, y así se explica que se mueva entre varias aguas.

⭐⭐⭐

30 DE ADELE SE PUBLICA EL 19 DE NOVIEMBRE EN SONY MUSIC

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