Cantando la experiencia gay: notas sobre los musicales de Sondheim

Alberto Mira, profesor en Oxford Brookes University, repasa la obra de un grande de la música y el teatro del siglo XX que falleció hace unos días.

Cantando la experiencia gay: notas sobre los musicales de Sondheim
1 diciembre, 2021
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Stephen Sondheim, que falleció el 26 de noviembre, es una de las grandes figuras del teatro del siglo XX. Como se dijo en algunos de los homenajes tras su muerte, hay pocos artistas que hayan tenido una influencia tan brutal sobre el género en que trabajan como Sondheim la tuvo en el musical de Broadway. Gracias a Sondheim, el musical puede decirlo todo, puede tratarlo todo: el fracaso profesional, el canibalismo, los estragos de la edad, la enfermedad, el paso del tiempo, la corrupción política, el tiranicidio, la frustración emocional, el colonialismo, los dilemas del artista o las implicaciones éticas de perseguir nuestro deseo.

Sondheim representa muy bien cierta cultura judía neoyorquina gay de mediados del siglo pasado: irónica, camp, intelectual, a menudo subtextual, culta. Aunque es verdad que en sus musicales lo homoerótico –o lo gay– no suele aparecer de manera explícita (eran otros tiempos), es innegable que su experiencia como homosexual está presente de manera oblicua, utilizando los modos de la cultura gay del siglo pasado. Los temas recurrentes, la voz de Sondheim, rima con las preocupaciones de muchos homosexuales del baby boom. Si hay un ‘culto Sondheim’ a menudo sus sumos sacerdotes son hombres que captan las frecuencias queer de su obra. O, como decíamos en nuestra época, hombres que ‘entienden’.

Se es gay de maneras que no son literales: hay una comunidad de gustos, una comunidad de experiencias compartidas, una comunidad de deseo que existe más allá de toda reivindicación. Es verdad que todo está sujeto a una experiencia histórica: entender los modos en que la homosexualidad se expresa en Sondheim implica trasladarse a la era en la que Sondheim vivió. A continuación, diez momentos de su carrera en los que podemos apreciar esa experiencia.

En estas notas sugiero claves que explican o ilustran por qué muchos hombres gais (es la palabra que Sondheim utilizaba para identificarse, y es la que utilizan sus fans) se encuentran a sí mismos en la obra del compositor.

Somewhere, un himno gay en West Side Story (1957)

Parece que el origen de West Side Story se remonta a una reflexión que un jovencísimo Montgomery Clift hizo a su amante, el coreógrafo y director Jerome Robbins, sobre la pertinencia de una visión actualizada de Romeo y Julieta. La presencia de homosexuales en la concepción y producción de este musical sorprende incluso hoy: el citado Robbins y Leonard Bernstein (que se habrían identificado como bisexuales), el libretista Arthur Laurents, el diseñador Oliver Smith, el primer Tony, Larry Kert (de quien el historiador Ethan Mordden dijo que era “el hombre más gay de Broadway”) y el propio Sondheim.

Cantando la experiencia gay: notas sobre los musicales de Sondheim

Todo esto nos recuerda la abrumadora presencia de homosexuales en el musical de Broadway durante la era del armario, a la que el público respondió encontrando un reflejo de sus propias vidas. Por supuesto, tal presencia no condujo a un tratamiento del tema: los personajes de West Side Story ocasionalmente comparten la homofobia de su tiempo y hay un único personaje que podemos leer como queer (Anybodys). Pero la historia de un amor imposible y, especialmente, el tema Somewhere, ese himno a la necesidad de escapar de un mundo opresivo, ha sido frecuentemente leído como una aspiración homosexual en una era oscura y hostil.

Mama Rose en Gypsy (1959)

El matrocentrismo, en especial ciertas madres fuertes y las reacciones de amor y odio que generan, es un tema prominente en la literatura homosexual de la era del armario en los Estados Unidos. Y el musical Gypsy presenta una de las figuras monumentales de esa mitología. Mama Rose es insoportable y adorable, fascinante y repugnante, uno la ama y la odia como sólo se puede odiar o amar a una madre. Sondheim escribió las letras para la partitura de Jule Styne, pero creó el número final, el mítico Rose’s Turn, una verdadera aria de la locura, con Jerome Robbins.

No sé si es legítimo decir que en este personaje Sondheim vertió sus emociones hacia su madre (una mujer que escribió que lo único que lamentaba de toda su vida era haberle parido), pero el caso es que la centralidad de una madre y un personaje que se convirtió en uno de los más deseados para divas de cierta edad han conectado y siguen conectando con homosexuales. El musical también introduce una infancia queer: para superar la asfixia de su madre, la joven Louise se convierte en la famosa stripper Gypsy Rose Lee. Esta transformación que nos lleva de ser niños abrumados a criaturas glamurosas es algo que expresa cierta verdad emocional en muchos de nosotros.

Anyone Can Whistle (1964)

El musical Anyone Can Whistle (Cualquiera sabe silbar) fue un fracaso sin paliativos que duró sólo nueve representaciones. En 1964 lo que prefería el público de Broadway (y en aquellos años era demográficamente muy gay) era Hello Dolly!  Pero Anyone Can Whistle es una obra maestra que combina reflexión sobre la locura y un caso de corrupción política, y tiene como protagonistas a dos divas tan perdurables como Dolly Levi –la alcaldesa de un cuerpo que se inventa un milagro para llenar las arcas– y una enfermera reprimida que se irá abriendo a la pasión sexual. La alcaldesa corrupta fue interpretada por Angela Lansbury, que acababa de cosechar un éxito sin precedentes tras su papel de madre monstruosa en El mensajero del miedo. La canción Anyone Can Whistle ha sido interpretada por hombres gais como algo que expresa su propia represión emocional y la necesidad de ser como otros.

Bobby en Company (1970)

Company es un musical fragmentario, sin una trama propiamente dicha. La sexualidad de su protagonista, Bobby, ha generado especulación desde su estreno. En la obra, aparece explícitamente como un heterosexual rampante, pero hay una ambivalencia, una especie de secreto que no acaba de explicar su ambivalencia frente a las relaciones heterosexuales. Y muchos espectadores han sentido que sus dilemas son los de un homosexual en la era del armario. Posiblemente en estos rumores hubiera algo de homofobia: quizá había un intento de outing por parte de cierta crítica hostil que no creía que dos homosexuales tuvieran derecho a hablar de matrimonios heterosexuales. Aunque Bobby no ‘es’ homosexual, de alguna manera el contexto en el que aparece refleja inevitablemente cierta vida gay en la Nueva York de 1970: sexualmente promiscua, algo cínica, algo superficial. Ayuda el hecho de que una de las mejores amigas de Bobby sea la diva camp Joanne (interpretada por Elaine Stritch en el estreno y recientemente por Patti Lupone). Una versión reciente, dirigida por Marianne Elliott, ha cambiado a Bobby de sexo convirtiéndolo en Bobbie, una mujer que establece dinámicas idénticas a la de su equivalente de los setenta.

Who’s That Woman y I’m Still Here, de Follies (1972)

Que muchos homosexuales de cierta edad sienten preocupación por el paso de los años es algo evidente. Pasa hoy, y pasaba en 1972. Follies es un musical sobre el paso del tiempo, y aunque sus personajes son heterosexuales la verdad es que el marco conceptual y las actitudes tienen mucho de la perspectiva de muchos homosexuales de aquel tiempo, que veían la vida en términos de revistas musicales y lamentaban los estragos del tiempo. El número Who’s That Woman presenta a Stella Deems, que se pregunta mirando al espejo quién es esa mujer a la que la edad va añadiendo dolores y frustraciones para concluir que “esa” mujer es ella. A mí me pasa algo así cada día por la mañana.

Aunque Follies contiene muchos números que reflejan una experiencia homosexual de aquellos años (de hecho se trata del musical de Sondheim con más fans gais), ninguno nos fascina tanto como I’m Still Here, todo un himno a la supervivencia inspirado por la vida de la diva gay Joan Crawford. Afirmarse como homosexual para los hombres de aquella generación tenía algo de triunfo, algo de supervivencia. Carlotta, el personaje que interpreta el número, ha hecho de todo en la vida, ha tenido buenos momentos y malos momentos, pero lo importante es que a pesar de los placeres y las heridas, que quedan atrás, sigue ahí, luchando, afirmándose. Se trata de un número siempre cantado por mujeres fuertes de cierta edad y admirado por hombres que quieren ser como ellas.

Welcome to Kanazawa, una delicia drag en Pacific Overtures (1976)

Un musical sobre la angustia del cambio histórico, ambientado en el Japón del siglo XIX, que se abre con grandes reservas al mundo. El show utiliza algunas convenciones del teatro kabuki, entre ellas el hecho de que los personajes femeninos (una madre asesina, una esposa fiel, una madame de puticlub) son interpretados en algunas producciones por hombres. El número Welcome to Kanazawa es una delicia drag: la propietaria de un prostíbulo ve amenazado su negocio y decide ‘abrirse’ a la llegada de marinos norteamericanos, lo cual implica entrenar a un grupo de prostitutas novatas. El número es desternillante y da fe de conocimientos de prácticas sexuales bastante sofisticadas, algo que la rumorología ha asociado siempre a la figura de Sondheim (en los noventa se decía que su sótano era un espacio donde coleccionaba aditamentos para prácticas sadomaso).

Good Thing Going, de Merrily We Roll Along (1981)

Es un musical que se desarrolla marcha atrás: empieza por la ruptura de las relaciones de los tres protagonistas y termina con el momento en el que se conocen. Los protagonistas son el atractivo y exitoso Frank, el neurótico e intelectual Charlie y Mary, una periodista enamorada de Frank. Good Thing Going es una canción de amor frustrado, escrita por los dos protagonistas masculinos, que añade una dimensión homoerótica a su relación. La canción habla de sentimientos de amistad fuertes que rompen el corazón cuando se van erosionando con el paso del tiempo.

La marginación del mundo LGTBI en Passion (1994)

Passion se basa en la película de Ettore Scola Passione d’amore / Entre el amor y la muerte (1981). Su protagonista, Fosca, una mujer enferma y poco agraciada que se enamora de un hermoso soldado. Muchos homosexuales de cierta edad en aquellos años nos veíamos como Fosca, sujeto de un deseo cuyo objeto es un hombre joven cuyo cuerpo se sexualiza desde la primera escena. Y la devastadora experiencia del sida había puesto el cuerpo enfermo en el centro de nuestro imaginario (algunos han visto en la devastación del segundo acto en Into the Woods connotaciones similares). No es necesario compartir cierta experiencia de marginación para apreciar un musical, pero muchos de nosotros sentimos que aquella obra nos hablaba de manera muy específica.

Lo heterosexual se vuelve gay: Road Show (2008)

A Sondheim jamás le preocupó explícitamente la agenda del movimiento gay, aunque en una entrevista dijo que los disturbios de Stonewall tuvieron una onda expansiva que “sacudió el mundo”. Vivió desde muy joven en un entorno en el que había muchos homosexuales, se sentía totalmente integrado y no era muy dado a expresar su vida privada ni en su obra ni en entrevistas. Sus preocupaciones eran otras, a pesar de que, como hemos visto, su obra tiene mucho en común con los gustos y perspectivas de muchos homosexuales de su tiempo.

Así, cosas que eran importantes para mi generación, como la visibilidad y la creación de personajes gais, no parecían muy urgentes en su caso. Todo el mundo lo sabía, pero no hubo grandes declaraciones. Salió del armario, en el sentido de hacer explícita su identificación con lo gay, a partir de su relación con Peter Jones, cuando ya pasaba de los sesenta, y contrajo matrimonio en 2017 con Jeffrey Scott Romley.

Dijo no haber conocido el amor hasta muy tarde. La primera relación explícitamente homosexual entre personajes aparece en su último musical acabado, Road Show. Curiosamente, se expresa a través de una canción, The Best Thing That Has Ever Happened, que, en una versión anterior, se refería a un romance heterosexual: la especificidad de la homosexualidad en Sondheim es más cultural que política.

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