Marino que llega a puerto, mantiene un romance con una joven que se enamora locamente de él y se queda embarazada. Marino que se va y la abandona. Madre e hijo que esperan a su marino enamorado como agua de mayo. Marino que regresa, y se encuentra con una situación que no esperaba… Este que contamos podría ser el argumento de Madama Butterfly, pero es que también es el de Entre Sevilla y Triana, la obra del maestro (el genio) Sorozábal, que ahora llega por primera vez al Teatro de la Zarzuela de Madrid, el templo de nuestro patrimonio musical, tras la no menos estupenda La tabernera del puerto, en el mismo escenario.
Pero esta zarzuela, que fue estrenada en pleno franquismo, en 1950, en el desparecido Teatro del Circo Price de Madrid, es mucho más moderna que la obra de Puccini. Nuestra Cio-Cio San (nombre real de madama Butterfly) se llama Reyes, no podía ser de otra manera en una obra tan folclórica ambientada en Sevilla. Y –dicho en el leguaje ‘oficial’ de hoy– es mucho más empoderada que la de la conocida ópera. Reyes no solo no se humilla ante el hombre que la dejó abandonada y embarazada, sino que se planta ante él y asegura que no le importa que no le dé su apellido porque así el hijo es solo de ella.
Sorprende una trama tan ‘moderna’ en plena dictadura franquista –quizá ese es uno de los motivos por los que la obra ‘cayó en el olvido’– y, sobre todo, sorprende en una historia costumbrista como es esta zarzuela, que podía ser de las catalogadas como ‘regionales’, tan frecuentes en la primera mitad del siglo pasado.
Lo que no sorprende nada es la música del maestro donostiarra. Quizá, el último grande de la zarzuela en nuestro país. Una vez más, Sorozabal nos regala una partitura llena de matices, que nos traslada a la Sevilla en la que transcurre la acción, como no podía ser de otra manera, pero sin dejar de llevarnos a los ritmos propios de mediados del XX y a lo que se espera de un sainete lírico. Pero con una orquestación a la altura de lo que se espera de un genio como él. Una joya que estaba perdida pese a que algunas de sus romanzas más conocidas fueron inmortalizadas por leyendas como Kraus.
La Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del coliseo, tiene a la batuta a Guillermo García Calvo, que hace un gran trabajo consiguiendo una amplia paleta de matices, algo tan necesario en una partitura tan ‘amplia’ que va desde el foxtrot a las sevillanas. Una delicia. Sobre escena se ven varios cuadros flamencos que son una maravilla, tanto musical como estéticamente hablando, con Jesús Méndez como cantaor y Abraham Lojo como guitarrista.
Dos repartos, estupendos ambos, dan vida a estas diez funciones (si las huelgas del INAEM las permiten) que nadie debería perderse. Ángel Ódena y Javier Franco se alternan como Fernando, el capitán del barco. Carmen Solís y Berna Perles dan vida a Reyes, y Andela Gorrotxategui y Alejandro del Cerro a José María, el pretendiente de Reyes.Ángel Ruiz –estupendo como siempre, sobre todo cuando se sube al escenario de La Zarzuela– se lleva de calle al público en el papel de Angelito, el más goloso de la función. Recordemos que es un sainete lírico.
Curro Carreres firma un montaje espectacular, con una delicada iluminación de Eduardo Bravo, en la que quizás solo chirría el cuadro del puente de Triana, demasiado obvio en su resolución, frente a la desbordante imaginación del resto de la puesta en escena.
Excelente dirección de actores y musical para el triunfal desembarco de esta obra en el teatro que es la casa de nuestro género lírico.