Joyland ganó la Queer Palm en el último Festival de Cannes, y logró entrar en la shortlist de 15 finalistas al Óscar a mejor película internacional. Son dos de los logros de una película importante.
Lo es no solo para el cine pakistaní –aunque allí esté censurada–, también para cualquier espectador que se deje seducir por un drama familiar que plantea cuestiones muy interesantes sobre los efectos del heteropatricarcado caduco en las personas LGTBIQ+ que viven en Pakistán oprimidas –incluso sin ser conscientes de ello–.
Joyland es una pequeña gran película que pone sobre la mesa, con enorme sensibilidad, cuestiones que resultan especialmente relevantes en sociedades tan oprimidas como la pakistaní.
Su paso por Cannes el año pasado –donde obtuvo el Premio del Jurado en la sección ‘Una cierta mirada’ y la Queer Palm– puso sobre el mapa esta vibrante y emotiva película del debutante Saim Sadiq.
Su éxito en el certamen dio alas a una película que habla de la desesperada necesidad de libertad de su protagonista –un hombre gay casado con una mujer cis– y que, en cierto modo, viene a representar a muchas personas LGTBIQ+ que viven circunstancias similares en su país.
Joyland cuenta la historia de una familia pakistaní anclada en el más profundo heteropatriarcado en la que, sorprendentemente, son las mujeres las que más carácter de muestran, aunque sus decisiones personales estén siempre a expensas de lo que los hombres de la casa decidan.
«Es una película cargada de estímulos visuales, cuyas reivindicaciones están plasmadas con gran sutileza»
Entre ellos está Haider (magistralmente interpretado por Ali Junejo), el hijo menor de la familia, siempre apocado y dedicado a las tareas de la casa, mientras su mujer es la que aporta dinero para el mantenimiento del clan –algo que asemeja una deshonra en una familia en la que deben ser los hombres quienes lleven adelante el hogar–.
Infeliz en su día a día, todo cambia cuando logra trabajo como bailarín en una show erótico –para los estándares pakistaníes– cuya estrella es Biba (Alina Kahn), una mujer trans, de la que se enamora. Vivir esa relación en secreto, de igual manera que mantener ese trabajo sin que su familia sepa a lo que se dedica, comienza a asfixiarle aún más.
Consciente de que su homosexualidad es el máximo de los tabúes y que debe permanecer oculta, tanto las relaciones familiares como la que tiene con una mujer trans a la que realmente no sabe tratar como tal comienzan a sumirle en una situación de confusión total.
Saim Sadiq firma una primera película cargada de estímulos visuales, en la que sus reivindicaciones están plasmadas con una sutileza extrema. Combinando el costumbrismo –plasmado por una cámara exquisitamente manejada– con la radiografía emocional de unos personajes atrapados en una sociedad opresora y asfixiante, Joyland está repleta de pequeños matices que van enriqueciendo su discurso.
Resulta sorprendente ver cómo una mujer trans es la que planta cara con mayor determinación y valor a esta opresiva sociedad, que pone todas las trabas posibles para que quienes desafían el patriarcado puedan vivir felices.
Joyland es, en definitiva, una conmovedora película que retrata con exquisitez la realidad de un país castrante y celebra a aquellos personajes capaces de pagar el precio que haga falta por experimentar, aunque sea brevemente, la verdadera libertad y la posibilidad de expresar sus sentimientos y sus deseos, aun sabiendo que ello puede conllevar un coste doloroso.
⭐⭐⭐⭐
LA PELÍCULA JOYLAND SE PROYECTA YA EN CINES