'Extraña forma de vida': el deseo gay teñido de verde esperanza

Esta es nuestra crítica del nuevo cortometraje de Pedro Almodóvar, 'Extraña forma de vida', que nos devuelve al director en plena forma, y se sumerge con valentía en el amor –y el dolor– gay.

'Extraña forma de vida' de Pedro Almodóvar
'Extraña forma de vida' de Pedro Almodóvar
Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

23 mayo, 2023
Se lee en 3 minutos

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Sin duda, Pedro Almodóvar arriesgaba al adentrarse en el lejano Oeste en Extraña forma de vida.

Acostumbrados a ver lo bien que se desenvuelve en núcleos urbanitas y del extrarradio, no es lo mismo que nos lleve de viaje a un pueblo de La Mancha que a uno en pleno desierto estadounidense.

Pocos segundos después de su arranque, deja bien clara su impronta. Pedro Pascal cabalga raudo luciendo una chaqueta vaquera verde esperanza mientras Manu Ríos se marca un impecable lipsync del fado Estranha forma de vida. Arranca con brío el cortometraje, y lo mejor es que no se nota urgencia ni premura en su desarrollo.

Extraña forma de vida Almodóvar Shangay

Lo cierto es que Extraña forma de vida va tan rápido como Pascal cuando cabalga, y va también al grano rápidamente. Seguramente, Almodóvar podría haber alargado sin problema la historia –posibles tramas secundarias (algunas las apunta) no le habrían faltado– hasta convertirla en un largometraje, pero se agradece que no haya sido así.

Igual que se agradece que, salvo en la chaqueta verde antes mencionada, no se sienta que la presencia de los diseños de Saint Laurent by Anthony Vaccarello convierten esta obra en un publirreportaje disimulado. Si La voz humana, su anterior cortometraje en inglés, se veía lastrado por la frialdad en su concepción y el –excesivo– product placement, en esta ocasión Almodóvar ha apostado por un mayor rigor y una apuesta mucho más fuerte por la solidez, y la credibilidad, en la narración.

«Bastan un par de secuencias para que Almodóvar nos meta de lleno en la historia»

En algún momento me descoloca la belleza de los intérpretes más jóvenes, con esas presencias impolutas y esos dientes perfectos que cuesta imaginar en aquel tiempo y en aquel pueblo perdido, pero, obviamente, funcionan a nivel estético.

Resulta magistral cómo apenas necesita un par de secuencias para meternos de lleno en la historia. En cómo un romance interrumpido más de dos décadas atrás se reaviva en lo que dura una cena regada de vino –ese elemento que en este corto simboliza de manera potente, y húmeda, la pasión–. Cuando el sheriff Jake (Ethan Hawke) y el vaquero Silva (Pedro Pascal) se reencuentran, lo primero es brindar por los tiempos pasados, y, acto seguido, rememorarlos en la cama.

Aunque no hay tiempo para que Almodóvar sea todo lo explícito que podría. Tras un fundido a negro, la noche de amor ha terminado, y el espectador es quien imagina todo lo que sucedió (aunque en los planos previos quedan pistas sobre sus roles sexuales, para los morbosos que necesitan ese tipo de información cuando la pareja sexual la componen dos hombres…).

pedro almodóvar shangay

Hay mucho de fetichista en la mirada de Pedro Almodóvar a sus dos protagonistas, y de esa manera compensa la ausencia de sexo explícito, que realmente no hace falta. Esa mirada de Ethan Hawke al culo de Pedro Pascal antes de acostarse; la manera en que ambos cogen ropa interior limpia de un cajón… Dice mucho Almodóvar con esos planos, que contribuyen a la economía narrativa que tan bien sienta a este corto.

«Por guiños a trabajos anteriores, siendo un autor que se autorreferencia tanto, no será»

La química entre ambos actores es innegable, y la realidad de ese deseo turgente que transmiten –en Dolor y gloria el enfoque era muy distinto– no la veíamos en una pareja gay de una película de Almodóvar desde La ley del deseoPelícula a la que se puede ver un guiño –no sabemos si voluntario– en la escena que recrea cómo comenzó a materializarse la atracción entre ellos –aquí no son regados por agua, sino por vino, eso sí–.

Si Pascal representa de una manera muy sexy la espontaneidad, la sinceridad y el deseo incontrolable dando vida a Silva, Hawke apuesta por una contención tensa complicada, de la que sale bien airoso, a pesar de moverse en todo momento en una fina línea interpretativa que podría haberle llevado a la sobreactuación.

Extraña forma de vida Shangay

Foto: Nico Bustos

Por guiños, siendo un autor que se autorreferencia tanto, no será. Porque no cuesta encontrar ecos de un momento concreto de Carne trémula, y en el tramo final, a Átame. Como aquella, Extraña forma de vida termina en tono agridulce; Almodóvar saber cómo pervertir, una vez más, un final aparentemente feliz.

Es el espectador quien imagina lo que deparará el futuro a los protagonistas, mientras la cámara nos devuelve al desierto que abrió el corto, mientras embriaga la espectacular banda sonora –otra más– de Alberto Iglesias.

⭐⭐⭐⭐

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