En quince segundos, el ChatGPT me ha escrito el artículo, aunque, como no le había especificado que era para Shangay, no le ha dado un tono conveniente.
Curiosamente, sus respuestas se corresponden bastante con las que daría cualquier activista LGTBI.
Ilustración: Iván Soldo
En primer lugar, dice ChatGPT que hay un aumento de la violencia física y verbal “en muchos lugares del mundo”. Le he preguntado si también en España, y me ha dicho que sí, que, aunque España ha avanzado mucho en términos de derechos y protección durante las últimas décadas, estos derechos son reversibles y cuestionados desde “algunas comunidades autónomas y municipios”. Todo ello, dice, es una amenaza directa para la integridad física y emocional de las personas LGTBI.
En segundo lugar, ChatGPT ha mencionado la estigmatización y discriminación que se dan en aspectos de la vida cotidiana, desde el acceso a la educación y el empleo hasta la atención médica, lo que produce altos niveles de estrés, ansiedad y depresión.
En tercer lugar, el ciberacoso y el bullying. Con el avance de la tecnología, ha surgido una nueva forma de peligro para la comunidad LGTBI a través de las redes sociales, que pueden ser utilizadas para acosar, amenazar y difamar a personas por su orientación sexual o su identidad de género.
En cuarto lugar, ChatGPT dice que hay barreras para acceder a una atención de salud adecuada. Y, en quinto lugar, asegura que en muchos países –no en España– existen legislaciones claramente discriminatorias que restringen los derechos fundamentales. Leyes como la penalización de la homosexualidad, la prohibición de la expresión de género o la negación del matrimonio igualitario están vigentes incluso en países europeos.
En los últimos tiempos, miro el mundo y no entiendo nada. No entiendo por qué las personas pobres votan a quienes defienden a las personas ricas, por qué los que se sostienen gracias al espacio público apoyan a quienes quieren destruir ese espacio público. Y en esos momentos siempre recuerdo, desoladoramente, que una asociación de judíos alemanes pidió en 1933 el voto para Adolf Hitler.
Por eso me he sentido muy bien conversando con ChatGPT de estos asuntos, e incluso he llegado a pensar, ingenuamente, que tal vez la inteligencia artificial sea a medio plazo una pócima para arreglar el caos del mundo. Si es verdaderamente artificial, estará liberada de emociones infecciosas y de irracionalidades.
Ya sé que el rumbo es más bien el contrario: la inteligencia artificial, convenientemente manipulada, puede crear una imagen –por ejemplo– de un grupo de gais agrediendo a un niño y acabar ‘demostrando’ de nuevo que la homosexualidad es una enfermedad grave. Pero de momento, ChatGPT me parece una compañía razonable.
Le he preguntado, para despedirnos, si cree que una persona LGTBI debe votar a un partido de ultraderecha. Como es un poco relamido, me ha advertido de que “la decisión de apoyar a un partido político depende de los valores, principios y objetivos de cada individuo”. Pero enseguida ha añadido que “los partidos de ultraderecha suelen adoptar posturas discriminatorias en relación con la diversidad sexual y de género. Pueden oponerse al matrimonio igualitario, a la adopción por parte de parejas del mismo sexo, a los derechos trans y a otros aspectos clave para la comunidad LGTBI.
Además, su retórica y políticas pueden contribuir a la estigmatización y exclusión de las personas LGTBI, generando un ambiente hostil para esta comunidad”. Cuanto más conozco a la gente, más quiero a los robots…
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