Cirque du Soleil, tiembla. The Weeknd demostró anoche en Madrid que ha encontrado una fórmula renovada frente a los shows de la popular franquicia –también canadiense–.
Abrumadora su propuesta a nivel visual, que sirvió como demostración de que Abel Tasfaye cuenta con una batería de hits imponente, por si a alguien se le había olvidado.
The Weeknd vive un momento dulce en cuanto a visibilidad. No necesariamente positiva, porque la manía que le he cogido dede que vi la serie The Idol, que protagoniza, me hizo acudir con mis reservas. Si Tedros es uno de los personajes más repelentes de la ficción reciente –por cierto, serie convenientemente anunciada en las pantallas de un Cívitas Metropolitano a reventar–, era el momento de ver si en su vertiente de ídolo de masas resultaba más empático.
Su Afterhours Til Dawn Tour es una demostración de que a The Weeknd le gusta todo cuanto más grande mejor –ya lo vimos con su casa, que tiene un importante protagonismo en la serie The Idol–. Después de ver en Barcelona a Beyoncé el pasado julio, resultaba interesante comprobar si tendrían algo en común estos dos macroconconciertos, que tanta expectación han despertado.
Más allá de convocar a decenas de miles de personas ambos, la realidad es que no. Poco color se veía en los aledaños del estadio un par de horas antes de comenzar la actuación del canadiense. El público –predominantemente heterosexual en esta ocasión– prefirió llevar looks casuales y fresquitos frente a les fans de Beyoncé, performando a lo grande durante la espera hasta ver a la diva.
Y es que The Weeknd dejó claro anoche que su megalomanía tiene más que ver con la experiencia sensorial que ofrece que con su deseo de ser realmente protagonista de su concierto. Deja que sea la música la que brille, en una especie de megamix en el que encadenó nada menos que 35 temas sin pausa, porque a él se le ve poco y, seamos sinceros, mal.
Más protagonismo tuvo –porque se le veía mejor– Kaytranada en su set previo de 40 minutos (al primer telonero, nada menos que el legendario productor Mike Dean –que también aparece en The Idol–, no llegué). El también canadiense jugó sobre seguro, mientas el público de pista se abanicaba frenéticamente. No faltaron sus remixes de Teedra Moses, Janet Jackson y Madonna, que sorprende que no deje de pinchar en cada una de sus sesiones. Hizo lo posible por animar al personal, que no respondió con excesivo entusiasmo.
No, The Weeknd no invitaba a estar pendiente de él. Rodeado por un imponente número de bailarines vestidos cual vestales –imposible distinguirles tampoco más allá de sus fantasmagóricas figuras y pausados movimientos–, enseguida quedó claro que allí lo que iba a importar era la experiencia visual que acompañaba su música.
El canadiense apostó por una abrumadora escenografía inspirada en el clásico de Fritz Lang Metrópolis. Emergió de entre un bellísimo skyline vestido de blanco impoluto, como si fuera a hacer trekking, ataviado con una máscara, cual mesías –y miembro de la sociedad secreta que vimos en Eyes Wide Shut de Kubrick–. Al entrar, se le entregó a cada espectador una pulserita, y pronto supimos que íbamos a contribuir al show audiovisual, pues pronto comenzaron a iluminar la pista y la grada en muchos momentos.
Nada que objetar a un set list que funciona como un auténtico tiro, y que apenas dio respiro al personal. A pesar de la pésima acústica del recinto, el volumen atronador contribuía a los continuos subidones, a los que el público respondía enfervorizado. Durante dos horas predominó el “más es más”, mucho más de lo que se pueda imaginar en abstracto.
Sorprendió, hasta cierto punto, la ausencia de visuales, que suplían los bellos haces de luz que surgían de ambos lados de la pasarela que cruzaba completamente la pista. Para reforzar la sensación apocalíptica, de cuando en cuando surgían impresionantes llamaradas que seguro que en pista provocaron más de una lipotimia. Porque el enorme calor que desprendían se sentía en cualquier punto del estadio. Literal, todo el mundo cegado por la luz, por citar ese Blinding Lights que, sorprendentemente, no se guardó para el final del concierto.
En vez de recurrir al confeti, tan habitual en macroshows como este, las pulseras del público provocaban un efecto similar. Y ahora, lo más curioso. Por más que fuera vestido de blanco, entre tanto estímulo visual, muchas veces tenías que parar a preguntarte: “¿Dónde está The Weeknd?”. Porque se perdía.
De nuevo, pensando en el concierto de Beyoncé, en donde ella es la protagonista ab-so-lu-ta en todo momento, ¿cómo es que Abel no? Les escuchas, sí, –ojo, de voz, estupendo–, pero resultó bien curioso que hubiera que esforzarse por ver en qué punto de la superpasarela se encontraba cuando querías verle.
Para ser fan confeso de Prince en lo musical –como también deja claro en The Idol–, lo cierto es que en esta ocasión se ve que también le ha inspirado mucho Michael Jackson a la hora de montar semejante espectáculo.
Con semejantes referentes a los que honra a lo grande, The Weeknd dejó muy buen sabor de boca como maestro de ceremonias en la sombra que reivindica un repertorio sin fisuras, con importante regusto ochentero, y que ha demostrado que, cuando quiere, sabe cómo generar subidones más propios de una WE que de un concierto pop. Y, oye, tiene su gracia y su mérito.
THE WEEKND ACTÚA EL 20 DE JULIO EN BARCELONA (ESTADI OLÍMPIC)