¿Te imaginas cómo es una fiesta privada organizada por Björk? Descúbrelo

¿Cómo se vive una fiesta privada organizada por Björk tras uno de sus conciertos? Sumérgete en una de ellas, a la vez que celelebramos el lanzamiento de su single con Rosalía, 'Oral'.

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Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

21 noviembre, 2023
Se lee en 7 minutos

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Björk acaba de publicar su nuevo single, Oral, nada menos que junto a Rosalía. Y he recordado lo que supuso ser invitado por la gran estrella islandesa a un aftershow organizado por ella tras un concierto que ofreció en Barcelona. ¿Quieres saber cómo fue? Pues retrocedamos a 2015.

 

BJÖRK EN BARCELONA EN 2015

Björk en su concierto en el Poble Espanyol de Barcelona el 24/07/2015

Si te gusta Björk, seguro que te intriga saber cómo puede ser una fiesta organizada por la inimitable diva tras uno de los conciertos, Y, sobre todo, te encantaría ser invitade. Pues yo tuve la fortuna de vivir la que celebró en Barcelona el 24 de julio de 2015, cuando presentó en directo en el Poble Espanyol su magistral álbum Vulnicura.

Así que me he puesto a hacer memoria de una noche doblemente inolvidable, y te invito a rememorarla conmigo, como su fuese una entrada de diario. Así que retrocedamos al viernes 24 de julio de 2015, y sitúate en el Poble Espanyol.


Björk dio un gran concierto aquel 24 de julio en el Poble Espanyol de Barcelona. En un entorno tan kitsch, su propuesta a corazón abierto brilló de un modo especial. Con un repertorio centrado en su espléndido álbum Vulnicura, la artista islandesa demostró, una vez más, por qué es única.

Sin necesidad de concesiones, hechizó con su combinación de alta tecnología y expresivas cuerdas, sobre las que brilló su voz, en estado de gracia –Arca me comentaría más tarde que la humedad de la capital catalana jugó a favor de sus cuerdas vocales–.

Incluso los fuegos artificiales y las enormes llamaradas se sintieron distintas a lo habitual en los macroconciertos: acompasados con la música, se convirtieron en un elemento expresivo más. Terminó el concierto con una gran versión de One Day, con Björk acompañada solo por su percusionista, mientras Arca –que formaba parte de su banda en aquella gira– bailaba como un desconocido en un lado del escenario.

Todo el mundo empezó a desalojar el recinto, pero servidor tuvo la inmensa suerte de ser invitado a una fiesta privada, en principio solo para el equipo más cercano de Björk, que se iba celebrar a espaldas del escenario, donde se encontraban habilitados los camerinos.

Accedí por un lateral del escenario y pasamos del siglo 21 al 19 con apenas cruzar el marco de la puerta por la que se accedía al vetusto edificio de aires señoriales típicamente castellanos. La sensación al subir las enormes escaleras y acceder al salón en que tenía lugar la fiesta era la de llegar al convite de una boda.

En el gran salón abovedado, con lámparas de araña, apenas se habían instalado cuatro largas mesas plegables con algunas sillas alrededor. Contra un rincón, dos altavoces y un amplificador. Al entrar, ya sonaba la música que pinchaba la venezolana Arca. Con solo 25 años, Alejandra Ghersi ya se había convertido en uno de los nombres fundamentales de la electrónica actual, y su colaboración con Björk tanto en Vulnicura como en aquella gira había creado un vínculo muy estrecho entre ellos.

Arca, con un discurso estético y artístico muy personal, es un auténtico torbellino. De lo más expansivo, combinando indistintamente inglés y español –entonces tewnía su base de operaciones en Londres, después de haber vivido unos años en Nueva York–, nos recibió como si fuéramos de la familia. «Ahora mismo te traigo champán, que está en el camerino de Björk«.

Al momento apareció con un vaso de plástico con Veuve Clicquot y una cereza dentro. «No quedaban copas de cristal, así que te lo he decorado para que no quede tan feo beberlo en plástico», se disculpaba, y corría a pinchar otro nuevo tema.

En ese momento calentaba el ambiente con hip-hop; imposible descubrir títulos, Shazam no estaba a la altura. Salvo un grupo de personas más mayores, algo retirado –¿quizá compromisos de los promotores?–, la media de invitados, apenas 15, rondaba los treinta años –Arca la bajaba–. Allí estaban Andrea Helgadottir, la maquilladora que llevaba entonces ya más de dos décadas con Björk, el pelirrojo James T. Merry, creador de las máscaras que ya lucía en aquella gira, y colaborador de la artista desde hacía entonces seis años y algunos amigos personales de todos ellos.

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Pasados unos minutos, aparecía Björk, copa de champán en una mano y el iPhone en la otra. Nada de reverencias, nada de guardaespaldas, nada de tocados. Una gran sonrisa en su cara, y directa a bailar delante de Arca, donde ya se había establecido la pista. En la única mesa con mantel –de papel rojo– había zumos, fruta, infusiones, botellas de vino –no abridor–, infusiones, leche sin lactosa y refrescos, y Björk hizo traer las botellas de champán que quedaban en su camerino, para disfrute de todos.

Con un largo vestido blanco, abierto por la espalda, que recordaba al que llevaba en el mítico vídeo de Big Time Sensuality (dirigido por Stephane Sedanoui), y con enormes plataformas cyber, se entregó a la música sin más. Hay que verla botar y saltar para creerlo. La única premisa no hubo ni que verbalizarla: nada de fotos. De hecho, nadie hizo ni el amago de sacar una foto furtiva. Probablemente porque, además, tenían momentos de sobra para fotografiarse unos con otros, y todos con Björk. La verdad, ¿quién querría arriesgarse a ser expulsado de un aftershow así cuando está bailando cara a cara con Björk mientras pincha Arca? Yo no, desde luego.

Con hacerle la foto furtiva al setlist para publicarlo en Twitter me bastó. Arca me avisó de que iba a pinchar un remix inédito firmado por Björk para una artista portuguesa de fados, así que presté atención. Sí, los beats marcianos que entraban a mitad de tema delataban que allí había metido mano alguien como Björk.

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Portada de Fossora, su más reciente álbum

El show estaba servido, Arca –a ratos con la camiseta puesta, otros sin ella– ponía música, bailaba vogue, se tiraba al suelo para retorcerse, levantado al cielo las –seguro que pesadas– botas de plataforma que llevaba puestas, y Björk, tan fascinada como el resto. En un momento dado, ella tomó las riendas de la música, y al momento puso un tema de trap que me fascinó.

Me acerqué a preguntarle qué era lo que estaba sonando, me miró y no dijo nada. Pensé que era un gesto de bordería tipo «¿cómo osas hablarme?», pero en eso se me acercó James T. Merry, que estaba al lado, y me explicó: «Después de cada concierto debe mantener reposo vocal absoluto hasta el siguiente, no puede decir nada hasta dentro de cuatro días en Roma». Ella asintió y esbozó una sonrisa.

Merry me contó que suele utilizar una aplicación que habla por ella, como los GPS. Pero claro, su móvil estaba enganchado al amplificador. Y no osé cogerlo y encenderlo para que ver qué sonaba. Al poco, por fin, puso un tema que reconocí, como casi todos allí, y que provocó el delirio colectivo, Girl, de The Internet con Kaytranada.

Tomó el relevo de nuevo el ecléctico Arca, que tras mezclar música andina con electrónica industrial, empezó a encadenar temazos de r’n’b: Take This Ring, de Toni Braxton, Honey, de Mariah Carey… Doy fe de que a Björk le entusiasmaban como a mí; y tuvimos un momentazo de botar juntos durante las dos citadas, en éxtasis compartido. Por cierto, demostró tener una agilidad envidiable.

Pasó –volando– aproximadamente hora y media. Björk estaba acalorada. Arrancaba pedazos del mantel del papel y se los pegaba en la frente para secarse el sudor. No llamaba la atención, después de verla con su espectacular máscara en el concierto. Se me acercó, me cogió del brazo y con los ojos me dijo (o eso quise entender yo por su gesto): «Muchas gracias por venir y disfrutar de mi fiesta». Lo entendí a la primera.

Le dije: «Muchísimas gracias por invitarme, y enhorabuena por el concierto, ha sido realmente maravilloso. No te acordarás de mí, pero en los últimos veinte años te he entrevistado varias veces, en Madrid. Siempre es un placer verte». Se llevó la otra mano al corazón y me apretó fuerte el brazo, mientras pestañeaba casi como un muñeco de dibujo animado. Seguía siendo la adorable pixie que nos robó el corazón con The Sugarcubes.

 

Así transcurrió aquella inolvidable noche en Barcelona, que realmente dio para mucho más, aunque esta es la parte que he pensado que merece la pena compartir públicamente.

Dan ganas de poder volver a vivir una experiencia parecida de nuevo, ¿verdad? Ojalá vuelva a surgir la oportunidad, obviamente me encantaría.

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