Si no habéis visto Saltburn, abandonad este artículo, pero volved cuando lo hayáis hecho. Después de este disclaimer, podemos empezar. El mundo está enloqueciendo y, aparentemente, todos y todas quieren una vela hecha a partir del agua de la bañera de Jacob Elordi. Menos Rosamund Pike, que –no sabemos por qué razón– admitió en la alfombra roja de los Globos de Oro, enfundada en un perfecto look de Dior, que ella no quiere oler cera impregnada con el semen de nadie. La cuestión es que esta bañera, aparte de ser el leit motiv del filme, esconde más de un secreto.
Las visitas de verano nunca traen nada bueno. De hecho, si en algún momento conseguís un castillo a las afueras de cualquier capital europea y se os pasa por la mente invitar a alguien apuesto para pasar el estío chapoteando en la piscina, rehusad y pensadlo dos veces. Podríais acabar asesinadas por vuestro invitado, o, lo que es peor, enamoradas. Si no que se lo pregunten a Elio (Timothée Chalamet) en Call Me By Your Name.
El tópico del visitante seductor que te corta el pescuezo y te despluma a la que te descuidas también nos recuerda a Teorema de Pasolini, pero mucho más a El talento de Mr. Ripley, novela de Patricia Highsmith y peliculón de finales de los 90 del que, por cierto, está a punto de estrenarse una serie. El caso es que la conexión con esta última no es arbitraria y hay guiños que nos transportan a otra bañera; la de un jovencísimo Jude Law y un Matt Damon lampiño, y extremadamente sexy, que se devoran con la mirada y que –SPOILER–, minutos después, acaba en muerte.
En Saltburn, las referencias literarias y mitológicas son constantes, y la directora, Emerald Fennell, no da puntada sin hilo.
El alter ego de Jacob Elordi en Saltburn:
Una de las escenas que marcan la película es ese desayuno familiar en el que Oliver pide unos huevos fritos poco hechos y, de repente, la hermana de Felix, Venetia, como quien no quiere la cosa, empieza a hablar de Percy Bysshe Shelley, poeta romántico de dudosa sexualidad y marido de Mary Shelley. Venetia cuenta una leyenda en la que la criada del poeta inglés vio a Shelley de pie, junto a la ventana y, segundos más tarde, en el exterior de la casa. Mientras cuenta la historia, Felix, sentado en la mesa, tiembla de miedo al oírla y, a la vez, su doble, pasa por detrás de la ventana. Algo que al propio Shelley no le hubiera sorprendido, pues en Prometeo liberado admite haberse encontrado con su dopplegänger antes de morir. Esto vaticina el final del personaje de Felix…, kaput.
El mito de Acteón, la bañera y los cuernos:
A largo de la película, Oliver observa agazapado y con mirada lasciva cómo Felix se masturba en varias ocasiones en la bañera. Disfrutar de la belleza de un dios siempre tiene un precio. Esto es precisamente lo que ocurren en el mito clásico de Acteón y Diana, o Artemisa para los griegos. Acteón, un cazador demasiado curioso, se encuentra en el bosque con Diana y sus ninfas, que reposan desnudas en un lago, y las espía desde la lejanía. Diana se da cuenta y, como no tiene sus flechas, pues es diosa de la caza, da un manotazo al agua y se la lanza a Acteón. Justo cuando le cae el agua, y aquí viene lo bueno, le empiezan a crecer unos cuernitos, como los de un pequeño corzo; animal en el que se acaba convirtiendo para, más tarde, acabar devorado por sus propios perros.
En la apoteósica fiesta de disfraces final, Oliver lleva estos pequeños cuernos que tan bien refleja el pintor manierista Guiuseppe Cesari en su óleo. Naturalmente, el castigo nos parece poco por ver a Jacob Elordi despilfarrar… hijos. Sí, que nos salgan cuernos y que nos devoren los perros.
Laberinto, minotauro y alas de quita y pon:
No es el único mito presente en la película, de hecho, están mezclados. En esa fiesta de cumpleaños, los atributos de los personajes dan más de una pista. Cuando Felix y Oliver se adentran en el laberinto de Saltburn, el primero lleva consigo unas alas doradas que nada tienen que ver con un ángel, paradójicamente, sino con Ícaro. Un joven hijo de Dédalo, el arquitecto mitológico que construyó el laberinto cretense. El mito cuenta que Dédalo e Ícaro estaban retenidos en una isla por el rey Minos.
Para lograr salir, Dédalo construyó unas alas de plumas y cera y advirtió a su hijo, cuando se las puso para huir, de que no volara muy alto, pues se acercaría al sol y caería al mar. Justo lo que pasó. Felix también voló muy alto. En el centro del laberinto se encuentra una estatua de un Minotauro, exactamente igual que en el mito griego; y, en los jardines del castillo, hay otra, de Teseo. No olvidemos que la directora ya ha usado el alter ego para el personaje de Oliver que, en este caso, encarna tanto al joven Ícaro, como al propio Minotauro. Todos los años, el monstruo recibía una ofrenda humana, una metáfora de los ‘amigos’ que Oliver usaba cada verano como juguetes.
Este ‘sexy drama’ da para mucho, y los detalles y guiños a otras creaciones literarias y cinematográficas surgen de cada escena. No nos queda más remedio que volver a verla para descubrirlos.