Hace un par de años quedé con un chico estadounidense para una sesión de sexo casual. Era verano, en una calurosa mañana, y me invitó a su casa tras haber charlado por Grindr. Me di una ducha y fui para allá. Él me recibió con la casa muy desordenada a pesar de no ser un encuentro improvisado (este es tema para otro artículo) pero con la cama preparada.
Me pidió que le excusara, que iba al servicio y, tras un “of course”, me fui acomodando. Empezaron a pasar los minutos. Cinco, diez, veinte, treinta… Hacía calor y, para cuando por fin salió, yo había estado luchando contra varias cabezadas y se me había olvidado a lo que había venido. Se me habían pasado las ganas, con notorios efectos sobre mi distraída erección.
Él me dijo que no pasaba nada, que tenía viagra si quería, y señaló una encimera llena de sustancias y medicamentos que por separado me parecen estupendos (desde PreP hasta el minoxidil, pasando por el popper y la profilaxis de la sífilis), que me hicieron sentir en una versión porno de Farmacia de guardia. Decliné su oferta y preferí intentar volver a excitarme recorriendo su cuerpo, que estaba estupendo.
«Como buen producto de la generación Ryanair, a mí me gusta más el sexo low cost»
Fui entendiendo cada minuto en el baño: piel perfectamente hidratada, cada rincón minuciosamente depilado, músculos todavía tonificados de algún tipo de estratégica tabla de ejercicios de último minuto y, al llegar a su ano, me hallé en un lugar extraperfumado del que emergía un juguete erótico tipo bolas chinas que empezó a vibrar. Me miró y me dijo: “surprise”. Aunque agradecí el gesto, decidí evadir mi mente hacia alguna otra fantasía para terminar cuanto antes con esa mezcla sobreestímulo y sopor. ¡Para dentro, Romerales!
Quizá, como buen producto de la generación Ryanair, a mí me gusta más el sexo low cost. Y me escandalizo un poco por la superproducción de altos vuelos en la que, por momentos, parece haberse convertido el sencillo arte de echar un polvo, especialmente en Estados Unidos, que es donde vivo. Claro que estoy a favor de la higiene, pero hay un punto medio entre ser una persona limpia y llegar al sexo como salido de un tren de lavado que niega la doble función de nuestros amados y placenteros rectos.
«Hay un punto medio entre ser una persona limpia y llegar al sexo como salido de un tren de lavado»
Claro que hay que protegerse contra las ITS, pero tampoco convertir cada quiqui en un desfile de química y compensar la cortada de rollo que era usar el condón con diez alarmas de móvil para tomarse varias píldoras cada una a su hora. Totalmente a favor de la pastilla azul, pero que vivan también los gatillazos reversibles con imaginación e incluso el sexo más allá de lo falocéntrico. Por no decir que, si hay algo que siempre he agradecido de la masculinidad tradicional es la licencia a no producirse demasiado y resultar atractivo al natural. Pero cada vez que veo a un amigo irse a un crucero gay, va con más baúles que la Piquer, y prepara su cuerpo con meses de antelación a base de tablas extenuantes de ejercicios y batidos hiperproteicos.
Así, el sexo acaba convirtiéndose en una especie de producto con varias etiquetas. Igual que, conforme uno se hace mayor, se hace más finolis con el aceite oliva virgen extra de extracción en frío Picual, cuando antes nos valía cualquiera de la linea básica de Coosur. De la misma manera que ahora dormimos en colchones con muelles ensacados, con una extra capa de tempur en aleación con viscoelástico, cuando antes nos echábamos en el colchón Flex de toda la vida, me da la sensación de que vivimos en una época de sexo lleno de sellos de calidad.
«Vivimos en una época de sexo lleno de sellos de calidad»
Sexo premium, sexo gourmet, sexo boutique, sexo con denominación de origen. Sellos más acordes a las normativas que al disfrute desenfadado. Un sexo con garantías, con línea de atención al consumidor, que luego te manda un email con una encuesta de satisfacción. Veo cerca el momento en el que Grindr añada un feedback post polvo como si fuera Booking o TripAdvisor, amantes con ratings como en Nosedive, aquel episodio de Black Mirror con Bryce Dallas Howard. Porque follar cada vez se parece más a un servicio on demand que al encuentro espontáneo entre dos o más cuerpos. Una mezcla entre el “aquí te pillo, aquí te cepillo” y ‘La lista de Grindr’.
MATEO SANCHO CARDIEL ES PERIODISTA Y DOCTOR EN SOCIOLOGÍA. SU ÚLTIMA OBRA PUBLICADA ES NUEVA YORK DE UN PLUMAZO (ROCA EDITORIAL)