El cielo de las travestis tiene una nueva beata: hagiografía de Roberta Marrero

Todavía no nos hemos repuesto de la noticia de la pérdida de la gran artista trans Roberta Marrero, y aquí repasamos la gran trayectoria artística de una mujer única.

Roberta Marrero, una artista única cuya trayectoria repasamos
Roberta Marrero, una artista única cuya trayectoria repasamos
27 mayo, 2024
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Corrían los años de la removida, aquel movimiento artístico-cultural de principios de los años dos mil que se fraguó en torno a la mítica fiesta En Plan Travesti. Roberta Marrero, junto con La Prohibida, Agnes La Sucia y Glenda Galore, era la hostess de aquel experimento nocturno, uno de los primeros espacios seguros que tuvimos las mamarrachas en el recién estrenado siglo XXI.

Roberta Marrero, una artista única cuya trayectoria repasamos

Ilustración: Iván Soldo

Roberta Marrero ya venía de brillar con luz propia interpretando el papel de Nona en Descongélate, película del año 2003 de Félix Sabroso y Dunia Ayaso, y desembarcó en Madrid con toda la artillería, que era su talento. Se convirtió en DJ, recorriéndose media España de la mano de Nacho Canut y también en solitario. Grabó dos discos, A la vanguardia del peligro (2005) y Claroscuro (2007), con letras que parafraseaban al mismísimo Friedrich Nietzsche: «Somos culpables. Somos unos traidores. Al fin y al cabo, humano, demasiado humano».

También organizó varias fiestas, como Wateke!, en la que un servidor, que ya tiene unos años, trabajó de relaciones públicas. Era, además, una habitual en la cabina de las fiestas El Extraño Vinilo, que su inseparable Víctor Mora organizaba en la sala Coppelia. En definitiva, Roberta Marrero se convirtió en poco tiempo en una imprescindible de la noche madrileña y, allí dónde ella pinchaba, valía la pena estar.

Después, en su momento más álgido, desapareció. Se marchó a vivir fuera de España y durante un tiempo parecía que se la había tragado la tierra. Así era ella. Le daba todo igual. Ni le importaba la fama ni el reconocimiento. Tan solo se preocupaba de hacer lo que le daba la gana, de no ser abanderada de nada y de decir lo que se le pasaba por la cabeza. Y si eso suponía hacer varios requiebros vitales y desandar el camino, pues mejor que mejor.

Roberta Marrero, tristemente desaparecida.

Quizá por eso se reconvirtió –al menos en su faceta pública– en artista plástica. Esa Roberta Marrero, reina de la noche y los escenarios –ella misma reconocía que le daba vergüenza actuar en directo– pasó a ser la Roberta Marrero que en la actualidad conocemos y por la que pasará a la posteridad. También entró de lleno en el mundo editorial con sus obras Dictadores (2015), El bebé verde: infancia, transexualidad y héroes del pop (2016) y Todo era por ser fuego. Poemas de chulos, trans y travestis (2022). Hace pocos meses había publicado su último poemario, Derecho a cita, con la editorial Continta me tienes, sello que fue hogar y familia para ella junto con la librería Mary Read.

Seguramente, Roberta me mataría si me escuchara decir que fue un referente para mí y para muchos como yo. Pero lo fue. Fue una esperanza –o, más bien, una promesa– para ese niño marica de un pequeño pueblo de Andalucía que descubrió en la pantalla del cine a una mujer increíble, con un personaje fascinante y en el que se podía ver que la libertad rezumaba por cada uno de los poros de su piel. Y hasta aquí, que tampoco le gustaba la ñoñería.

Imaginad el día que, con apenas diecisiete años, alguien me dijo: «Te voy a presentar a Roberta Marrero». A partir de entonces, se convirtió en una especie de cometa en mi vida. El mundo nos cruzaba a veces y luego se pasaba años sin volverlo a hacer. Tuve la suerte de poder contar con ella para el libro de Ocaña que coordiné para la editorial Dos Bigotes, hace apenas unos meses.

Roberta Marrero, tristemente desaparecida

Trabajar con ella era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo, pero nos había costado conseguirlo porque no encontrábamos el proyecto exacto en el que se sintiera cómoda. Su capítulo, que abre con un poema de Federico García Lorca y en el que hace un repaso por aquella España que le tocó vivir a los sobrevivientes de la dictadura, acababa con una petición, casi imposición: «¡Beatificación de la Ocaña ya!». Dejadme que yo cierre este pequeño texto apropiándome de sus palabras, aunque cambiándolas ligeramente para pedir la beatificación inmediata de la Marrero. Sería, desde luego, nuestra primera santa humana. Demasiado humana.

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