Es Doña Francisquita una obra cumbre de la zarzuela grande. Estrenada en el Teatro de Apolo en 1923, justo un mes después del comienzo de la dictadura de Primo de Rivera, ha llegado a nuestros días manteniendo toda la frescura del costumbrismo, castizo y callejero, de un pueblo, el de Madrid, que “encuentra siempre diversión, lo mismo en carnaval que en viernes de pasión”, como se canta en el pasacalles del final del primer acto.
Han pasado muchas cosas en ese siglo XX en que se estrenó, en lo que llevamos de XXI, y nada puede con esta obra, como acabamos de comprobar en el Teatro de La Zarzuela. Una sala donde se vio por primera vez cuatro meses después de su estreno en el Apolo, como nos recuerda Víctor Pagán en el espléndido libro-programa editado por el teatro.
Esa frescura tan típica de las obras maestras de la zarzuela de principios del siglo XX se mantiene intacta en el dúo protagonista, en la Francisquita de Sabina Puértolas, y en el Fernando de Ismael Jordi. Incluso aunque el montaje prescinda, en cierta manera, de ese madrileñismo que va en el ADN de la obra. La soprano zaragozana y el tenor jerezano tienen, tanto en la ópera como en la zarzuela, una grandísima carrera tanto nacional como internacional. Y, en la obra que nos ocupa, la complicada misión de defender algunas de las romanzas más conocidas de la historia de la zarzuela. Espléndida ella en la bellísima (y complicadísima) Canción del ruiseñor del primer acto; brillante él en el reto de defender Por el humo se sabe dónde está el fuego. No sería extraño que lo bisase en las funciones que quedan por delante. Si por el humo se sabe dónde está el fuego, es por ellos, así como por el resto del elenco, por lo que se sabe dónde está esta Doña Francisquita: en el Teatro de La Zarzuela.
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Con ellos está ‘la gran dama de la zarzuela’, Milagros Martín, que da vida a doña Francisca, que con sus diálogos hablados eliminados, reclama su papel –y su protagonismo– en los nuevos textos creados para la ocasión por Lluís Pascual, un gran hombre de teatro, que sabe cómo ganarse el favor del público, sobre todo con el precioso homenaje final a Lucero Tena, que pone en pie al teatro entero antes de bajar el telón. Estupenda también la mezzo Ana Ibarra como Aurora, La Beltrana. Magnífico el coro el coliseo, con gran protagonismo en esta obra. En el foso, Guillermo García Calvo al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular de la casa.
El espléndido cuerpo de baile, coreografiado por Nuria Castejón –una mujer que lleva mucho tiempo mostrando su maestría en las tablas de ese escenario, y cuya reciente La verbena de La Paloma está destinada a convertirse en un clásico del coliseo– es otra de las referencias para ubicar esta joya de nuestro patrimonio musical donde tiene que estar. El fandango del final del tercer acto es, sencillamente, magistral, y el lazo perfecto para envolver ese regalo que es ver a Lucero Tena, con sus legendarias castañuelas, reinar en la catedral mundial de la zarzuela. Todo el final de ese tercer acto, como ya pudimos descubrir en 2019 –en el estreno de esta producción– es un nuevo ejemplo de la sabiduría teatral de Pascual, que es mucha, y muy buena.
La zarzuela como género tiene un problema que no ocurre con la ópera. Y sobre eso se bromea en los nuevos textos creados por Pascual, defendidos por un estupendo Gonzalo de Castro (afortunadamente sin amplificar: ojalá tomaran nota otros teatros, y otros actores). Al combinar partes habladas con cantadas, hay una cierta tendencia a ‘peinar’ o, directamente, eliminar las primeras. Es una opción –¿respetable?– que ha tenido muchas variantes en los últimos años, y con muy desiguales resultados: desde la legendaria Antología de la zarzuela de Tamayo hasta las recientes creaciones de espectáculos que prescinden de todos los diálogos, o los que se basan en una obra para adaptarla a la situación actual, como el polémico, y brillante, ¡Cómo está Madriz! de Miguel del Arco, basado en La Gran Vía en este mismo Teatro de La Zarzuela.
De esta Doña Francisquita que homenajea a Lucero Tena, y que repite en gran medida el mismo estupendo reparto de estreno, ya hablamos en estas páginas cuando se estrenó en 2019. Hace bien en cerrar temporada el teatro con esta obra de referencia de nuestra zarzuela. Con ella, con Alfredo Kraus (bajo la batuta de Odón Alonso y a las órdenes de Tamayo) se reinauguró el teatro en 1956. Se cierra así también la era de Daniel Bianco al frente del teatro de la plazuela de Teresa Berganza. En septiembre comenzará la nueva etapa con Isamay Benavente al frente de este teatro, único en el mundo. Y promete darnos nuevas alegrías.
Doña Francisquita es una joya y siempre es un placer escucharla con voces como estas. A la salida, un miércoles de junio, con las calles del centro de Madrid (en las que tiene lugar la trama de esta obra) abarrotadas, uno se da cuenta de que hay cosas que resisten a todo. Como en el famoso pasacalles, el pueblo de Madrid encuentra siempre diversión. Disfrutar de Doña Francisquita es una de ellas. Un lujazo.