La noche comenzó con un sentido y muy emocionante minuto de silencio por la tragedia que está viviendo Valencia, y toda la zona de Levante, por la terrible DANA que ha destrozado tantas vidas. Fue un mensaje oficial por parte del Teatro Real, que luego Sondra Radvanovsky verbalizó con su propia voz, haciéndolo extensivo a todos los que estaban en el escenario. Todo ello refrendado por aplausos en la abarrotada sala.
Había muchas ganas de volver a ver a la Radvanovsky tras su triunfal Las tres reinas del pasado 6 de enero. Y no se saciaron, sino que dejaron aún más ganas de seguir disfrutando de la diva. Lo que se vivió el pasado domingo en el Teatro Real fue un real ‘recitalazo’ de la mejor ópera con dos grandísimos, inmensos, artistas.
Ha comenzado el coliseo fuerte esta temporada en lo que a recitales y grandes voces se refiere. La soprano Anna Netrebko y su ya ex marido, el tenor Jusif Eyvazov, dieron el pistoletazo de salida el pasado 5 de septiembre. Pocas semanas después, el tenor Juan Diego Flórez subió la temperatura con un recital impecable. Ya en octubre, fue el barítono Ludovic Tézier quien, con Verdi y Wagner, volvió a dar otro recital de altura. Y ahora le llegó el turno a otros dos inmensos divos de la lírica actual: la soprano Sondra Radvanovsky y el tenor Piotr Beczała.
Hablamos de dos grandes cantantes que poseen un instrumento prodigioso y muy potente. Saben muy bien cómo utilizarlo, y de ello dieron prueba en este concierto desde el minuto cero hasta el fin de las casi de dos y media horas de concierto, propinas incluidas. No pararon de cantar de principio a fin y eso, siempre, se agradece. Con ellos estaba la directora canadiense Keri-Lynn Wilson, la otra gran triunfadora de la noche, al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real, que regresó por la puerta grande al Teatro Real.
Gran parte del programa estaba dedicado a Puccini, de quien se celebra el centenario de su fallecimiento. Arrancó la noche, de forma muy potente, el tenor polaco con Manon Lescaut y Donna non vidi mai. Tras él, la diva estadounidense abordó Sola, perduta abbandonata, de manera impecable, como ella sabe hacerlo, dejando muy claro lo que puede conseguir con su voz. La sala ya estaba rendida a los pies de los divos. La noche prometía. Y no decepcionó en absoluto.
Tras un estupendo Preludio sinfónico del compositor de Lucca, la primera parte se cerró con Tosca: Recondita armonia (Beczała), Vissi d’arte, vissi d’amore (Radvanovsky en estado puro), E lucevan le stelle (Beczała) y el final perfecto con ambos con Mario! Mario! Son qui! Poco más se podía pedir.
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Pero sí que hubo mucho más. Con el comienzo de la segunda parte llegó el momento más exquisito, delicado, sutil y mágico de la noche gracias a Rusalka, la maravillosa ópera de Antonín Dvořák. El Aria del príncipe de Beczała fue sublime, y Radvanovsky nos regaló una Canción de la luna simplemente maravillosa. Cerraron esta parte los dos cantantes con un dúo de antología, Milacku, znas mne, znas. Esta parte fue, sin duda, el momento más sutil de una noche ya, de por sí, mágica.
Tras este plato servido en modo delicatessen, llegó un plato fuerte más tras otro momento orquestal de Puccini: Andrea Chénier de Giordano, con los dos cantantes sacando a escena todo su poderío y altísimo voltaje vocal. Del delirio previo al delirio absoluto, que llegó con Verdi y las propinas. Una noche muy, pero que muy potente. Un nuevo regalazo del Teatro Real para los que estamos ansiosos de grandes noches de ópera.