Ya era hora de recibir con toda la expectación del mundo un blockbuster no inspirado en un cómic. Como sucedió el año pasado con Barbie, Wicked supone un soplo de aire fresco en la cartelera para muches –entre los que me encuentro–. Y no solo apta para ‘amigos de Dorothy’, aunque serán ellos los que más disfruten de primera con las dobles lecturas y los guiños LGTBIQ+, que los hay.
Wicked está dirigida con una soltura más que envidiable por Jon M. Chu, que ya demostró con –la reivindicable– In the Heights lo bien que se le da adaptar éxitos de Broadway a la gran pantalla. Veintiún años después de su estreno en la meca de los musicales, le ha llegado la hora a esta precuela de El mago de Oz inspirada en la novela de 1995 de Gregory Maguire Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West; a su vez nacida de otra novela, la que dio pie a uno de los grandes clásicos de la historia del cine, dirigido en 1939 por Victor Fleming y protagonizado por la eterna Judy Garland.
Esta película llega a lo grande, y realmente cumple todas las expectativas puestas en ella, tanto por los fanáticos del musical como los de Ariana Grande, otro de sus principales reclamos. Es una adaptación fiel pero que se permite licencias que se agradecen. Como lo bien integrados –y potenciados– que están los momentos cómicos y el modo en que está reforzada –sin excesivos subrayados– su defensa del respeto a la diferencia y la necesidad de luchar, sin miedo y con honestidad por romper los armarios –bueno, en este caso, las jaulas, if you know what I mean–.
Como probablemente bien sepas a estas alturas, Wicked cuenta cómo nace la amistad entre Elphaba (Cynthia Erivo) y Glinda (Ariana Grande), que se conocen en la Universidad de Yiz. La primera –con poderes extraordinarios que aún no sabe controlar– llega acostumbrada al bullying y al desprecio por el color de su piel, verde. La segunda, rubia y perfecta, se sabe con talentos limitados para la magia, pero piensa utilizar todas sus herramientas de seducción para optar a la matrícula de honor. Una se convertirá en La bruja mala del Oeste, la otra, en La bruja buena del Norte, y en esta primera parte –habrá una segunda– descubrimos cómo y por qué sus caminos se terminan separando.
La química entre ambas actrices es innegable. La experiencia de Erivo en musicales está fuera de dudas a estas alturas, y sabe aprovecharla. Quizá a nivel interpretativo se siente un poco más ‘verde’ en la primera parte del film, aunque su carisma va in crescendo. Una vez ha cantado I’m Not that Girl, está irresistible y poderosa hasta el final. Grande-Butera (así aparece en los créditos de la película, para desligarse en cierto modo de su persona pop) derrocha carisma desde el minuto uno.
Ha declarado en mil y una ocasiones Ariana que es el papel de su vida, y vaya si se lo ha currado para demostrarlo. Sorprendente a nivel vocal, lo mejor es ver lo bien que sabe aprovechar una vis cómica que hasta ahora desconocíamos, fundamental para esas secuencias en que el espectador necesita ver –para que no le caiga mal– que su arribismo está dulcificado por su espíritu naíf primero, y solidario después. Y la manera en que aprovecha sus tablas pop para ese Popular en tonos pastel resulta deliciosa.
Su espectacular dirección artística confirma que su gran presupuesto está justificado. Qué maravilla ver tanto decorado real, hasta el punto de que cuando aparecen los efectos digitales, sobre todo para que los tonos –de nuevo– pastel luzcan en los cielos, chirrían –menos en los animales, que por una vez están logrados–. Esa fisicidad que predomina en la película contribuye a hacerla del todo creíble, y a engrandecer espectaculares números colectivos, como el de la biblioteca o el salón de baile.
Muy bien flanqueadas por un impecable elenco de secundarios (muy bueno el punto de ironía que Jonathan Bailey impregna a su príncipe; estupenda la dualidad que otorga Michelle Yeoh a la directora de la universidad; correcto Jeff Glodblum en la simplicidad de su cuentista mago de Oz), se agradecen los guiños celebratorios a la pluma e incluso al no binarismo que pillarán los más atentos, en los que queda claro que sus creadores saben bien quién es y qué espera el fan hardcore del musical.
Sus dos horas cuarenta no pesan, esta primera parte termina, por todo lo alto –literalmente– con la esperadísima ‘power ballad’ Defying Gravity, uno de tantos momentos en que el acertado uso de los primeros planos –en este caso, de Cynthia Erivo– demuestran que, en ocasiones vale más una expresión acertada que el mejor de los efectos especiales. Y con un final tan potente, imposible no quedarse deseando que llegue, dentro de un año, la segunda parte de Wicked.
⭐⭐⭐⭐