Desde hace dos décadas, la artista multidisciplinar gallega Marta Pazos, al frente de su compañía Voladora, nos viene sorprendiendo con sus arriesgadas y personales puestas en escena. Tras presentar su potente y original visión de Comedia sin título, de Federico García Lorca, en el Centro Dramático Nacional, vuelve para crear un monumental y plástico drama en su proyecto Orlando. Su rebeldía ante las normas establecidas queda manifiesta al tomar una de las obras más representativas de la vanguardista novelista Virginia Woolf para trasladar al teatro sus aportes al feminismo internacional y el modernismo literario de la primera mitad del siglo XX.

Fotos: Bárbara Sánchez Palomero
Con la acertada ayuda del dramaturgo Gabriel Calderón, Pazos ha conseguido trasladar en esta versión de Orlando la compleja novela de la autora inglesa, en una sucesión de cuadros teatrales que narran, sin opción de perderse, las interesantes aventuras –durante cuatro siglos de historia británica y europea– de una gran heroína que nació hombre.
La propuesta escénica de este Orlando, muy cercana a un montaje operístico, se basa en uno de los pilares de la directora lerense: el uso intenso del color. Desde el comienzo de la función surge un brillante y barroco escenario en potente verde, responsabilidad de Blanca Añón, que agrede y te obliga a entornar los ojos. Su trabajo es exquisito y gran parte del éxito de cada escena se basa en la limpieza y claridad de concepto de esta artista valenciana, que marida perfectamente con el peculiar uso de la titilante iluminación del portugués Nuno Meira, el extraordinario vestuario –y ausencia de él– del uruguayo Agustín Petronio, que sobresale cuando viste a una Virginia Woolf con páginas manuscritas de su novela, y, por último, con el espacio sonoro creado por Hugo Torres, que llega a tomar parte física de la obra.
Mucho hay de exceso estético en esta historia, pero lo importante es lo que se cuenta y cómo se hace. Pazos nos propone un recorrido por las aventuras del Orlando que Laia Manzanares hace realidad con rotundidad, donde salta sin miedo de la ingenuidad a la intrepidez, no ocultando su femineidad ni cuando como muchacho enamora a Elizabeth I, a la que da vida un Alberto Velasco que te deja boquiabierto en su inmensidad. Muy apropiado en este cuadro y en algunos posteriores el uso de las bailarinas y performers Anna Climent y Mabel Olea, que también es la coreógrafa del montaje.
Hay escenas que resultan más de paso, como el patinaje de Orlando sobre el Támesis o la caza de libros-pato, donde habla de literatura inglesa con el poeta Greene, al que interpreta Jorge Kent, y su apabullante voz que te toca el alma, pero es en estas donde más destaca el carácter autobiográfico de la obra.
Después del paso como embajador en Turquía y sus aventuras con los gitanos, surge la transformación de sexo de Orlando, cuando sin sorpresa reconoce su cuerpo como femenino. Es a partir de este momento, y del regreso a tierras inglesas, cuando el surrealismo toma más presencia, cruzándose la protagonista con la autora que la creó. Una Virginia Woolf, en la piel de Abril Zamora, majestuose y cómplice en un mundo donde el género se desdibuja y deja de ser binario.

Abril Zamora en Orlando
El clímax llega cuando la época victoriana lleva a Orlando, envuelta entre los brocados verdes de su enorme lecho, a los brazos del aventurero librepensador Esquire Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, al que interpreta Nao Albet, una de las mayores alegrías de la noche, que con su forma de entender la escena, su tono, perfecta dicción y apostura, no solo la enamora a ella, sino que rinde al espectador más exigente.
Toda una declaración de intenciones que rescata un mito que apostó por el flujo de conciencia, la libertad sexual e individual, la crítica a las normas sociales que limitan a las mujeres, la literatura como herramienta de cambio social y la importancia de la autonomía femenina.
Estamos, en fin, ante una propuesta de teatro poético-político poco común, estéticamente impresionante, algo incómoda para el público menos versado y, ante todo, revolucionaria. Una obra muy de nuestro tiempo donde, a pesar de los intolerantes que nos rodean, los sexos y los géneros comienzan a difuminarse, para hacernos partícipes de una sociedad más fluida.
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