Más que una crítica al uso, confieso desde el principio que este texto contendrá algo de crónica sentimental como reacción a la serie Superestar, creada por Nacho Vigalondo, codirigida con Claudia Costafreda y con producción ejecutiva de Los Javis a través de su compañía Suma Content. Si apenas puedo imaginar las sensaciones de Yurena al verla, sí confesaré que para mí, que viví muy cerca de –la artista entonces llamada– Tamara muchos de los acontecimientos de su vida aquí recreados, hacerlo ha sido bastante curioso, y emotivo.
En la entrevista que Yurena nos concedió nada más anunciarse el proyecto, se le llenaba la boca al decir: “Por fin se va a hacer justicia con mi vida”. Sin duda, esta original reivindicación del ‘tamarismo’, aquel fenómeno pop que dio color a la España de los primeros dosmiles, sí sirve para hacer justicia en más de un sentido.
Lo mejor es la original aproximación de Nacho Vigalondo a aquellos surrealistas acontecimientos que protagonizó Tamara junto a Arlequín, Leonardo Dantés, Paco Porras, Toni Genil, Loly Álvarez y Margarita Seisdedos, su madre. Surrealista es también su manera de contar una historia que escapaba a la lógica racional, y se agradece que así sea. Porque su manera de ficcionar hechos reales –y otros, para nada– le permite hacer completamente suya la narración e invitar al espectador a dejarse llevar, a no buscar verosimilitud más allá de momentos puntuales, e icónicos, de las experiencias de todos ellos que se reproducen al milímetro, para hacer felices a los tamaristas convencidos.
Todos ellos temían que el retrato de Tamara/Ámbar/Yurena resultase caricaturesco y huyese de la empatía hacia el personaje. Pueden estar bien tranquilos. Imposible no enamorarse de la protagonista desde el minuto uno –qué afinado el trabajo de Ingrid García-Johnson, que se mueve en la cuerda floja durante los seis episodios y no resbala en ninguno–. Nos encontramos a una Tamara poliédrica, contradictoria y adorable. Vamos, lo que provocaba la María del Mar Cuena real desde que se diera a conocer a nivel nacional. Si los protagonistas del fenómeno fueron siempre imposibles de catalogar, ocurre lo mismo con los personajes de ficción. Y sucede lo mismo con la serie.
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El director y guionista juega con maestría con la fusión de géneros, introduciendo elementos de esperpento, terror y hasta ciencia-ficción para mostrar lo irrepetible que fue el tamarismo. Y demostrando un amor que en momentos emociona mucho por sus personajes. En especial, por los que están dotados de aristas (melo)dramáticas. Qué grande Secun de la Rosa como Leonardo Dantés. Qué rotunda Rocío Ibáñez como Margarita Seisdedos. Sin desmerecer a sus compañeros, siento que, junto a García-Johnson, juegan con una mayor variedad de recursos.
Lógicamente, mi conexión emocional con la historia de Tamara y Margarita es especial, por los muchos momentos que viví con ellas antes, durante y después de la grabación del álbum Superestar, una obra maestra que nació ajena a las modas imperantes en el inicio del nuevo milenio, y gracias a ello se mantiene tan lozana y sorprendente como el primer día.
Momentos en los que Tamara/Yurena estaba superada por todo lo que ocurría, mientras su madre siempre estaba a la defensiva, más superada aún, porque su único objetivo era proteger a su hija, y (nos) veía a todos de primeras como depredadores en potencia. Ver en la serie secuencias como la que recrea la fiesta del lanzamiento del álbum –en la que pinché– me pone los vellos de punta. Fueron momentos que ya sentías históricos, y el tiempo –así como la mirada con que Vigalondo pone en valor ese triunfo del talento en los márgenes frente al (sí, depredador) mainstream– nos ha dado la razón.
El hecho de que entre el capítulo dos y el cinco el protagonista absoluto de cada uno de ellos sea uno de los personajes que rodearon a Tamara resulta atrevido, y hace que tanto el tono como el interés de los mismos varíe. Es buena idea que así se permita ver a la artista desde prismas diferentes, pero en alguno se la echa tremendamente en falta. Y según el género que predomine, podrán interesar más o menos.
En mi caso, siento que son dos –que prefiero no desvelar– los que disminuyen el nivel general de la serie, porque los atrevimientos fantásticos y narrativos no me terminan de convencer. Sí aplaudo cómo en todos ellos se desarrollan con mucha gracia esas historias paralelas que sirven par ir encajando las piezas del puzle. Y da gusto ver, capítulo a capítulo, más clara la intención de no retratarles como juguetes rotos, sino como personas que no solo vieron lo que cuesta la fama, sino también lo que puede llegar a doler el éxito.
El importante papel de la música –lógicamente– en Superestar está muy bien jugado como elemento narrativo –esta sí es una conexión clara con otras producciones de Los Javis–, y el universo cameo es tan extenso como, de nuevo, surrealista. Al final, esta es una serie valiente, ingeniosa, agridulce y reveladora, que te vuela la cabeza. No se podía haber acercado mejor a un fenómeno al que también le van como anillo al dedo esos adjetivos. Y que refuerza con honores el magnetismo de Yurena, una artista que si no cambió –como muy bien se sugiere aquí– quizá no fue porque no quiso, sino porque no pudo.