Los periodistas buscamos siempre el titular. Y de sobra es conocido que el titular es también, siempre, que el hombre muerda al perro. El Teatro Real ha ocupado titulares en los medios de todo el mundo por levantar el telón el 1 de julio con una histórica Traviata que hizo que los ojos de todos los coliseos de ópera mirasen a Madrid. Desde entonces se ha convertido en ejemplo, y también en un faro, de la #CulturaSegura.
En momentos como este, en el que saltan titulares por una serie de contagios durante los ensayos de Peter Grimes, de Britten, el Teatro Real se consolida como baluarte de que se puede seguir levantando el telón. Y hacerlo pese a los terribles momentos que vivimos. Ahora mismo hay dos opciones: cerrar y dedicarnos al streaming –la más fácil– o ser valientes e intentar seguir adelante.
Madrid, con su teatro de ópera al frente, ha puesto a nuestro país como ejemplo a seguir en lo que debe ser la gestión cultural en tiempos de pandemia. Pero no podemos olvidar que España sigue siendo España. Y que en nuestro ADN está siempre el destruir antes que el apoyar. Por eso, para un vez que hemos sido referente en un tema cultural a nivel mundial, pues vayamos todos a buscar el titular fácil y tendencioso. Vayamos a cargarnos el trabajo bien realizado.
Cualquiera que sepa algo de teatro o de ópera sabe también que posponer un estreno es una tragedia. Tanto a nivel artístico como económico. Y más en un teatro con temporada cerrada y una programación ajustada al milímetro, tanto en fechas como en presupuestos. El desastre artístico en este caso es relativamente remediable, porque el mundo de la lírica mundial está prácticamente parado. Es decir, si eres un cantante con carrera internacional, lo más probable es que si no estás en un cast del Real estés en tu casa sin nada que hacer. Por ello, el trastorno de posponer dos semanas un estreno no va suponer, tristemente, un ajuste en demasiadas agendas. Pero a nivel económico, sí que es una verdadera tragedia que, en este caso, se ha llevado por delante el estreno de Lessons in Love and Violence, que se ha retrasado sine die. Y esto con los aforos reducidos y en un momento de grave crisis económica, no hay que olvidarlo.
Este retraso en el estreno es debido a que, tras detectarse una serie de casos de positivos por covid-19 entre miembros del coro, y algunos solistas, durante los ensayos, saltaron las alarmas. Fue entonces cuando se activó el protocolo y se paró todo hasta que el comité de expertos –en este caso sí que es un verdadero comité de expertos en epidemiología– marcara las pautas para poder continuar con ellos. Poco antes, en la última función de Norma, también se activó el protocolo tras detectarse algún caso en el coro.
Es decir, el coronavirus existe: esto es una incuestionable y triste realidad. Pero las alarmas funcionan. Y saltan, que para eso están. Hay que convivir con el virus poniendo todas las medidas que estén a nuestro alcance para poder continuar viviendo. La cultura es de los pocos campos en los que se ha demostrado que, con ciertas medidas, se puede seguir adelante. Cuando surgen problemas, hay que buscarles solución.
El Teatro Real ha sido pionero en abrir, y sigue siéndolo ahora para intentar solventar todos los inconvenientes. Y con este doble retraso en el estreno de Peter Grimes ha demostrado que la salud es prioritaria, como debe ser, y que está por encima de cualquier otra cuestión. Pero hay quien sigue buscando a hombres que muerdan a perros. Hay quien sigue buscando poder seguir titulando. Y también hay quien sigue buscando el click fácil e inmediato.
El foco (en todas los acepciones del término) está en el coro Intermezzo. El Teatro Real no tiene, como la mayor parte de óperas mundiales, cuerpos estables que dependan administrativamente de él. En el foso está la centenaria (y actualmente en estado de gracia) Orquesta Sinfónica de Madrid, titular del coliseo, pero de gestión independiente. En el caso del coro, es el Coro Intermezzo, que se ha consolidado como uno de los mejores de ópera de Europa, el que ejerce de titular de la casa.
Si hace una década alguien se hubiera atrevido a decir esto de un coro de ópera en España, la carcajada aún estaría sonando entre los aterciopelados palcos europeos. Pero es la realidad: hoy podemos decir que el Coro del Real es uno de los mejores que nos podemos encontrar en el viejo continente. En nuestras manos está que ese titular cambie, solo por el ansia de buscar a ese hombre que se atreva a morder al perro.
En el reciente montaje de Siegfried, para poder mantener la distancia de seguridad entre los músicos sin tener que reducir el número instrumentos que requiere la partitura wagneriana, los palcos de platea se habilitaron como foso.
Mientras tanto, mientras esto no ocurra, disfrutemos, y presumamos, orgullosos, de que el Teatro Real, nuestro teatro de ópera, es ejemplo, y faro, de la cultura segura. Madrid es de las pocas ciudades del mundo donde podemos ir a la ópera, porque es de las pocas temporadas que se han mantenido prácticamente sin tocar.
Estaría bien que, por una vez, dejemos de ‘ejercer de españoles’ y usemos un lenguaje un poco más sensato y constructivo. Informar no es sinónimo de destruir. Porque igual, cuando nos demos cuenta de lo que estamos haciendo, nos pase como a Germond con Violetta y tengamos que escuchar eso de «è tardi»…