Habrá que aprenderse estos nombres, porque parece que vienen con fuerza. El apellido alemán de Juliane Stolzenbach Ramos costará más aprender a pronunciarlo, pero los de Francisco Gracia, Ramiro Maturana, Juan Ramos, Vanessa Cera, Paola Leguizamón y Miriam Silva son más sencillos. Todos ellos tienen lo necesario para convertirse en príncipes y princesas de la lírica, a tenor de lo visto (y escuchado) en La Cenicienta (Cendrillon) que vimos el fin de semana (el 23 de noviembre son funciones escolares) dentro del proyecto El Real Junior del Teatro Real.
Se trata de la puesta en escena de la poco conocida ópera de salón de Pauline Viardot (se celebra el bicentenario de su nacimiento) sobre el célebre cuento de Perrault que inspiró, entre otros, a Rossini o a Massenet para sus óperas (precisamente La Cenerentola de Rossini inauguró la temporada del Real el pasado mes de septiembre). Una obra corta, para piano, de una hora de duración que al Real subió a escena en una divertida y delicada producción con dirección de Guillermo Amaya y una ingeniosa escenografía de Pablo Menor. La dirección musical corrió a cargo del pianista Francisco Soriano, al mando del único instrumento, responsable de llevarla no a buen, sino a excelente, puerto. El colorido vestuario de Raquel Porter completó los ingredientes para la receta perfecta de un montaje que fascinó –no solo– a los niños, por lo que resultó redondo para iniciar en el mundo de la ópera a un público tan necesario como difícil de seducir. Una función para peques que, sin embargo, enganchó a los adultos.
El príncipe, el tenor Francisco Gracia, encuentra a su princesa, la soprano Juliane Stolzenbach, que da vida a Cenicienta. Tras ellos, Juan Ramos, como el conde Barrigulo.
Se trata de un proyecto del Programa Crescendo de la Fundación Amigos del Teatro Real. Por decirlo de una manera simple, una especie de Operación Triunfo de la ópera, pues los jóvenes cantantes que se forman gracias a ese programa (la gala benéfica Fusión, celebrada hace unos días, fue para recaudar fondos para ello) tienen el ‘premio’ de participar en producciones de la casa, gracias a lo cual consiguen la visibilidad necesaria para tener un trampolín e iniciar sus carreras en el mundo de la lírica.
Los sietes protagonistas de esta obra tan deliciosa como desconocida vienen, como decimos, pisando con fuerza y, sobre todo, con muchas ganas. La soprano Juliane Stolzenbach Ramos es una maravillosa Cenicienta con una voz clara y perfecta para el rol protagonista. Pero el resto no se queda atrás. Gran presencia escénica y voces ideales para todos los papeles. El tenor Francisco Gracia es un estupendo (y guapísimo) príncipe; Ramiro Maturana, barítono, da vida al barón Pictordiú que tiene una más que ambigua relación con el conde Barrigulo, con un dúo estupendo, que interpreta Juan Ramos, un joven tenor. Vanesa Cera y Paola Leguizamón son las ‘odiosas’ hermanastras, con momentazos ‘reguetoneros’ con estética entre Rosalía y premios Grammy Latinos; estupendas ambas. Y Miriam Silva es una brillante hada madrina que nos adelanta que en poco podría ser una más que buena reina de la noche mozartiana.
Arriba, Vanesa Cera y Paola Leguizamón, las dos hermanastras de Cenicienta. Abajo, las tres protagonistas antes de ir al baile.
Funciones así solo nos dan alegrías. La puesta en escena de esta deliciosa obra estrenada en 1904 es la perfecta excusa para volver a sentirnos como niños, para disfrutar de la ópera sin corsés; para olvidarnos de esas caras de estreñidos que ponemos los adultos cuando queremos hacernos los interesantes. Una vez más, los niños –en este caso con la ayuda de los jóvenes– nos vuelven a poner en nuestro sitio. Bravo por todos ellos, por los artistas y por el público.
Juliane Stolzenbach Ramos (La Cenicienta), Francisco Gracia (El príncipe encantador) en un momento de este delicioso montaje dirigido por Guillermo Amaya.