José Pérez Ocaña, más conocido como Ocaña, fue un pintor y artista sevillano, concretamente de la localidad de Cantillana, cuyo espíritu innovador, transgresor, valiente y libre marcó una época. En los años 70, retrataba la masculinidad frágil y la necesidad social de colgar etiquetas a través de un documental de Ventura Pons titulado Ocaña, retrato intermitente. Un discurso que, cincuenta años después, sigue siendo relevante. Su manera de vivir y de expresarse sin miedos ni engaños le convirtieron en uno de los mayores referentes para el colectivo LGTBIQ+.
Más de 40 años después de su fallecimiento, ocurrido el 24 de marzo de 1983, el pionero activista está volviendo a recuperar su figura como icono de resistencia durante el franquismo gracias a documentales como Yo, Ocaña estrenado en el programa de Televisión Española, Imprescindibles. Además, en Cantillana le rinden homenaje con un «museo» dedicado a su vida y su inmensa obra.
Se trata de un pequeño e íntimo rincón donde se ha expuesto y venerado su obra, el restaurante Casa Ortiz, vino y viandas, fundado por su hermana María Luisa y su cuñado Manolo Ortiz. Ahora está gestionado por sus hijos, es decir, los sobrinos de Ocaña, Manolo y Juan Jesús Ortiz, que han conservado e impulsado con sencillez y maestría la memoria de su tío. En sus paredes, frases icónicas del artista como “Lo más importante es hacer el amor, follar y luego pintar” o “El travestismo es un arte visual” conviven con sus cuadros, en los que combina paisajes de pueblo, iglesias, lunas y flores, entre otros elementos.
Un artista que paseaba por Las Ramblas con un vestido y sin calzoncillos, y en algún punto de ese paseo, levantaba su ropa para mostrar su cuerpo desnudo. Una manera de enseñar su libertad, que reivindicó toda su vida. En Ocaña, retrato intermitente, Ventura Pons le preguntaba por qué no se quitaba la ropa, a lo que Ocaña respondía “No soy travesti, soy teatrero”. Y añadía: “Mis ojos ven la alegría y la tristeza y las cosas del mundo que hay en la gente marginada. Yo soy un marginado, como las putas, los chulos, los maricones; aunque soy pintor me puedo meter en su mundo, me encanta y me fascina”. Ocaña se empezó a definir como “libertataria” con el objetivo de distanciarse de la ortodoxia anarcosindicalista, en la que nunca llegó a creer.
Casa Ortiz estrena carta nueva cada dos semanas, excepto algunas tapas que siempre se mantienen a petición de su clientela más recurrente. Los sobrinos de Ocaña cuentan que entre semana pueden encargarse ellos dos solos del local, pero los fines de semana necesitan a media docena de profesionales porque les visita mucha gente. Uno de los platos imprescindibles en esta carta del restaurante Ortiz, cuyo nombre aparece con la peculiar caligrafía de Ocaña, es el pincho casero: “Necesitamos 16 kilos a la semana porque sale muchísimo”.
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Así, Ocaña sigue vivo no solo a través de su arte sino también en la memoria colectiva de aquellos que lo conocieron y de quienes continúan descubriendo su legado revolucionario.