Quien no arriesga no gana nunca. Es algo tan obvio que tiene que ser recordado, porque suele olvidarse. Y el Teatro de La Zarzuela ha decidido arriesgar, incluso con el inevitable peligro de equivocarse. Tras el tropiezo de Pepita Jiménez con el que comenzó la temporada, ahora sale airoso con esta recuperación de El potosí submarino, de Emilio Arrieta. Es una obra que, tras su estreno en 1870, vivió un lustro ininterrumpido de éxitos, pero después cayó en el olvido. Hasta hoy que, de la mano de Rafael R. Villalobos, vuelve con esplendor renovado.
Lo primero que habría que destacar de esta recuperación actualizada es el profundo respeto que tiene Villalobos por el género. Es una zarzuela ‘como las de antes’ porque, si bien es cierto que el libreto es prácticamente nuevo, está escrito de tal manera que no lo parece, en verso, con coplas y ripios al estilo de esos años dorados de la creación zarzuelística. En este caso concreto tiene el estilo característico de las obras maestras del género chico, pero con estructura de zarzuela grande en tres actos.
El director ha cambiado por completo el texto hablado, trasladando la acción de esos convulsos años de finales del XIX a los no menos convulsos finales del XX, en concreto a 1993, una época de excesos, corrupción y dinero fácil, en la que, en palabras del director y adaptador, «todos querían hacerse ricos». Los textos cantados se han mantenido prácticamente igual, con algún pequeño añadido. Y la obra, con el nuevo texto, puede seguir llamándose, como en su estreno, «zarzuela cómico fantástica de gran espectáculo en tres actos y en verso».

El Teatro de La Zarzuela recupera El potosí submarino, de Arrieta, que llevaba 130 años sin representarse. Foto: Elena del Real.
Villalobos crea una nueva historia en la que aparecen personajes icónicos de esos años con un extenso –quizá demasiado– texto en donde salen a la palestra los protagonistas de la ‘cultura del pelotazo’, muchos de los cuales hoy siguen de actualidad. Al público joven, los centennials o alfa que se acerquen al coliseo de la plazuela de Teresa Berganza, esa historia le sonará tan a pasado que el texto recitado no les va chirriar nada con el cantado, precisamente por ese respeto del director y libretista de afrontar esta actualización como una zarzuela ‘de las de antes’. Para los que vivimos esos años, es una especie de revival nostálgico, con guiños y momentos realmente divertidos.
Muchas de las zarzuelas de esos gloriosos años de finales del XIX y de las primeras décadas del XX fueron compuestas como una crítica a lo que ocurría entonces. Era en tiempo real, no mirando hacia atrás. Se cuestionaba al poder político cuando esos mismos políticos estaban en el poder. Era valiente, plantaba cara. Cuando se hace con mirada al pasado, pierde fuerza: lo realmente valiente sería sacar los colores al que manda cuando manda, y cuando está sentado en el patio de butacas. Eso es en lo que fallan las obras de nueva creación; les falta ese coraje de enfrentarse al poder real.
No estamos ante esa situación, porque Villalobos lo que está haciendo es adaptar una obra rescatada a una época reciente y, además, lo hace con evidentes guiños al presente, a noviembre de 2025. Pero sí ocurre con otras obras como, por ejemplo, Policías y ladrones [estrenada en 2022 tras varios aplazamientos], que nació vieja, criticando una trama corrupta, la Gurtel, cuando sus responsables estaban ya en la cárcel. También es cierto que, en los tiempos actuales, las cosas van tan rápido que es imposible crear algo pegados a la actualidad.
Comunión total entre foso y escena
Y es en eso en lo que también gana muchos enteros El potosí submarino: Villalobos no solo ha actualizado los textos para hacer los nuevos ‘como los de antes’, sino que hace activismo al defender la zarzuela grande, en tres actos, con dos descansos, huyendo de la tiranía del lenguaje vertiginoso de las redes sociales. Y eso se nota en el resultado final con una cuidadísima dirección, en la que todo el elenco está estupendo tanto en el plano canoro como actoral.
Se nota que esta función se ha cocido a fuego lento entre Iván López Reinoso, director musical, Rafael R. Villalobos, director de escena (también libretista y figurinista) y todo el reparto. Se nota, y mucho. No es fácil para cantantes líricos enfrentarse a textos tan largos, y el resultado no puede ser mejor. Unos estupendos Manel Esteve (como el estafador doctor Misisipí), Carolina Moncada (Celia, su prometida), Alejandro del Cerro (Cardona, un golfo), María Rey-Joly (Perlina, una vedette, que aquí es un clon de Bárbara Rey), Juan Sancho (Príncipe Escamón), Marina Fita Monfort (Caracolina, una velocipedista) o Rafa Castejón llevan a muy buen puerto a estos personajes que cantan (y muy bien) el libreto original de 1870 de Rafael García Santiesteban, mientras defienden (también muy bien) la nueva dramaturgia de 2025 de Villalobos.
Como curiosidad, ha creado un nuevo personaje, Marcelino, con doble personalidad, para la polifacética drag Hugáceo Crujiente, que en el programa figura como Hugo Díaz, en un recuerdo que se hace sobre el polémico caso Arny. Un nuevo libreto muy bien hilado con la trama original que peca, quizás, de querer contar demasiadas y muy diversas cosas, algo que ralentiza la acción.
Esta desconocida obra de Arrieta regresa a lo grande descubriendo una partitura estupenda, en la línea de las obras de esos años, que combina la música popular del momento con los aires nuevos que venían de Europa y de la opereta francesa. López Reinoso, al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del foso de La Zarzuela, tiene una comunión perfecta con el escenario. Una delicia descubrir así esta obra. Pero la otra gran sorpresa de esta obra son sus estupendas las partes corales, quizá lo mejor de la partitura, que el Coro Titular del Teatro de la Zarzuela borda a las órdenes de Antonio Fauró.
Definitivamente, todo se ha cocido a fuego muy lento entre todos los que forman parte de este proyecto que da una nueva vida a una zarzuela de 1870, pero reescrita ‘como las de antes’ con un tema de hoy.


