Dicen que esta ciudad es preciosa para ir en moto. Por eso, la noche que nos conocimos, él me propuso dar una vuelta y yo me dejé llevar. Llevaba apenas tres horas en la ciudad, agosto había dejado una Barcelona casi sin coches y la noche era extremadamente calurosa.
El calor caía sobre nosotros dejando un reguero de sudor que recorría nuestros cuerpos. El primero de los semáforos se puso en verde y comencé a notar, por la velocidad, el aire en la cara. Vía Layetana estaba vacía a aquellas horas y el alcohol de las tres cervezas que nos habíamos tomado antes comenzaba a correr por mis venas como la moto por el asfalto.
La proximidad me hizo sentir su olor a perfume. A penas nos conocíamos. La agarradera de la moto estaba caliente y yo ansiaba acercar mi nariz a su cuello para oler su aroma. Sin que se diera cuenta, fui acercándome a él y aspiré profundamente aquel olor que me cautivaba.
“Puedes cogerme de la cintura, si quieres”, me dijo y yo, como un autómata, llevé mis manos hasta sus caderas. La camisa que llevaba bailaba al viento y noté en mis manos su piel y la cinturilla de sus slips. Antes, en el bar, ya me había imaginado su cuerpo, había fantaseado con su piel, me había imaginado recorriendo su torso con mis dedos.
Quizás por eso, cuando él aumentó la velocidad y su camisa tomó más vuelo, subí mis manos hasta su musculado pecho. Me excitó su dureza al tacto, la suavidad de su cuerpo. Creo que bordeábamos la Barceloneta cuando con delicadeza apoyé mi barbilla en su hombro.
En el único semáforo que recuerdo, noté como detenía la moto y ponía sus manos en mis piernas. Con dulzura acarició mis muslos y yo le respondí volviendo a poner mis manos sobre su pecho.
La ciudad estaba silenciosa. No nos habíamos cruzado con ningún coche y la temperatura del ambiente había bajado mientras la temperatura de nuestros cuerpos aumentaba. Su cabello rubio sobresalía levemente por debajo del casco y con cariño acaricié sus mechones con mi mano.
Hasta la fuente de la glorieta del Puerto Olímpico parecía brotar con mayor alegría a nuestro paso. Agosto se escapaba lentamente entre nuestros dedos y yo pensé que me estaba enamorando. Por un momento, recordé Vacaciones en Roma y, como si de una película en blanco y negro se tratase, apoyé mi cabeza en su hombro y cerré los ojos.
La ciudad olía a calor y a verano, a playa, a sexo, a amor y a perfume y, sin saber cómo, nos perdimos. De su corazón, como de esta ciudad, nunca he sabido encontrar la salida.
Dicen que esta ciudad es preciosa para ir en moto. Su corazón es ideal para ir cogidos de la mano.
‘Este no es otro verano gay’
relatos cortos de verano escritos por Jordi Tello,
conocido en las redes como ‘El poeta de los instagramers’
los fines de semana de agosto en shangay.com
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