…Estaba seriamente perjudicado por el alcohol. De forma efusiva se abrazó a Fernando y a mí, pero recibimos el abrazo con tanto cariño que nos pareció que estábamos abrazando a alguien que conociésemos de toda la vida. Sin separarse de nosotros en toda la noche, nos presentó a la mayoría de los invitados a la fiesta y se encargó de hacernos sentir como en casa en todo momento. No hace falta decir que el alcohol corrió tanto para nosotros como para él; en exceso. Y cuando pasadas las seis de la madrugada lo metíamos en su coche para que lo llevasen al hotel, Marc nos pidió por favor que le acompañásemos porque quería contarnos algo.
Al abrir las puertas de la habitación que ocupaba en la última planta del hotel donde estaba hospedado, vimos que la estancia le servía de hogar y de taller, pues múltiples herramientas de trabajo se repartían desordenadas por toda la habitación. Mesas, sillas y cómodas, albergaban obras a medio acabar, mazos, cinceles y restos de cobre. Borracho como estaba, todavía fue capaz de servirse un whisky y comenzar a relatar la historia que, según él, jamás había contado a nadie.
La magia y la creatividad de Marc Monerí se esfumaron aquella noche cuando nos contó que sus obras no eran producto de sus innumerables golpes de mazo a la marmolina sino que, para crear semejante realismo, lo que hacía era utilizar órganos humanos de verdad y que, tras someterlos a diferentes procesos químicos, los recubría con el cobre que ocultaba la verdadera naturaleza de las obras. Como un niño, se echó a llorar sobre nosotros explicándonos que su escultura titulada Riñón era, en realidad, su propio riñón. Pues, culpable como se sentía de la muerte de su hermano, se hizo extirpar un riñón para quedarse únicamente con el que su hermano le había donado.
Sin saber qué decir, se durmió en nuestro regazo como el niño que queda tranquilo al relatar sus fechorías, sus ojos azules se habían cerrado.
Desperté pasadas las doce del mediodía, desnudo junto a Fernando, en una cama tamaño king size mientras Marc Monerí nos miraba, sentado en el sofá, con sus profundos y cálidos ojos azules. “Feliz año nuevo”, dijo al verme levantarme. Me acerqué hacia él y, dándole un beso en la mejilla, le deseé también feliz año nuevo antes de dirigirme al baño. Aquella sería la última vez que viese a Marc porque cuando salí de la ducha Fernando aún dormía y de Marc no había ni rastro en toda la habitación.
Cinco días después, el día de Reyes de aquel mismo año, un mensajero nos traía a casa un paquete con una pequeña tarjeta firmada por Marc en la que se podía leer: “Para Fernando y Jordi, con mis mejores deseos”. Al desenvolver el paquete descubrimos su escultura Riñón y no pudimos hacer menos que mirarnos a los ojos y sentir cómo un escalofrío recorría toda nuestra espalda.
Tardé varios días en convencer a Fernando para volver al hotel y agradecerle a Marc el detalle que había tenido con nosotros, pero cuando llegamos a la puerta de la habitación, que Marc continuaba ocupando, no nos hizo falta picar. A través de la puerta entreabierta pudimos ver, al empujarla suavemente, que la habitación, pese a seguir estando alquilada por Marc, no contenía absolutamente nada, incluso los muebles del hotel habían desaparecido.
No volvimos a ver a Marc y cuando, por curiosidad, cotilleábamos los periódicos para ver si hablaban de su colección, siempre descubríamos que Marc y su exposición también se habían esfumado de las secciones de arte. Podríamos haber pensado que todo había sido producto de nuestra imaginación si no fuese porque sobre el mueble de nuestro comedor descansaba la escultura Riñón que Marc Monerí nos había enviado aquel día de Reyes y que dejaba constancia de su paso por esta vida y por la nuestra.
Fue hace cosa de un mes cuando, tomando algo con un amigo enfermero en un bar de ambiente de Barcelona, salió la conversación sobre un joven escultor que había muerto por un fallo renal al no encontrar un donante compatible con él. No nos hizo falta ni a Fernando ni a mí preguntar el nombre del escultor. Los dos nos quedamos de piedra al pensar que el riñón que le hubiese salvado la vida a Marc Monerí se encontraba petrificado y cubierto de cobre sobre el mueble de nuestro comedor.
La semana que viene se reinaugura, en la galería de arte de la calle Petritxol, la exposición Órgano y cobre de Marc Monerí con todas sus obras excepto Riñón, una obra que tampoco está ya sobre el mueble de nuestro comedor sino que descansa donde siempre hubiese tenido que estar; junto a Marc.
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