Hace unos días, tras ver al séptimo chulo posando en el gimnasio gracias a los “me gusta” y retuits de mis amigos en redes, se me ocurrió publicar un tuit en el que animaba a todos esos hombres gais que únicamente publicaban fotos en el gimnasio a que probasen a publicar un libro, un restaurante, un escaparate, un concierto, un paisaje…
Acto seguido, como si tuviera una alerta de Google, entra el hombre gay blanco occidental, y bien trabajado en el gimnasio, a defenderse del ataque. Para mí no es un ataque visibilizar aquellas cosas que no me gustan dentro de mi propio colectivo. Les parece fatal que polemice sobre el modelo de masculinidad y corporalidad del hombre gay porque ellos van al gimnasio y sienten mi comentario como un ataque personal. Error.
Si la primera vez que una amiga me afeó un comentario machista, aunque jamás me hubiese planteado que lo fuera, me lo hubiese tomado a la tremenda, en lugar de analizar las razones de su crítica, lo mismo aún hoy estaría repitiendo el mismo error. Si hay un tema intratable en el colectivo de hombres homosexuales es el de la corporabilidad y el modelo de masculinidad que subyace.
Ese tema es tabú y solo unos cuantos nos atrevemos a cuestionarlo ante un ejército de hombres gais que acuden al gimnasio –las razones por las que acuden es lo que daría para escribir un ensayo– y que sienten nuestros comentarios como un insulto o, lo que es peor, una rabieta propia del que desearía un cuerpo como el suyo y no lo tiene. Sus argumentos son tan simplistas que piensan que es que no nos gustan los cuerpos trabajados. Pues sí, me gustan. Y también me gusta Mecano y soy capaz de reconocer que en la ‘mariconez’ había homofobia interiorizada.
Asociamos un tipo de cuerpo a la masculinidad y entendemos que ese es el cuerpo deseable y deseado porque es lo que recibimos a través de los estímulos. El sistema está estructurado alrededor de una idea: la felicidad como meta.
“Si hay un tema intratable en el colectivo de hombres homosexuales es el de la corporabilidad y el modelo de masculinidad que subyace”
A partir de ahí, todo está enfocado para comercializar esa felicidad. Desde tu casa hasta tu coche. Y, desde hace varios años, también tu cuerpo. Y la población gay española, que viene de una sociedad que nos condenaba a la infelicidad solo por nuestra orientación sexual, encuentra en su reafirmación física un valor que les hace deseados y deseables y, a partir de ahí, la felicidad parece más próxima.
El subtexto está claro: “es más sencillo que encuentres al hombre de tus sueños si estás igual de bueno que estos señores que ves en Instagram”. Y nosotros, que hemos habitado los márgenes del deseo, nos apuntamos en masa a los gimnasios, nos ponemos a dieta, mostramos nuestros cuerpos como trofeos e incluso alguno hay que rechaza al “no similar” porque no puede tolerar que alguien que se quiera con sus kilos y sin músculos, que no sufra lo que él está sufriendo por mantener ese cuerpo, intente seducirle. Como si el bíceps les diese estatus y el estatus les hiciese clasistas.
La hipersexualización, el deseo, serían discursos y actitudes válidas siempre y cuando mostrasen, en proporcionalidad e igualdad, la diversidad de un colectivo masculino al que se le llena la boca con esa palabra pero que únicamente se visibiliza de una manera. Y lo que encierra esa manera, algunos vamos a seguir cuestionándolo aunque a todos los “gais de gimnasio” os suene la alarma de Google.
Ilustración Iván Soldo
PACO TOMÁS DIRIGE Y PRESENTA EL PROGRAMA WISTERIA LANE EN RADIO 5, Y ES GUIONISTA DE LA SERIE NOSOTRXS SOMOS. SU ÚLTIMO LIBRO ES ALGUNAS RAZONES.