En los últimos años, Madonna parecía oprimida por su propio imperio. El pueblo la abucheaba por haber perdido contacto con las masas y la reina del pop se autoguillotinaba con el filo de seguir siendo relevante. Pero tras llamar a la revolución en su anterior gira, Rebel Heart Tour, se dio cuenta de que, en realidad, los verdaderos cambios se tenían que operar dentro de sí misma.
Como una ‘gataparda’ del pop, tenía que cambiarlo todo para que nada cambiara, para volver a ser ella misma y reunificar todas sus piezas, esparcidas en sus últimos tres discos, desparramados en busca de un cuerpo común ausente.
Contra pronóstico, su exilio lisboeta, pese a que esa angustiosa retransmisión minuto a minuto en Instagram auguraba lo peor, fue mano de santo. Allí recuperó la fertilidad y engendró de manera natural Madame X, el himno a ir a su bola (“o caminho é solitário” en Killers Who Are Partying) y su declaración de independencia de sí misma (“a mix of lucidity and craziness”, en Extreme Occident) que ahora se completa con la deslumbrante propuesta escénica del Madame X Tour.
Diseñado a modo de minirresidencia en varias ciudades estadounidenses y europeas (cruzará el charco en 2020), ya hemos podido verla en Nueva York. Y del “cambiarlo todo” hay que avisar que uno puede ir olvidándose de lo que pensaba que eran señas de identidad fundamentales de la diva.
No baila tanto, el vestuario no es tan sorprendente, no reinventa casi ninguna canción (Human Nature, Vogue y Frozen emergen en sus fórmulas clásicas y pincha la reformulación de dos de sus mejores nuevos temas, Future y Crave) y no ha grabado nuevos vídeos, reciclando incluso el Like a Prayer de Mary Lambert para expiar sus pecados eurovisivos, y reivindicando su autocensurado vídeo de American Life.
Aunque se centra de manera indudable en el material nuevo, Madonna ya no huye de su pasado, no se obsesiona con el futuro y simplemente vive el presente. ¿Quién es Madonna hoy? ¿Cuáles son los retos y oportunidades de su aquí y su ahora? La respuesta es tan complicada que ella ha inventado varias identidades que en el concierto se desgranan en forma de activista política (con God Control y Dark Ballet), espía gélida (donde además de en Vogue brilla especialmente en I Don’t Search I Find), batukeira-fadista (maravillosos e íntimos los números de Crazy y la versión de Sodade de Cesária Évora) y, finalmente, la Madonna que mezcla churras con merinas sin ton ni son y pasa del desierto de Come Alive al apocalipsis de Future y el gospel de Like a Prayer).
Todo hilado con mayor sentido de la teatralidad que del fuego artificial, con inteligentes juegos de iluminación y los temibles monólogos, que hacen la función de interludios e incluso se incorporan al cambio de vestuario, por lo que no llegan a molestar ni a comer terreno a la Madonna musical, de toda la vida mejor que la Madonna actriz.
Pero la gran noticia de este Madame X Tour es que Madonna ha reorganizado sus energías. No está tan ágil como antes, pero ha agudizado su ingenio escénico. Ha salido a buscar qué está pasando en la danza y el teatro internacionales, y ha apostado una madurez visual que emancipa su arte del mercado, con ecos de videoarte y con coreografías herederas de compañías como el Nederlands Dans Theatre, al que fue a ver hace dos años en Nueva York y le encendió la bombilla.
Busca la manera de optimizar el dramatismo en un escenario menos espectacular, pero más polivalente y efectivo. Y explota esa soledad que, igual que le dejó su fracasó sentimental con Sean Penn y alumbró una época clave en su camino al pop adulto, le sobrevino cuando decidió emigrar, por muchos millones que se llevara con ella, y le concilió con la serenidad creativa que define aún más esta gira que el excelente disco en el que se apoya.
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Madame ❌ is looking forward to seeing you tonight! 🎭 🎭 #madamextheatre #bam
Y es que viendo Madame X Tour, uno se da cuenta de que quizá la inseguridad que tenía Madonna en los últimos años era debida a que era más que consciente de que su discurso se estaba agotando, que no tenía tanto que ofrecer. La puesta a punto de su imaginario, la verdadera reinvención interior late ahora con fuerza en un directo que, no por menos apoyado en todo tipo de trampas vocales, suena menos hermoso. Y Madonna lo defiende satisfecha, pisando fuerte y renovando el contrato con la leyenda, introduciendo enmiendas y nuevas cláusulas.
El número de Frozen, en el que apenas se mueve y su presencia se reduce a una miniatura en comparación con la gigantesca Lourdes María de la proyección, es el manifiesto de esa nueva Madonna. La que cede espacio, la que ha aprendido a delegar, la que entiende que no es perfecta pero brilla en la transparencia de su imperfección. La Madonna sostenible, por usar una palabra de moda. La que no vive en tensión por revertir el paso del tiempo, sino que exhibe con orgullo un patrimonio que sigue vivo y en constante evolución.
Por supuesto que a su propuesta pueden sacársele peros. Por supuesto que la arenga política de la millonaria es inconsistente. Por supuesto que la apropiación cultural es su marca de la casa, y por supuesto que la dueña de la libertad ha decidido prohibir el uso de los móviles en sus conciertos. Pero Madonna vuelve a conseguir que no nos importen sus delirios y que nos rindamos a su magnetismo sin excusas. Y desde su nuevo trono, el de la Madame X mecanógrafa que sirve de hilo narrativo para todo el espectáculo, escribe las nuevas reglas de la república independiente de Madonna.
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Wild is the World…………….And Lonely is the Path……..❌ #killers #Madamextheatre #bam.