Si Robert Carsen terminaba su Das Rheingold el año pasado con Wotan caminando hacia el Valhalla mientras al fondo del escenario caía una nieve blanca y limpia, ahora comienza su Die Walküre con una nieve sucia y siniestra, propia de la maldición que conlleva el hacerse con el oro del Rin. Y la termina con fuego, ese fuego que va rodear a su hija Brünnhilde, su valquiria preferida, hasta que alguien la despierte. Un castigo propiciado por el hecho que desobedeció sus órdenes. Todo por ayudar a escapar a Sieglinde, que en sus entrañas lleva el fruto de ese amor incestuoso, prohibido, que surgió, precisamente, bajo la nieve. Y por intentar salvar a Siegmund de la muerte…
El Teatro Real continúa con El anillo del Nibelungo, la más magna –no importa nada la redundancia– obra de toda la historia de la ópera. El sueño de Wagner es un orgasmo musical que debe de ser una de las experiencias terrenales que más cerca del cielo pueden situar al ser humano. Sobre todo si suena como Pablo Heras-Casado consigue hacer sonar a la Sinfónica de Madrid. Una función redonda que consigue que el público se vuelque con su orquesta, nuestra orquesta, desde el primer y maravilloso acto. Y ya hasta el final. Casi cuatro horas de música sublime que, en este caso, llevan a una experiencia cuasi religiosa. El Real parecía la Ópera de Múnich, donde se escucha a Wagner con un respeto que impone.
Adrianne Pieczonka (Sieglinde), Stuart Skelton (Sigmund soberbio) y René Pape (Hunding) en el primer acto de Die Walküre. [Fotos: Javier del Real]
Carsen es uno de los mejores directores de escena que hay en el mundo. Muy pocas veces saca los pies del tiesto. Y Heras-Casado –principal director invitado del Teatro Real– es una ¿promesa? wagneriana al que se rifan los mejores teatros del mundo y que dirige en Madrid su primer anillo. Igual ya es más que promesa. El tándem es perfecto –como se demostró en Das Rheingold– sobre todo cuando, además, se cuenta con un reparto como este. Stuart Skelton (un Sigmund soberbio), Adrianne Pieczonka (una Sieglinde delicada pero con una fuerza brutal) y René Pape (un Hunding de alto voltaje) consiguen llevarnos en el primer acto a nuestro Valhalla particular. A partir de ahí todo va a más con Tomasz Konieczny (Wotan) Ricarda Merbeth (Brünnhilde) y las ocho valquirias restantes. Daniela Sindram también crea una potente Fricka, mujer de Wotan y la causante de toda la tragedia.
Como decimos, El anillo del Nibelungo es la obra más potente que pueda existir. No hay nada comparable a ella. Carsen, que bajó a los subsuelos del Rin en el Das Rheingold que el Real programó la temporada pasada, crea ahora un espectáculo magistral, cruel y delicado a partes iguales, y con un repartazo que nos hace soñar que estamos en Bayreuth. Wagner es una religión en sí mismo. Con anillos así, cada vez habrá más fieles.
Esta función de La Valquiria termina con Wotan caminando hacia el fuego. Tendremos que esperar al año que viene para ver como empieza Siegfried, un ser concebido en Die Walküre, fruto de un amor incestuoso, provocado por la maldición del los dioses por jugar, precisamente, con fuego, por jugar con ese oro del Rin que no debía haberse tocado. Nos quedan aún dos porciones de la tarta de este maravilloso regalo musical. Pero habrá que esperar a la temporada 20/21, y a la 21/22 para El ocaso del los dioses.
Mientras tanto, el ‘festín wagneriano’ continúa en febrero con estas funciones y, en marzo, con la proyección de la película Los Nibelungos, de Fritz Lang, completamente restaurada, y con la Orquesta Titular del Teatro Real (la Sinfónica de Madrid) tocando en el foso.
Tomasz Konieczny (Wotan) Ricarda Merbeth (Brünnhilde). Un reparto de altura para la primera parte de El anillo del Nibelungo, que se representa en el Real tras el prólogo, Das Rheingold, que pudimos ver la temporada pasada.