El sábado pasado, el suplemento Loc de El Mundo publicaba, a doble página (y este dato es importante para aquellos no millennials que sabemos el realce que se le quiere dar a un tema en prensa cuando se le dan dos páginas), que Stefano Sannino era el “heredero del glamour de las embajadas”. Un hecho completamente cierto, porque entre las muchas cosas que tiene el embajador de Italia en España, una de ellas es glamour, una virtud que suele ir acompañada de una exquisita educación. Se trataba de un muy documentado artículo de María Eugenia Yagüe en el que también hacía un repaso por tres embajadas con diplomáticos gays que han pasado por Madrid en los últimos años, dos de los cuales ya están en otros destinos: Francia, con Jèrôme Bonnafont al frente; Estados Unidos, con James Costos y, ahora, Italia, con Sannino.
En El País, ese mismo sábado, Boris Izaguirre hacía un repaso, en su crónica semanal, de la fiesta de Fin de Año que el embajador había celebrado en el imponente palacio del barrio de Salamanca, que es residencia y embajada a la vez. La mezcla de gente, de la que también se hace eco Yagüe en su crónica, es reflejo de la personalidad del representante de Italia en nuestro país: la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada, los políticos Iñaki Oyarzabal (PP) o el catalán Santi Vila (que se apeó del proceso separatista porque se lo había pedido su novio), el propio Boris o Alfonso Díez, viudo de la recordada duquesa de Alba, cuya hija, Eugenia Martínez de Irujo, nos acaba de dar una atrevida entrevista en la que habla de la nobleza y el mundo gay y que ha tenido muchísima repercusión.
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La Embajada de Italia también suele ser noticia por la cantidad de fiestas, almuerzos, cenas o presentaciones que se organizan en sus salones o en su impresionante jardín, todo un pulmón verde en una de las zonas más caras de Madrid. A esas citas acuden los personajes más cotizados del papel couché, que luego copan las páginas de las revistas del corazón y de las de moda, que cada vez son más de corazón. Pero no nos engañemos, esas fiestas son eventos de firmas o medios de comunicación que alquilan el recinto y que sirven para que Stefano Sannino pueda remozar un palacio que no es tan histórico como muchos puedan pensar (es de la primera década del XX, eso sí con una estética entre neoclásica y neobarroca que lo hace único y espectacular) y que estaba muy deteriorado cuando el embajador tomó posesión de su cargo, hace casi dos años. Con estas fiestas del mundo rosa, Sannino ha saneado las palaciegas estancias que sirven de encuentros diplomáticos y de punto de reunión entre ambos países, y como escenario de importantes eventos culturales bilaterales.
Pero además de estos eventos de photocall, el mérito que tiene Sannino es haber abierto la embajada a un mundo que no es rosa, sino activismo LGTBI puro y duro. Sin despeinarse, y sin dejar de sonreír, a todos los eventos de la embajada (no a las citadas fiestas de empresas a las que él no convoca) junto con los tradicionales invitados a ese tipo de actos del mundo diplomático hay una amplísima representación de todos los sectores del colectivo. Son muchos los que podrán decir que esto no es nada nuevo, pues el mundo gay siempre ha sido ‘carne de embajada’, aunque hasta hace muy poco fuera de forma descaradamente encubierta. Pero lo destacable es que, desde que tomó posesión del cargo, los sectores más desfavorecidos (transexuales o muchas personas rechazadas de sus núcleos familiares por ser LGTBI) comparten cóctel pisando, con el mismo derecho y la misma fuerza, las imponentes alfombras de la Real Fábrica que las señoras que llevan años luciendo esmeraldas con taconazo. Ha entrado otro tipo de stiletto en la embajada y eso es lo que hay que destacar.
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Cierto que los otros dos citados embajadores gays rompieron moldes en su momento. Pero no es menos cierto que Stefano Sannino ha llegado más lejos. Mucho más lejos. No se trata solo de dar visibilidad al colectivo o sacar pecho –y bandera arcoíris– en un mundo que, aunque lleno de gays, nunca lo había hecho de forma tan evidente como ha ocurrido tras la llegada de Bonnafont a la embajada de Francia. Con Costos se dio otro (importantísimo) paso cuando los reyes Felipe y Letizia fueron recibidos por el embajador y su pareja, el decorador Michael Smith, en su mansión de Los Ángeles. Todo eso está muy bien y ha sido muy necesario. Pero no deja de ser, por decirlo de una manera muy entrecomillada, para evitar malos entendidos e innecesarias suspicacias, ‘mariconeo de alto standing’. Sannino ha bajado a la calle, ha preguntado, se ha informado, ha visto cuál es la realidad LGTBI en España, y ha tardado medio segundo en abrir salones a personas que hasta su llegada jamás habrían soñado calzarse un tacón para ir a una fiesta diplomática. Eso sí que es romper tabúes para normalizar y visibilizar una situación a la que hay que poner fin. Su discurso en la última fiesta del Día de la República de Italia, con cientos de convocados entre los que estaba esta amplísima representación del mundo LGTBI junto a todo el cuerpo diplomático en España, fue toda una lección de diversidad.
Por ello, ¿glamour de embajada? Sin duda, porque cuando se tiene glamour no se puede prescindir de él y, además, es un mundo que marida a la perfección desde hace siglos con el diplomático. Pero, en este caso, lo realmente destacable es que ese glamour con Sannino se ha teñido de los colores de la diversidad y la integración: puro activismo LGTBI hecho desde los salones más tradicionalmente rancios. Y sin el menor titubeo. Lo otro es redundancia, sin más. Además de tener un punto frívolo. Esto es un gran paso de gigante.