Protagonizada por Nicole Kidman, Russell Crowe y Lucas Hedges, y dirigida por Joel Edgerton, Identidad borrada es una necesaria película que se estrena en cines, basada en hechos reales, y que denuncia el horror de las terapias de conversión LGTBI.
No puede haber nada peor que verte forzado a dejar de ser quien quieres, a borrar tu identidad, aquello que te hace único, y además a la fuerza. Justo cuando Colorado se ha convertido en el decimosexto estado en EE UU en prohibir las terapias de conversión para homosexuales, la película de Joel Edgerton nos recuerda que sigue estando permitida en otros treinta y cinco. Escalofriante.
Basada en la autobiografía de Garrard Conley del mismo título –que acaba de ser editada en español por Dos Bigotes–, su historia resulta terriblemente actual, y por ello el australiano Joel Edgerton decidió que esta sería su segunda película, en la que además se ha reservado un importante papel como actor. No es ni mucho menos una película pequeña –también producida y escrita por Edgerton–, a juzgar por el repartazo con el que cuenta, encabezado por Lucas Hedges, que interpreta a Jared (no se han mantenido los nombres reales de los protagonistas), y los oscarizados Nicole Kidman y Russell Crowe interpretando a sus padres.
Son los grandes responsables del drama que relata la cinta, la imposibilidad del joven Jared de aceptarse a sí mismo como gay, dado que ni sus padres son capaces de aceptarle como es cuando sale del armario. ¿Es lícito que te obliguen a intentar negar quien eres en nombre de Dios? ¿Quién tiene derecho a obligarte a renunciar a tus impulsos y a tus sentimientos porque los considera ‘incorrectos’ o ‘desviados’? ¿Por qué te conviertes automáticamente en pecador si eres homosexual?
Son algunas de las preguntas que van surgiendo desde el mismo arranque de Identidad robada, en cuyos títulos de crédito suena The Good Side de Troye Sivan, que tiene un papel secundario y firma también, junto a Jónsi de Sigur Rós, Revelation, la canción original que cierra el film, y que fue nominada a un Globo de Oro. Sivan es uno de los muchos nombres inesperados que forman parte del reparto, porque también aparecen ‘Flea’, el bajista de Red Hot Chili Peppers, o el cineasta Xavier Dolan. Apariciones que sin duda refuerzan la sensibilidad pop que recorre parte de la cinta, y que contribuye en cierta medida a aliviar la crudeza de la historia que cuenta.
Jared (un impresionante Hedges, que ha sido bendecido por el protagonista real de la historia) es hijo único. Su padre es un pastor baptista (Crowe), y su madre, la perfecta ama de casa al servicio de su familia (Kidman). Cuando les confiesa que es gay, se produce una auténtica hecatombe, y para no defraudar a sus padres, Jared acepta someterse a una terapia de conversión para homosexuales.
«Siento el miedo de muchas personas de la comunidad LGTBI al ver que sus derechos y libertades se los pueden quitar cualquier día”
En cuanto ingresa, comprueba la gravedad del programa que ha aceptado seguir para ‘dejar de ser gay’… “No sois ni mejor ni peor que cualquier otro pecador de este mundo”, les dice el ‘terapeuta’ (al que da vida el director de la cinta, el también actor Joel Edgerton). “Todos los pecadores son iguales a los ojos de Dios”. Escalofriante, aunque todavía lo son más las vejaciones a las que son sometidos todos los participantes en estas terapias, víctimas de torturas psicológicas y, en ocasiones, también físicas.
A través de distintos flashbacks, vamos descubriendo las experiencias que el protagonista ha vivido –siempre entre la culpa y el terror– con otros chicos en su adolescencia. La recreación del centro de conversión resulta impactante. Como si fuera un campo de apestados, allí se recluye a jóvenes con la bendición de sus padres, que los consideran fuera de la ‘normalidad’. Y a los chicos se les pide que finjan una masculinidad que consideran que no tienen hasta que logren interiorizarla, cual actores disciplinados, para que rediman sus “pecados homosexuales”.
Joel Edgerton afirma que tuvo muy claro que no quería crear una película de villanos. “Cuando leí el libro de Garrard, me sorprendió ver que sus padres no le habían enviado a ese lugar porque le odiaran, sino que era un acto de amor, para ‘ayudarle”, explica. Para ellos, la homosexualidad podía ser curada como una adicción a las drogas. “Decidí que todos los personajes fueran reflejados con la misma empatía, porque lo que había que cuestionar era otra cosa, la ideología que se esconde tras las terapias de conversión”.
Lo que descubrimos en Identidad borrada –ojo, cero spoilers– es que todo se hace en el nombre de Dios. Que se utiliza en vano continuamente en terapias como Love in Action, a la que se somete el protagonista, animado –o mejor dicho, empujado– por sus padres. Para Joel Edgerton, que fuesen Nicole Kidman y Russell Crowe quienes interpretasen a esos padres supuso algo muy especial. “Porque pensé ‘esto va a ser más grande de lo que yo me podía imaginar”, ha declarado. “De esa manera, mucha más gente prestaría atención a lo que Garrard había compartido en su libro, y a esas ideas que yo también quería compartir”.
En un momento de retroceso en cuanto a libertad de pensamiento y de acción como el que vivimos, en que los repuntes de LGTBIfobia son tan preocupantes, el director de Identidad borrada vio claro que contar con dos estrellas de Hollywood del calibre de estas resultaría muy positivo. “Espero que haya padres que al ver la película, y reflexionar sobre su manera de actuar, si fue similar a la de Nancy y Marshall Eamons, se den cuenta de que están a tiempo de rectificar. Que levanten la mano y digan ‘estuvo mal lo que hice’, como Nancy en el film”, explica. “Los padres juegan un papel fundamental en la vida de los jóvenes, y quiero pensar que una película como esta puede contribuir a que reflexionen y sean capaces de darse cuenta de sus errores cuando sienten que han actuado mal”.
Al final, Identidad borrada no deja de ser un ejercicio de activismo por parte de Edgerton, consciente de lo importante que es contribuir a la igualdad de la comunidad LGTBI. “Porque siento el miedo que tienen muchas personas de la comunidad, y también integrantes de determinadas religiones, al ver que sus derechos y libertades se los pueden quitar cualquier día”.
No podía haber elegido mejor protagonista que Lucas Hedges. Esta joven estrella, nominada a un Oscar por Manchester frente al mar, da una lección interpretativa, a través de su contención y de una mirada que no puede resultar más expresiva. Hay varias secuencias que no podrás quitarte de la cabeza después de ver Identidad borrada. Porque Joel Edgerton logra en los momentos de mayor intimidad de la cinta que esta levante el vuelo con grandeza. Como en la secuencia de la salida del armario, a la que sigue un tétrico cónclave de religiosos para evaluar lo que supone que Jared sea gay, y las medidas a tomar para salvar su alma.
En otros muchos momentos se evidencia el sufrimiento del protagonista, incapaz de aceptarse del todo a sí mismo al ver que todos a su alrededor parecen haberse conchabado para que se sienta sucio y piense que no merece ni la felicidad ni el amor. Su historia de atracción hacia un compañero de universidad (interpretado por un estupendo Joe Alwyn, en un registro opuesto al de la reciente María, reina de Escocia) da pie a una crudísima escena de sexo que deja una tremenda desazón tanto en Jared como en el espectador.
Tras esta experiencia, el protagonista no puede sentirse más desamparado, algo en lo que el director Joel Edgerton bucea a lo largo de todo el metraje. “Es que no entiendo esa idea que alguna gente asocia a la homosexualidad, como si fuera sinónimo de desviación”, explica. “Parece que ser homosexual va a atraer el abuso, la violación, conductas sexuales violentas…”. Cuando obliga al espectador a enfrentarse a esa manera de pensamiento y de actuación, es imposible no revolverse en la pantalla. Es el gran mérito de Identidad borrada.
«No entiendo que alguna gente asocie homosexualidad a desviación”
No es una película que simplemente cuente la historia real de un joven homosexual víctima incluso de la inconsciencia, el miedo y la ignorancia de sus padres –que no es poco–. Es una herramienta que nos obliga a reflexionar sobre aquellos agentes exteriores que se empeñan en alimentar la LGTBIfobia de una manera irracional, y desde luego, nada compasiva. Porque hacerlo en el nombre de cualquier Dios o cualquier religión es a todas luces inadmisible. Nadie nos borrará nuestra identidad. Esta película es un inspirador ejemplo.
IDENTIDAD BORRADA SE PROYECTA YA EN CINES