Qué duda cabe de que estamos en un momento de inflexión. Más que nunca suenan constantemente palabras como ‘empoderamiento’ o ‘sororidad’. Neologismos que han ido cobrando fuerza de manera incesante. Es lo que tienen los tiempos de cambio, convulsos o no. Surgen nuevas teorías, se renuevan antiguas ideas y, en medio de todo el discurso, acaba camuflándose cierto intrusismo dispuesto a seguir la corriente como si de una moda pasajera se tratase.
Y ahora tú, querido lector, te preguntarás que por dónde van los tiros. Se puede aplicar a multitud de situaciones, pero yo en concreto me refiero a lo que atañe a la visibilidad transexual. No es una cuestión de que hayamos pasado de cero a cien, porque lo cierto es que nuestro colectivo, en mayor o menor medida, siempre ha estado reflejado en el cine, el teatro y la televisión.
El problema es que dicha representación carecía la mayoría de las veces de empatía y pluralidad. Había una visión de la transexualidad unidireccional (reflejo de una realidad que tampoco se puede obviar) y mismamente el género masculino ni existía. La mujer trans resultaba más comercial, más fácil de llevar a la parodia, más predispuesta a satisfacer el tópico y, quizás por todo ello, más visible. Y que conste que comulgo con la frivolidad bien entendida y el histrionismo con discurso. El legado de todo aquello es valorar lo bueno y aprender de lo malo.
Hace unas semanas me tocó leerme un libro para una presentación, cuyo título voy a omitir. Tan solo diré que al finalizar la lectura desistí de colaborar. Una vez más, se mostraba a la mujer trans con una vida simple donde todo gira alrededor de su sexualidad: su DNI, la genitalidad y operarse los pechos. Por supuesto, los policías la insultan y los hombres babean a su alrededor. No importa la intención de dibujarla como una luchadora, porque al final lo que se percibe es el retrato de una víctima de la sociedad.
Que podría ser muy acertado si se narraran décadas pasadas, pero en la actualidad merecemos ser fuertes sin estar condicionadas. No todo el mundo sirve para escribir sobre transexualidad, por fácil que parezca, sin acabar cayendo en tópicos. No digo que sea necesario ser trans para abordar el tema, pero hace falta algo más que sensibilidad y oportunismo. Al final van a tener razón las negras del gueto que solo quieren ver películas de Spike Lee.
«No todo el mundo sirve para escribir sobre transexualidad, por fácil que parezca, sin acabar cayendo en tópicos»
A día de hoy, un gran número de series televisivas tiene en su reparto un personaje trans. Ni siquiera voy a entrar en el debate de quién debe interpretar dichos papeles, porque en esa discusión nos limitamos a quedarnos en la punta del iceberg, como si ahí se terminase el asunto, en una simple cuestión de elenco adecuado. ¿Dónde queda el tratamiento? Nos falta muchas veces plantearnos la labor de quienes llevan la batuta. Guionistas, directores y productores son conscientes del papel relevante que juega hoy en día la transexualidad en los argumentos de ficción. A veces lo meten con calzador, como cumpliendo con la tendencia establecida, sin importar la credibilidad del personaje o lo que transmite a unos espectadores no siempre dispuestos a entender.
El error más habitual es hacer que toda su vida gire en torno a la circunstancia de ser transexual, como si no tuviese en su existencia otros problemas. Como si las personas trans no hiciesen la lista de la compra, para luego ir a la compra, o acudir al cine, reservar mesa en un restaurante o tomar el sol. Nada de eso suele ser posible en la pequeña o gran pantalla, y todo lo que le ocurra al personaje girará en torno a su identidad de género.
¿Qué importa entonces quién interprete dicho papel, si ya de entrada el planteamiento es tan limitado? Menos mal que existe la Jules de Euphoria, con buenos guionistas, para demostrar que las personas trans también viven 24 horas al día. En definitiva, que no nos hagan volver al punto de partida.
VALERIA VEGAS ES ESCRITORA Y ARTICULISTA.
SU ÚLTIMO LIBRO PUBLICADO ES VESTIDAS DE AZUL (DOS BIGOTES).