Podemos seguir discutiendo en las redes sociales quién la tiene más grande, quién tiene más privilegios y quién se pone la banda de Miss Oprimida 2021. Podemos seguir creyendo que abrir Twitter y soltar lava es debatir cuando si algo ha quedado demostrado científicamente es que ese no es un lugar para entablar un diálogo enriquecedor.
Podemos esperar que el mundo se llene de personas que solo nos den la razón porque, por supuesto, nosotros estamos en posesión de la verdad. Incluso afirmar que nuestros monólogos en los stories de Instagram o vídeos en YouTube van a cambiar el mundo cuando no dejan de ser la expresión individualista de eso que algunos han dado en llamar ‘nuevo activismo’. Podemos seguir gritándonos “y tú más” hasta que algunx de nosotrxs caiga al suelo con la cara reventada por un puño americano en los nudillos de un neonazi.
Hemos perdido la perspectiva. La histórica, desde luego, pero también la que nos permite hacer una representación equilibrada del presente. He leído el último ensayo del escritor y activista Víctor Mora (Quién teme a lo queer, Ed. Continta Me Tienes) y me topé con este párrafo: “No podemos no querer derechos, obviamente, no se trata de eso. Se trata de problematizar el terreno ampliado, asaltarlo y llenarlo nuevamente de preguntas incómodas. ¿Qué hemos conseguido? ¿Qué derechos, para quién, desde dónde?… Y una vez aquí, ¿qué queremos que pase?”. Esa es la clave.
El progreso, en un sistema capitalista neoliberal, consiste en convertir todas nuestras consignas revolucionarias en, irónicamente, conservadoras. En productos de consumo. Nacimos como un movimiento de liberación sexual y ahora estamos poniendo reglas, entre adultos, de con quién deben o no tener relaciones afectivo-sexuales. Ahora comentamos, empoderadxs, que ser asexual “no es normal”, que mantener una relación afectivo sexual intergeneracional “no es normal”, que ser una persona no binaria “no es normal”. ¿No habíamos desterrado la puta palabra ‘normal’ de nuestro vocabulario? Parece ser que no.
Hay que señalar los ejes de opresión dentro de nuestras propias comunidades pero hay que impedir que las políticas identitarias se acerquen a ideales de pureza, porque son esas las que nos llevan a ideales totalitarios y, por lo tanto, excluyentes, deslegitimando al aliadx, fragmentando a la comunidad LGTBI+ en varias comunidades. Eso no sería un problema si supiésemos sumar, debatir, crecer. Pero el sistema nos ha enseñado a restar, a discutir, a aplastar al otro para poder crecer tú. Y hemos interiorizado de tal manera ese modelo de construcción social que lo ejecutamos sin apenas darnos cuenta.
Nosotrxs éramos todo lo contrario. Eso quiero seguir creyendo. Éramos revolución. Nos unimos para cambiar las cosas, para todes, no solo para uno mismo, no solo para una letra. ¿Dónde quedó todo eso? ¿Y si nunca existió? ¿Y si vivimos un relato romántico que lo único que pretende es apaciguarnos desde lo sentimental? Sigo escuchando a Sylvia Rivera gritar “todos deberían callarse” y pienso que el sistema ya se encargó de quebrarnos en un ‘sálvese quien pueda’.
Yo sí quiero colectivizarme. Necesito colectivizarme. De una manera no esencialista, no sustituyendo el heteropatriarcado por el homopatriarcado. ¿Qué mierda de revolución sería esa? Quiero colectivizarme desde la herida, de una forma interseccional, rompiendo con lo estanco y abriéndonos a lo fluido. Quiero no gritar solo. Quiero gritar con mis hermanas, con mis hermanos, con mis hermanes. Si despolitizamos nuestro grito, si lo convertimos en una marca de consumo, será entonces cuando aparezca una política populista que nos dirá que lo importante son las personas y que no hay que colectivizarse. Porque así, de une en une, somos más fáciles de romper.
PACO TOMÁS DIRIGE Y PRESENTA EL PROGRAMA WISTERIA LANE, EN RADIO 5, Y ES GUIONISTA DE LA SERIE NOSOTRXS SOMOS. SU ÚLTIMO LIBRO PUBLICADO ES ALGUNAS RAZONES.
ILUSTRACIÓN: IVÁN SOLDO