El transformismo llega a España con el siglo XX, al mismo tiempo que a otros lugares de Europa, y lo hace de la mano del italiano Leopoldo Fregoli. A raíz de su éxito, aparecen otros transformistas autóctonos como Ernesto Foliers, que siguió la nueva moda impuesta por el francés Robert Bertin de imitar a grandes estrellas femeninas de las variedades. “La Fornarina, la Palau, la Fons y otras son imitadas por Foliers con tan justa semejanza, que más parece el tipo real representado que la copia” (Eco Artístico, 1910).
Confiesa el mítico Edmond de Bries, natural de Cartagena, que fue Foliers quién le inspiró para dar el paso al transformismo, para el que mostraba aptitudes desde niño. Primero lo hizo de manera caricaturesca, hasta que la mítica cupletista La Fornarina le animó a que lo hiciera en serio, y consiguió grandes éxitos con su lujoso vestuario y sus impecables imitaciones de las divas del momento. De Bries se mostraba pleno de entusiasmo en una entrevista de 1930: “Después de diez años de carrera, el público me sigue favoreciendo con su atención y continúo alegre y cancanesco, inundando los escenarios de plumas y mantones, pedrerías y tisúes. ¿Quién dijo penas? ¡Ah!”.
Con el paso de los años, el transformismo se fue sexualizando con artistas como Derkas, Mirko, Luisito Carbonell, Freddy, etc. En el ambiente transgresor de La Criolla de Barcelona se podía encontrar todo tipo de público en busca de emociones fuertes; frecuentado lo mismo por la alta burguesía que por prostitutas o delincuentes, era también lugar de encuentro de homosexuales y travestis, entre ellos el mismísimo Flor de Otoño. Los travestis barceloneses llamaron la atención de Jean Genet, que los menciona en su libro Diario de un ladrón con motivo de la manifestación que tuvo lugar por el cierre de unos urinarios públicos.
También en los locales madrileños, el público se acostumbró a ver a estos hombres vestidos de mujer con actitudes provocativas y seductoras, para desesperación de algunas artistas femeninas del género y de sus madres, que consideraban que estos imitadores les quitaban trabajo. Con la proclamación de la República, la permisividad fue aún mayor –aunque nunca se legislara nada a favor de la homosexualidad–, pero al finalizar la Guerra Civil con la victoria del bando franquista, esos aires de libertad desaparecieron y fueron borrados del panorama artístico al prohibirse los espectáculos de travestis. Algunos, como Derkas, se reciclaron en modistos de vestuario para espectáculos; otros como Mirko interpretaron con ropa masculina el mismo repertorio que antes hacían con vestuario femenino. Y es que este país volvía a vestirse, según algunos, como Dios manda.
Si la Guerra Civil se había llevado a Federico García Lorca, la posguerra se llevó a Miguel de Molina, que vio lo complicado que iba a ser vivir en aquella España que no le toleraba por no responder al canon de virilidad impuesto por el nuevo régimen. Aun así, la semilla que sembró iba a dar frutos apenas unos años después. Cantantes como Tomás de Antequera, Antonio Amaya, Rafael Conde ‘El Titi’ o Pedrito Rico siguieron la estela de Miguel de Molina, lo que, lógicamente, les generó problemas con el público y la censura por su actitud y su llamativo vestuario.
Con este panorama, era normal que en los años siguientes el transformismo estuviera ausente en nuestro país, salvo de forma grotesca o cómica para provocar equívocos y gags en obras de teatro y en películas. Y como las cosas siempre pueden ir a peor, en 1954 tiene lugar la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes (que databa de 1933), en la que la homosexualidad aparece explícitamente como delito. Esto situaba claramente a los homosexuales al margen de la ley, y los convertía en carne de cárcel.
Al final de la década de los 50, el argentino Alfredo Alaria aterriza en España precedido por un gran prestigio internacional, y causa un enorme impacto con sus espectáculos musicales. En 1961 pone en pie la película Diferente, que es una rara avis por sus imágenes cargadas de insinuaciones homosexuales y algunos momentos de travestismo, y sorprendentemente, burló a la censura existente. Eran pequeños destellos en el erial que suponía para el mundo homosexual aquella España católica y conservadora. Años después, Alaria sería deportado a su Argentina natal, un hecho que nadie cuestionó, aunque ocurriera en los primeros años de la Transición.
En la década de los 60, la famosa transexual francesa Coccinelle asombra al público español con sus actuaciones en Madrid y otras ciudades, aunque se evitaba hacer alusiones públicas a su transexualidad, la cual quedaba sobreentendida en la palabra “enigma” o la frase “el caso clínico de la historia al alcance de todos”. Corría el año 1966. Dos años más tarde, Coccinelle interviene en la película Días de viejo color, dirigida por Pedro Olea. Su presencia en la película podría haber sido un buen reclamo pero, quizás por miedo a la censura, quedó en una breve aunque muy divertida intervención.
Pese a todo, en esos años comenzaron a aparecer espectáculos con travestis en Barcelona, tal como recuerda Manuel López González (Lorena Loys para el mundo del arte travesti). A mediados de los 60, La Margarita bailaba su singular Danza del fuego y Violeta la Burra hacía de las suyas en el Copacabana. Barcelona era un reducto de permisividad para los homosexuales que no dieran problemas, o sea, que tuvieran un trabajo, que no provocaran escándalos y no se dedicaran a la prostitución. Consecuentemente, fue lógica la peregrinación que hubo hacia la ciudad condal de homosexuales de otras zonas del país, como cuenta Manuel/Lorena, que se plantó en Barcelona en compañía de su amiga La Dominga. Son años duros en los que tiene que buscarse la vida y acaba siendo detenido cuando está en un bar de “mariquitas tapadas”. Pasa a la Cárcel Modelo, donde coincide con Madame Arthur, que promete ayudarle cuando salgan, y le consigue su primer trabajo como travesti. Debuta como Lorena Loys en el Gambrinus, que en 1969 se atrevió a montar un espectáculo de travestis, y se convirtió en un local único al que acudían curiosos de todo tipo, incluidos famosos como Carmen Sevilla, Marisol, Antonio el Bailarín, etc. Su cierre frenó aquel oasis, pero pronto apareció el Barcelona de Noche y, junto a otros locales como el Whisky Twist y La Bodega Apolo, crearon un ambiente adelantado al resto del país.
La siguiente década comienza mal para el colectivo. En 1970 se proclama la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que intentaba entre otras cosas “frenar el aumento de la homosexualidad”. Aun así, fueron tiempos propicios para comenzar una movilización por los derechos de los homosexuales y empezar a ganar terreno y visibilidad para lo que hoy llamamos colectivo LGTBIQ+. Por otro lado, ya fuera en locales semiclandestinos o tímidamente en el cine y el teatro, la homosexualidad y el travestismo van dejándose ver. A mediados de la década, tras la muerte de Franco, el cambio político permite que esta visibilidad sea mayor, y es cuando se empieza a hablar de la moda de los travestis. El actor y humorista Cassen lo cantaba así en 1976: “Soy un travestí, soy un travestí, soy un travestí que es lo que ahora gusta aquí. Como el éxito ahora es que te tomen por señora, yo ya me decidí y me hice travestí”.
Cantando, contando chistes, dialogando con el público, artistas tan dispares como Madame Arthur, Violeta la Burra o Pierrot comenzaron a visibilizar al homosexual afeminado que no solo está ahí para ser cuestionado e insultado. Ahora es un ‘mariquita’ que puede defenderse a golpe de micrófono y descaro. Estos y otros artistas comenzaron a mariconear a gusto en los escenarios de Madrid, Barcelona, Valencia, Torremolinos, Sitges, etcétera, e hicieron activismo a su manera, algo que a veces era cuestionado incluso desde el propio colectivo.
En Madrid se produce un gran boom con locales como Centauros, Sacha’s, Dimas o el Gay Club, que tenía mayor categoría y atraía como sala de fiestas a un público más heterogéneo. Paco España vino de Barcelona, y desde el escenario del Gay Club se hizo con el trono de rey de los travestis. Contaba que “los dos primeros años de estar en Madrid lo pasé fatal. En los primeros años del Gay venía la policía, nos llevaba detenidos porque decíamos una palabra más, porque nos pintábamos más un ojo que el otro o porque salíamos con faldas siendo obligatorio salir con pantalones. Por decir una vez ‘coño’ cantando Mi vida privada, me llevaron a comisaría”. También Ángel Pavlovsky y Pierrot pasaron por el local del paseo del Prado como maestros de ceremonias, y junto a la brasileña Yedda Brown, Elianne, Ricky Anderson o el coreógrafo argentino Jorge Aguer formaron parte de aquel irrepetible elenco. Otros artistas del género eran muy populares en diferentes zonas de España en los años 70 y primeros 80: Escamillo en El Molino de Barcelona, Fernando Vargas en El Molino Rojo de Madrid, la Esmeralda de Sevilla en su venta sevillana, La Otxoa en el Bataclán de Bilbao… Sin olvidarnos de El Titi en Valencia y toda España con su himno Libérate.
El cine español reflejó como pudo los cambios que se estaban produciendo en la sociedad española en cuanto al mundo homosexual. Los placeres ocultos (Eloy de la Iglesia, 1976) se erige como película pionera en la temática, y se estrenó gracias a una fuerte presión mediática sobre la administración. Por su parte, Haz la loca… no la guerra (José Truchado, 1976), pese a ser una película oportunista y que ridiculiza en muchos momentos al homosexual y al travesti, tiene el mérito de hacerse eco del indulto que iba a poner en libertad a algunos homosexuales en las cárceles; y además nos brinda una actuación de un Paco España en su mejor momento interpretando Mi vida privada, un himno en el que aún había que leer entre líneas. Cambio de sexo (Vicente Aranda, 1976) habla por primera vez de la temática transexual en una película dura y valiente, y nos ofrece la exuberancia y belleza de Bibi Andersen en todo su esplendor. El transexual (José Jara, 1977) nos mete en el Gay Club de Madrid para contarnos la historia de una mujer transexual que tiene algunos puntos en común con la vida de Lorena Capelli. Protagonizada por Ágata Lys, también interviene la espectacular Yedda Brown contando algunos pasajes de su vida. Ocaña, retrato intermitente (Ventura Pons, 1978) nos acerca a alguien tan singular como Ocaña y nos enseña una Barcelona muy permisiva con el personaje y su actitud provocativa. Otra película clave de la época es Gay Club (Ramón Fernández, 1980), que, pese a sus deficiencias, nos sigue dando información sobre cómo eran las cosas entonces, los enfrentamientos entre los que se aferraban al pasado y los que se abrían a una nueva época; y de paso, nos regala la presencia de Juan Gallo ‘La otra Lola’, Paco España o la bella vedete Elianne, grandes figuras del mundo travesti del momento y del Gay Club de Madrid.
Los nuevos tiempos hacen que los españoles vayan conociendo este mundo hasta entonces casi invisible, salvo para los iniciados. El humorista Pepe Da Rosa, en 1977, dedicaba una de sus historietas a los travestis que seguían sorprendiendo a la mayoría de los españoles: “El travestismo es convertirse un tío con pelo, músculo y mondongo en una rubia platino que traga el más macho. Una pequeña operación, cuatro inyecciones y una peluca y convierte usted a Kojak en una hermana de Nadiuska”.
Publicaciones como Papillon, Party (con su sección ‘El travesti de la semana’), Lib (que publica El libro de los travestis) u otras más serias hablaban de ellos, aunque con una terminología confusa. En aquellos años todos eran travestis, tanto la persona que se hormonaba y estaba en un proceso de cambio de sexo como la que solo se vestía de mujer para una actuación. Pero poco a poco se empieza a adecuar el lenguaje a la personalidad de cada uno. Los travestís no siempre tienen un reflejo cómico. Sus vidas, a medio camino entre la calle y los escenarios, daban pié a letras melodramáticas. Amina cantó en 1982 este desgarrado tema que, aunque hoy nos parezca un despropósito, pudo servir en su momento para la visibilización, que era lo primordial: “Nací así, desperfecto de la vida, todos hablan de mí. Yo no soy hombre ni mujer, tengo que vivir así, tengo que vivir así. Fingiendo todas las noches, al público hago reír, ellos ríen y yo lloro, yo no quise nacer así. Travestí, travestí, travestí, travestí, travestí…”.
A mediados de los ochenta, el fenómeno travesti y los espectáculos de imitadores empiezan a dar síntomas de agotamiento, y hubo intentos de renovar este tipo de shows. Así, algunos travestis y transexuales traspasan las barreras de los clubs especializados y de los espectáculos habituales, como por ejemplo Fama, que tuvo un papel importante en la película La muerte de Mikel (Imanol Uribe, 1984), en la que encontramos también a La Otxoa, toda una leyenda en el País Vasco y que aún sigue en activo. Volviendo a Fama, su imagen tan personal y su voz, que rompe con el tópico del travesti histriónico y con tendencia al humor, produce un cierto impacto. Publica el disco El otro espejo con canciones de Vainica Doble y monta un espectáculo con el mismo nombre, escrito por Carmen Santonja, en el que participa la sin par Rata de Antequera.
Bastantes películas de estos años incluyen de forma ocasional un travesti o transexual en su reparto, pero vamos a citar a dos de especial importancia: una de ellas, el documental Vestida de azul (Antonio Giménez-Rico, 1983), que da voz a seis personajes en busca de un espacio y un reconocimiento de su condición. Las confesiones de estos transexuales suponen hoy en día un valiosísimo testimonio sobre la España de aquellos años. La otra es La tercera luna (Gregorio Almendros, 1984), que se adentra también en este mundo desde la ficción con una historia rocambolesca. La presencia de Ana Valdi, Pierrot, Juanito Díaz ‘El Golosina’, Walkiria Montini, Vanesa Nell, Yani Forner, Antonio Vargas, Rafael Conde ‘El Titi’, Jhosette, Adriana Ferrer, Young Silvans y Watusi Show la convierten en una pieza única.
Miembros de la llamada movida madrileña cultivan un travestismo muy singular, mezclando el glam rock o referencias al underground americano con nuestras folklóricas. “Reina por un día, día de ilusión, dulces melodías en tu corazón. Tus anhelos, tus deseos hoy se cumplirán, y tus sueños y tus ansias realidad se volverán”. Esta canción, Reina por un día, adquiría en la voz de Paco Clavel un matiz muy diferente al original. Con sus personales looks, abanderado de la libertad en el más amplio sentido de la palabra, huyendo de las etiquetas, su cutrelux –o guarripop– rechaza cualquier norma a la hora de vestir. La ropa no tiene sexo, parece decirnos desde los escenarios o las portadas de sus discos, y aunque use algunas prendas femeninas, sus estilismos nunca llegan a identificarle con un hombre vestido de mujer.
En esta línea están el inclasificable Fabio McNamara, con sus estilismos de fantasía, y Pedro Almodóvar, jugando a un gay power de paseo por La Mancha, con el dúo Almodóvar y McNamara. El cineasta acumula en su filmografía un buen número de personajes travestis y/o transexuales, aunque sin duda las más recordadas son la Tina de La ley del deseo (1987), interpretada con desgarradora verosimilitud por Carmen Maura, junto con Letal (Miguel Bosé) de Tacones lejanos (1991) y La Agrado (Antonia San Juan) de Todo sobre mi madre (1999). Posteriormente, con La mala educación (2004) viaja al mundo travesti de los años de la Transición, acompañado por actores como Gael García Bernal, Javier Cámara y Francisco Boira, y recrea estos personajes siempre al límite del exceso artístico y vital. Sin olvidar, claro está, a Sandra, la imitadora oficial de Sara Montiel en esos momentos, también presente en esta película.
Pese a los cambios, el cutrerío y la explotación seguían reinando en el mundo del espectáculo travesti. Esto obliga a grandes transformistas como Manel Dalgó a emigrar fuera de España. Chez Nous en Berlín le acoge con los brazos abiertos, y se gana el prestigio y la admiración del público en numerosos lugares de Europa.
“Las drags nos están barriendo. No puedo con las drags. Son unas mamarrachas. Han confundido circo con travestismo. Qué digo circo, mimo.” Así opinaba La Agrado en Todo sobre mi madre sobre esta nueva línea de travestismo que aparece en los 90 ¿Es posible que el fenómeno drag perjudicara al travesti autóctono? El estreno de la película Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (Stephan Elliott, 1994) nos trae a España la figura de la drag queen, y el travesti de toda la vida da paso a un personaje más alejado de nuestra tradición, que entiende este arte de una manera más sofisticada, con un vestuario y maquillaje muy elaborados. Estos personajes se ubican en diferentes ambientes y se convierten en animadores de fiestas, gogós, figuras decorativas en muchos casos. Aunque con un estilo diferente, Psicosis Gonsales es denominada drag queen, quizás por la necesidad de renovar también el lenguaje queer. El actor y bailarín argentino Norberto Di Giorno, residente en España desde 1975, lanza un personaje que cala rápidamente entre el público. Dotado de un envidiable don de palabra, le da una vuelta al travesti clásico, le incorpora una actitud diferente, a medio camino entre el trash y el punk. Empieza a provocar al público con insultos y acaba creando una drag bien recibida en todas partes, incluidas las diferentes televisiones del país.
Aunque a lo largo de los años habían aparecido puntualmente en algunos programas de debate como personajes fuera de lo común, generando polémica y siendo a veces tratados de forma bastante lamentable, el mundo trans y travesti toma la televisión especialmente con la figura de Cristina La Veneno en 1996. El huracán Veneno marca un antes y un después, ya que nadie había sido tan descarado ni se había expuesto de forma tan descarnada. Pero las heridas que arrastraba y las que le acabó causando su nuevo estatus de personaje popular fueron letales. Su vida, con pasajes realmente dramáticos, era contada por ella misma en diversos programas de televisión y, finalmente, se convierte en libro (escrito por Valeria Vegas) y en la serie de ficción de Los Javis.
Otra personalidad histórica en estos años es Carmen de Mairena, culminación del folklórico que deviene en travesti y transexual según pasan los años. Del Miguel de Mairena de vestuario y maquillaje exagerado, pasamos a Carmen, una personalidad que enamora a muchos, aunque a menudo se la utilizara como objeto de burlas en los programas de televisión que animaban las noches catódicas de los 90 hasta bien entrado el nuevo siglo.
El panorama ha evolucionado desde aquellos primeros años en que las travestis estaban siempre al borde de la visita a comisaría y la multa, y hoy en día desarrollan una trayectoria más libremente elegida. Fiestas como Shangay Tea Dance –pionera del movimiento drag, por su escenario pasaron Psicosis Gonsales, Carmen Xtravaganza, Hot People, In Drag, Diabéticas Aceleradas, La Terremoto de Alcorcón, Sandra Love o la mismísima RuPaul–, En Plan Travesti, Que Trabaje Rita y otras abrieron el camino a nuevos talentos y recuperaron en ocasiones a nombres históricos ligados a la cultura queer española. Por otro lado, algunos artistas consiguen en la actualidad un reconocimiento profesional antes impensable: La Prohibida, todo un ídolo pop y no solo en España; Nacha la Macha, que entronca con la tradición del travesti folklórico que cultivaron tantos en los años 70; Diossa, centrada en su trayectoria musical y literaria; Supremme De Luxe, drag queen igualmente polifacética y que se apuntó el tanto de presentar la versión española del RuPaul’s Drag Race; La Plexy, Kika Lorace, Yogurinha Borova, Chumina Power, Samantha Hudson, etc. Nuevas y diferentes formas de entender el travestismo, sin perder el humor casi nunca, reivindicando casi siempre, conectando con el público más joven, apareciendo en televisión en programas destinados a un público muy general. Pero el derecho a ser lo que uno decida ser, sin seguir un patrón, continúa siendo cuestionado por sectores de la sociedad y la política, así que no está de más seguir lanzando plumas al viento en un mundo que sigue poniendo dificultades y ante el que hay que estar atento siempre para no perder nada de lo ganado desde aquellos oscuros años hasta hoy.