'El ángel de fuego', los demonios rusos de Prokófiev debutan en el Teatro Real (tras el himno de Ucrania)

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Compuesta en 1927, esta ópera que Sergéi Prokófiev no llegó a ver representada, se estrenó finalmente en La Fenice de Venecia en 1954. Había mucha curiosidad, y muchas ganas, de descubrir en Madrid El ángel de fuego. Y esa sed ha quedado saciada con una función de altísimos vuelos musicales, en la que el valenciano Gustavo Gimeno (uno de los directores españoles más cotizados del mundo) debuta en el foso del Real. El estreno de esta ópera del compositor soviético (nacido en Ucrania) llega justo en plena invasión de ese país, y el Real ha decidido tocar su himno al comienzo de todas las representaciones.

Ya en la última función de El ocaso de los dioses, el coliseo decidió envolver el cadáver de Siegfried en la bandera ucraniana. Ahora, con este gesto, sigue condenando la invasión rusa, un país que ha dado a la literatura, la música, la ópera o el ballet alguna de las obras cumbres de los siglos XIX y XX, como es esta que nos ocupa.

La orquesta titular del Real, bajo la batuta de Gimeno, nos dio el primero de los regalazos de la noche en el bautismo del público madrileño en esta maravillosa e inquietante partitura de Prokófiev. Ausrine Stundyte, en el papel de Renata, y Leigh Melrose, como Ruprecht, el segundo de muchos más que vendrían a la largo de la velada.

El ángel de fuego es una ópera en cinco actos y siete escenas que Bieito monta sin descanso. Todo un tour de force para los protagonistas, que salen consagrados con un cum laude en todos los aspectos escénicos, no solo en el vocal. El director de escena recrea toda la complicada trama en un sofisticado decorado, que no para de girar, en el que transcurre la vida de Renata desde que cuenta cómo ha sido poseída en su infancia por Madiel, un ‘ángel de fuego’, hasta su exorcismo final a manos del inquisidor. Entre medias, las visiones que tiene de ese ‘ángel de fuego’, que supuestamente ha cobrado vida en el personaje del conde Heinrich.

La historia transcurre en Colonia, Alemania, donde Ruprecht llega y conoce a Renata, de la que se obsesiona una vez que le cuenta su historia. Durante las dos horas y cuarto que dura la función, la soprano lituana Ausrine Stundylate y el barítono inglés Leigh Melrose enamoran (y desquician) al público. El de la noche del estreno quedó deslumbrado, y no es para menos. El resto del reparto, al mismo nivel y al servicio de una orquesta con una sonoridad apabullante, que en ningún momento juega en contra de los cantantes, pese al altísimo voltaje de la partitura.

En lo referente al montaje, Bieito es Bieito. Quizás más comedido en lo que a violencia explícita se refiere (se ve menos sangre en escena de lo habitual, en este caso solo en un momento –¿innecesario? ¿gratuito?–  del que no conviene hacer spoiler), la función sigue la línea de todas las suyas, en las que pone la lupa de la violencia sobre todo lo que monta en escena. La apuesta escénica es, sin duda, impactante, con momentos teatralmente magistrales, que con el espléndido elenco de cantantes que hay sobre el escenario consiguen llevarnos al éxtasis. Pero al final uno se queda con la duda de si Renata está poseída por un espíritu (maligno o no), tal y como se lee en el libreto, o es solo una esquizofrénica que desquicia a todos quienes la rodean.

Curiosamente, nadie del equipo salió a saludar la noche del estreno. El regista –supuestamente– no vino a Madrid porque se encuentra en Viena ensayando un Tristán e Isolda que estrena el 14 de abril. Tampoco cuesta tanto coger un avión para venir, aunque solo sea el día de la première, sobre todo teniendo en cuenta que el Real es coproductor junto a la ópera de Zúrich de este ambicioso montaje. Una falta de respeto al público del que está galardonado como el Mejor Teatro de Ópera del Mundo en los últimos International Opera Awards.

El Real continúa así, con el estreno en España de esta joya de Prokófiev, con su impecable programación, que abarca más de cuatro siglos de ópera. Es inexplicable que hasta ahora no se haya podido ver esta obra. Pero ha merecido la pena la espera si ha sido para poder escucharla con este nivel musical.

En unos días, el próximo 27 de marzo, otro estreno en el Real. Pero esta deuda no es del siglo XX, sino de 1691: El rey Arturo, de Purcell. Otra joya, en este caso del barroco, que tampoco se ha subido nunca a este escenario. Misterios de la ópera. Deudas que, afortunadamente, se van saldando.