24 años ya de uno de los grandes clásicos de Madonna, el álbum Music. Lo celebramos recordando unas de las presentaciones exclusivas que realizó para promocionarlo al poco de publicarlo, y que cubrimos, siendo testigos de un momento histórico en su carrera.
Tuve la suerte de estar en Londres en noviembre de 2000 y vivir en primera persona lo que suponía un auténtico acontecimiento global, una prueba más de que nadie es capaz de generar expectación, espectáculo y promoción como Madonna.
Lo que sigue es la crónica que publiqué en el número 153 de Shangay, cuya portada protagonizó, por supuesto, la diva. Un diario de a bordo de un intensísimo día en la capital británica, en la que reinó, indiscutiblemente, Madonna. Retrocedamos pues al año 2000 en este momento.
Un acalorado fan lo dejó claro ante las cámaras de MTV, apostadas a la puerta del Brixton Academy de Londres a la salida de la fiesta-concierto de presentación del último disco de Madonna, celebrada ante 3500 afortunados el pasado 28 de noviembre: “Ha sido el concierto del año, no, del siglo, ¡no, del milenio!”. Madonna demostró una vez más su capacidad única para convertir todo lo que le rodea en acontecimiento. En este caso, su exclusivo y vibrante show de media hora se transformó en un megaevento que unió a los internautas –y reventas– del mundo.
La posibilidad de ver a Madonna en su aparición londinense se había convertido desde hacía semanas en un sueño casi inalcanzable para millones de fans. Muchos soñaban con la posibilidad de disfrutar de un concierto de la norteamericana en un recinto reducido, que permitiría comprobar de cerca lo rápido que se ha repuesto de su reciente parto.
Concebida inicialmente como una fiesta de agradecimiento a sus fans por tantos años de apoyo incondicional, pronto se transformó en un test a gran escala de las posibilidades de la red, pues sería retransmitido por Internet para que los millones que no iban a poder estar físicamente en el Brixton Academy pudieran vivir el evento, aunque fuese de modo virtual.
A través de las principales emisoras de radio europeas se empezaron a sortear las codiciadas entradas, que permitirían a un puñados de elegidos seguidores estar en Londres la noche del 28 de noviembre. En España fueron diez los afortunados, que tras acertar el número de fotos que incluye el libreto de Music y ser seleccionados empezaron a hacer la maleta, (muy) dispuestos a acompañar a los representantes de la compañía y de diversos medios de comunicación en su viaje para dar fe de que la actuación de la ambición rubia tuvo poco de virtual.
Lo que sigue es un breve diario de ruta que permite hacerse una idea de cómo transcurrió la excursión de la comitiva madrileña. Misión: vivir en directo la primera actuación de Madonna en Londres en casi ocho años.
MARTES 28 DE NOVIEMBRE DE 2000,
DÍA M (POR ‘M’ADONNA Y POR ‘M’ USIC)
12:30h: Hora de embarque. La expedición la componemos unas diez personas, entre responsables de Warner, periodistas y fans. Estos últimos son tres, y se reunirán con el resto de afortunados españoles en el hotel londinense. A los ganadores madrileños se les distingue al instante, la expresión en sus caras y su incesante actividad permite adivinar que su viaje a Londres no es precisamente por trabajo –aunque estar al tanto de la vida y obras de su diva les lleva un esfuerzo considerable, incluso uno de ellos forma parte del club oficial de fans español, y tendrá que informar a sus colegas con pelos y señales a la vuelta–.
13:20h: Despega el avión rumbo a Heathrow. Los tres fans se han sentado juntos y aprovechan para poner en común sus vastos conocimientos madonnianos. La reciente actuación de Nueva York –de similares características a la que les espera unas horas después– se la saben de memoria, al igual que sus últimas apariciones promocionales en diversas televisiones europeas, la vida en común con su actual novio, Guy Ritchie… La conversación da de sí, porque no se quedan callados ni un minuto durante el vuelo (otro tanto sucederá a la vuelta. Media hora de actuación les dio para estar una madrugada y una mañana entera diseccionando cada momento, cada incidencia).
14:20h. (hora local): Aterrizamos en suelo británico. La emoción de los cientos de seguidores que van llegando ha caldeado el ambiente hasta tal punto que hace mejor temperatura que en Madrid, incluso asoma un tímido sol de vez en cuando. La fuerza del fan mueve montañas. Media hora después montamos en un autobús que nos llevará al hotel en que nos hospedamos.
15:30h: Llegada al hotel. Disponemos de dos horas libres, con lo cual se impone una visita rápida al centro para hacer compras de urgencia y echar un vistazo rápido a la decoración navideña de las calles londinenses, a pleno rendimiento. A partir de este momento, todo lo que va sucediendo resulta premonitorio.
Subes a tu habitación a dejar los bultos y lo primero que te encuentras al abrir la puerta en el escritorio es… una revista con Madonna y Guy Ritchie en la portada. Vuelves al hall y descubres grupúsculos de jóvenes hablando en un tono bastante alto para la habitual politeness británica: son afortunados seguidores de otros países haciendo tiempo para salir hacia el Brixton Academy. Por momentos aquello parece el preámbulo de una convención europea de las Naciones Unidas de Madonna.
Los tres ganadores del concurso que han venido con nosotros deciden acompañarme en mi breve visita comercial. En el taxi sus móviles no dejan de sonar, los rumores de última hora son cada vez más intensos. ¿Será verdad que en Londres interpretará un tema antiguo –algo que no hizo en Nueva Nueva York–? ¿Llevará una camiseta de Spice Girls? ¿De All Saints? ¿De Westlife? (en las últimas semanas las había lucido de Britney Spears, Kylie Minogue y S Club 7).
17:45h: Salida del autobús que nos llevará al Brixton Academy. Italianos, británicos y españoles compartimos el bus, que sale con tiempo por temor a que el tráfico esté colapsado y porque Brixton (principalmente conocida por su alto índice de población de color y por su sala de conciertos) es una zona bastante retirada. El elevado número de sombreros de cowboy –para no ser un autobús de línea Dallas-Houston– indica algo que era previsible: ese será el complemento más utilizado de la velada.
18:40h: Llegada al Brixton Academy. Un letrero luminoso con el nombre de Madonna, revestido de bombillas que se encienden y se apagan, anuncia el concierto previsto para ese día en la coqueta sala. Fuera esperan fans sin entrada que se han hecho camisetas a imagen y semejanza de las que su diosa ha lucido en sus últimas actuaciones, salvo que en las suyas se lee, evidentemente, ‘Madonna’. Gritan enfervorizados a espera de atisbar a algún famoso, y numerosas cámaras de televisión hacen lo propio. Los reventas se acercan a cualquiera que pase por allí con la intención de hacer negocio (las entradas se cotizaban en esos momentos a casi 300.000 pesetas, aproximadamente 1.800 euros).
Los afortunados seguidores españoles con entrada en la mano salen disparados hacia la mastodóntica cola, orquestada por gritones policías, que da casi la vuelta completa al edificio. Pensábamos que, por aquello de que es una celebración temática en torno al oeste americano, el único rodeo lo protagonizaría Madonna dentro, pero nos equivocábamos. Confiados en que la cola será absorbida en breve, el resto de la cuadrilla vamos a cenar algo para hacer tiempo.
20h: Vana ilusión, porque cuando regresamos al exterior la fila de gente, más que disminuir, ha aumentado considerablemente. La idea de perder por lo menos una hora más en este ‘rodeo’ no resulta apetecible, pero hay que asumirla. A los pocos minutos, la eficacia de nuestro acompañante de Warner nos permite acceder a través de una minicola paralela, con lo cual quienes llevan un buen rato a la intemperie con camisetas ajustadas de manga corta, sombreros rosas y negros de cowboy y demás nos silban entre desesperados y envidiosos.
20:15h: Por fin dentro. Dolce & Gabbana se han encargado de la ambientación, no solo del escenario, sino de la sala entera, con lo cual el Brixton Academy se ha convertido en el escenario perfecto de un spaghetti western serie A –tanto dorado y tal glamour quedarían mal en la serie B–. Según entras, dos escaleras laterales conducen a la zona VIP, mientras que si sigues recto te topas con el puesto de merchandising y, enseguida, con la pista.
A nuestro alrededor, mucho heno, herraduras gigantes por las paredes, sombreros con su correspondiente M, cortinillas doradas y tres tipos distintos de cactus: unos llevan incrustados diamantes (y acabarán pelados), los situados junto a los baños llevan espinas, y el situado a un lado del escenario parece tener tiras de espumillón.
Apenas hay media entrada de momento. Sharleen Spiteri de Texas ya cantó, y Liam Howlett (de The Prodigy, más sexy que nunca) hace lo que puede para intentar que alguien baile, aunque no lo consigue ni tirando de Primal Scream, Moby y Bomb the Bass. El hip-hop y el guitarreo lanzan a todo el mundo desesperadamente a las barras en busca de unas pintas. Richard Ashcroft (con un corte de pelo muy favorecedor) sume al público en un profundo sopor que no remedia ni con Lonely Soul, el tema de U.N.K.L.E. que cantó en su día. Es hora de visitar la zona VIP.
21:30h: Subes las escaleras hacia el primer piso y te tropiezas con Natalie Appleton de All Saints ejerciendo de presentadora de televisión por un día. Un poco más arriba, improvisado set de VH-1 en el que se está preparando para ser entrevistada Melanie C, que casi necesita todo un sofá para ella sola.
También están Duran Duran, Rick Astley, Goldie, Dolce & Gabbana o el mismísimo Guy Ritchie (se habilitaron salas ultraVIP para, entre otros muchos, Kylie Minogue, Jarvis Cocker, Ewan McGregor, Liam Gallagher y Mick Jagger). Barra libre y mucho modeleo. Aunque lo de ver el concierto sentado y con una visión parcial del escenario resulta poco atractivo.
22h: Por fin Liam Howlett pincha Music y se desata el delirio. Tras unos compases, arranca Impressive Instant, se levanta la bandera de la unión que cubría el lado derecho del escenario y aparece Madonna sobre una vieja camioneta Ford, flanqueada por cuatro ‘toy boys’ de escándalo, con los vaqueros bien por debajo de la cadera.
La incógnita de la camiseta se despeja: en la parte delantera está escrito Rocco a base de strass; en la trasera, Lola. Los nombres de sus dos hijos [hasta la fecha]. Además de por los bailarines, Madonna se hace acompañar de dos vocalistas y toda una banda, con lo cual el efecto propio del semi-playback se disipa.
«No pudo salir más triunfadora del rodeo erótico-festivo que ella misma había organizado»
Flanqueada por mucho heno y resguardada ante un cielo estrellado y una enorme pantalla de vídeo exclama: “¡Gracias por venir a mi fiesta!”, y el delirio se desata. Durante la siguiente media hora, Madge no concede tregua: Runaway Lover (en la pantalla se suceden vertiginosas imágenes al estilo de las del vídeo de Ray of Light), Don’t Tell Me (Mirwais a la guitarra y sección de cuerda incluida), What It Feels Like For a Girl (que dedica –sabiendo que es el tema favorito de Britney– “a todas las zorras del pop, incluida yo misma”), Holiday (sin duda, el momento álgido de la noche y la confirmación de los rumores que circularon esa misma tarde. Ella la presentó con una pregunta retórica: “¿Cómo podía venir a Londres y no tocar una de mis canciones antiguas?”) y Music (una interpretación clavada a la que días antes había ofrecido en los MTV Europe Music Awards, esta vez coronada con lluvia de papelitos dorados como fin de fiesta).
Fue una actuación corta pero intensa, que demostró el buen estado de forma de la megaestrella, su impresionante dominio de las tablas y el poderío de su nuevo repertorio. No pudo salir más triunfadora del rodeo erótico-festivo que ella misma había organizado.
22:35h: Goldie comienza su sesión de drum’n’bass y la gente sale despavorida. Un último vistazo al público confirma lo temido: el poco color ofrecido por los asistentes de a pie. Más allá de las tres primeras filas, plagadas de petardas histéricas, no se ven más que parejas con pinta de estar allí por equivocación, pandillas de cerveceros con cara de camorristas e incluso padres de familia con pinta de aburridos. ¿Cómo es que imitadores/as, cowboys y cowgirls tuvieron que quedarse fuera y conformarse con preguntar ansiosos a todo el que salía detalles de lo ocurrido?
Los fans elegidos para presenciarlo en vivo no podían estar más satisfechos. En la expedición española no había más que espacio para el desenfreno post-show y el bombardeo de superlativos. Todos lograron sus objetivos: vieron a su admirada Madonna de cerca. El que había conseguido colar una cámara y una grabadora hizo sus fotos y registró el mini-concierto (bueno, más bien los gritos de ultratumba de quienes le rodeaban), y otro que se había pasado la mañana preparado una pancarta la sacó sin problemas, e incluso aseguraba estar convencido de que Madonna la había leído y se había sonreído. Decía: “Come to Spain. We Miss You” [Ven a España. Te echamos de menos].