Hay que hablar claro: Barbieri era un genio, y Pan y toros es una obra maestra que lo tiene todo. Claro ejemplo de la zarzuela grande de finales del XIX, regresa al Teatro de la Zarzuela, una sala de la que el propio compositor fue uno de los grandes impulsores. El coliseo de la calle Jovellanos fue un proyecto del propio autor (del que en 2023 se celebra el bicentenario de su nacimiento) junto a otros creadores y empresarios para ser la ‘casa’ del patrimonio musical español.
El espectáculo que se acaba de estrenar es, sencillamente, magistral. Uno se da cuenta desde la mismísima obertura, rotunda e impecable, con la que el maestro García Calvo, director musical de la casa, dejó bien claro los altos vuelos que iba a tener la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del foso de la Zarzuela. Los caprichos de Goya sobrevolaban la escena en una comunión perfecta entre foso y escenario.
Esta fue la tónica que se mantuvo durante toda la función de esta zarzuela en tres actos, que está en la línea de la moda historicista de la época, con una historia ambientada en la corte de Carlos IV en la que José Picón, autor del libreto, sitúa la acción en las intrigas del Madrid goyesco entre liberales y conservadores, en una España que era un «abigarrado conjunto de fealdad y belleza». Lo mismo podría decirse de la España de hoy. El «pan y toros» que daban al pueblo, es el mismo –aunque evolucionado– «pan y toros» que nos dan hoy para tenernos entretenidos. O, mejor dicho, distraídos.
Un momento del montaje de Pan y toros, de Barbieri, que se acaba de estrenar en La Zarzuela. [Fotos: Álvaro Luna]
A nivel escénico, Echanove plantea toda la trama en lo que él denomina un «coso ibérico»: una plaza de toros circular en la que se desarrollan los dos primeros actos. Una estupenda dirección de actores –en la que el movimiento de las masas está engrasado con las modernas coreografías de Manuela Barrero, que sustituyen de forma exquisita las danzas populares españolas originales– hace que todo fluya a la perfección sobre el decorado de Ana Garay, autora también de los preciosos figurines.
Y vamos a lo importante: si en el foso el maestro García Calvo saca lo mejor de la orquesta, en escena un reparto de lujo borda los principales papeles. Yolanda Auyanet, como doña Pepita, y Carol García, la princesa de Luzán, están soberbias. Borja Quiza, tras su maravilloso Lamparilla de El Barberillo de Lavapiés (con el que La Zarzuela cerró la temporada pasada) vuelve a demostrar su talento tanto canoro como escénico. De Milagros Martín (La Tirana) no se puede decir nada que no se haya dicho ya de esta grande de la zarzuela. Gerardo Bullón da vida de forma espléndida a Goya, y el resto del elenco se muestra perfectamente ensamblado en esta obra, tan compleja como maravillosa.
Carol García, la princesa de Luzán, y Yolanda Auyanet, doña Pepita. [Foto: Elena del Real]
Las obras maestras de la zarzuela suelen tener una cosa en común. Mientras son muchos los que piensan que es un género casposo, rancio, la realidad es que tiene un importante foso de crítica social. Una crítica que no solo soporta muy bien el paso del tiempo, sino que, generalmente, podría extrapolarse a la sociedad actual.
En este caso, estrenada en 1864, la trama está ambientada en el Madrid de 1792. Obra costumbrista que, como decimos, está en la línea de lo que se llevaba en esos años, y es una radiografía castiza de lo que era la ciudad, con una música elevadísima, una riquísima partitura, de una belleza sublime. Y con un trasfondo crítico que también es una radiografía social, en la que se cuestiona que en vez de universidades y teatros, lo que se daba al pueblo era pan y toros, procesiones y romerías, para tenerlo distraído mientras los gobernantes solucionan sus problemas y llenas sus bolsillos. En vez de cultura, entretenimiento para las masas.
La historia es perfectamente extrapolable al Madrid de hoy. Nos siguen dando pan y toros. No hay más que encender cualquiera de nuestras pantallas para comprobarlo. Quieren tenernos entretenidos, hacen mucho ruido, para que al final no estemos pendientes de lo importante, mientras ellos hacen y deshacen en este «abigarrado conjunto de fealdad y belleza» que es nuestro país.
La sociedad vegana y animalista de hoy no aceptaría de forma masiva los toros, por eso nuestros gobernantes, que se han actualizado, los han sustituido por otros entretenimientos más sostenibles y ecofriendly. También las procesiones y las romerías han cambiado. Pero en el fondo, es la misma esencia. Y sí, el pan nos lo siguen dando como acompañante, aunque ahora sea de masa madre y más sofisticado.
Pero lo peor de todo es que la música de hoy no suena a Barbieri. Eso es lo verdaderamente grave y triste. ¿Quién dice que la zarzuela es rancia y casposa? Quizás aquellos para los que Barbieri es solo una calle de Chueca. Pues eso, pan y toros.