El Teatro Real nos toca las narices (y nos saca de nuestra zona de confort)

'La nariz', de Dmitri Shostakóvich, llega al coliseo madrileño en una impactante producción dirigida por Barrie Kosky que respira genialidad desde el principio hasta el final.

El Teatro Real nos toca las narices (y nos saca de nuestra zona de confort)
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

13 marzo, 2023
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El compositor ruso estrenó en 1930, en el entonces Leningrado, esta ópera absolutamente surrealista que cuenta la historia del mayor Platón Kuzmitch Kovaliov, un jefazo del Gobierno. Se trata de un secretario de Estado que un día se levanta y ve que ha perdido su nariz. Resulta que esta protuberancia cobra vida, se rebela, y no quiere volver al cuerpo de este oficial de San Petersburgo, que es una especie de ‘tito Berni’ de la época: un hombre rudo y grotesco, cuyo lado escatológico y zafio está muy potenciado en esta producción.

Para él es un drama tremendo, porque con la pérdida de su nariz se cuestiona también, y de manera pública, su virilidad. Sus ambiciones políticas y sociales se ven truncadas para siempre. Shostakóvich se basó en un cuento de Nikolái Gógol, titulado así, La nariz, para esta ópera, complejísima, que tiene ochenta y nueve papeles diferentes, interpretados por treinta y tres solistas.

El Real sale de su zona de confort –y nos saca a nosotros de la nuestra– y se adentra en estas obras que nunca se han subido a su escenario, la mayor parte de ellas obras cumbre de la ópera del siglo XX. Antes de La nariz fue Arabella, de Strauss, y el siguiente estreno será Nixon in China, de Adams. Recordemos que gran parte de ese siglo XX el coliseo madrileño estuvo cerrado, bien en el sentido estricto de la palabra, pues en 1925 bajó el telón al correr peligro de derrumbe, bien a la ópera, pues cuando se reabrió en 1966 fue como sala de conciertos hasta que, en 1997, volvió a la vida como teatro lírico.

Lo más cómodo sería recurrir a lo fácil y programar solo lo conocido. Esa sería su zona de confort. Pero Madrid tiene una asignatura pendiente con esas obras de las vanguardias de XX. Y no hay mejor manera de aprobar ese examen que con propuestas tan brillantes como esta, que firma Barrie Kosky, director de escena australiano que ya enamoró en esa misma sala con la muy recordada La flauta mágica montada con estética del cine mudo. Parte de esa estética también la vemos en esta ocasión, como cuando el tercer acto el médico intenta reimplantarle la nariz y las sombras que se proyectan nos recuerdan al Fausto de Murnau, de 1926, obra cumbre del expresionismo alemán.

Estamos ante una partitura de una dificultad extrema que tanto la orquesta como el coro titular del teatro resuelven de manera sobresaliente. Desde el foso, Mark Wigglesworth (quien en 2018 también se puso al frente de la Sinfónica de Madrid en Dead Man Walking, otro estreno contemporáneo) impactó con esta obra que se mueve en un arco musical tan grande que va de la atonalidad al cabaret, ambos lenguajes propios de esos años, pasando por el folclore ruso. Inmensa la orquesta, como también inmenso el coro que dirige Andrés Máspero. Ambas formaciones fueron largamente ovacionadas la noche del estreno.

El Teatro Real nos toca las narices (y nos saca de nuestra zona de confort)

Bailarines y Coro Titular del Teatro Real, con gran protagonismo en esta función de La nariz. Delante, un espléndido Martin Winkler como Kovaliov. [Fotos: Javier del Real]

De esos espléndidos treinta y tres solistas para esos ya mencionados ochenta y nueve papeles, cabe destacar con nombre propio el de Platón Kuzmitch Kovaliov, el protagonista que pierde su nariz, que crea Martin Winkler. El barítono austriaco sigue en Madrid desde su soberbio conde de la citada Arabella del pasado mes de enero, con la que el Real comenzó de manera igual de espléndida este 2023. Aquí, literalmente, da una lección tanto canora como actoral en este complicadísimo papel. Máxime en una apuesta escénica como esta en la que la parte actoral está extremadamente reforzada. Habría, igualmente, que destacar al bajo ruso Alexander Teliga en su triple papel de Iván Yácovlevich (el barbero que ‘le corta’ la nariz), encargado de la oficina del periódico y médico (que intenta volver a pegársela).

No es La nariz, como decimos, una obra fácil. Ni para el equipo artístico ni para el espectador. Por ello, tiene que estar arropada con una producción de este calibre para lograr traspasar la cuarta pared y llegar al público. Tras su estreno ruso en 1930, fue prohibida por las autoridades soviéticas. Entonces fue condenada públicamente por la Asociación Rusa de Músicos Proletarios. ¿El motivo? Pues que una ópera que fue compuesta y creada en origen para criticar el régimen zarista, cuando se estrenó resultó ser igual de crítica con el régimen estalinista. Y eso, claro, las autoridades de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no lo consintieron. Es lo que tenían las vanguardias de principios del XX, que eran de verdad ‘vanguardistas’ independientemente de quien gobernase, y no unas vendidas al poder y/o a las administraciones. Hoy podría ambientarse perfectamente en la trama de ‘el mediador’ y el ‘tito Berni’.

Esta primera ópera de Shostakóvich se recuperó en los años setenta del pasado siglo XX, y sigue siendo una rareza en los escenarios. Tanto su complejidad musical como escénica hacen que no sean muchos los teatros de ópera que se atrevan a llevar a término esta empresa. El Real es coproductor junto al Covent Garden de Londres, la Komische Oper Berlin y la Ópera Australia de este montaje que ya está ‘condenado’ a ser de referencia. Lo cual tiene su lado bueno, poder disfrutar de un espectáculo que es, simplemente, magistral, pero también el malo: es tan sumamente potente y perfecto todo lo que se ve en el escenario del Real que será muy difícil que nadie pueda dar otra visión y que sea igual de brillante.

El Teatro Real nos toca las narices (y nos saca de nuestra zona de confort)

Otro momento de este brillante espectáculo dirigido por el regista australiano Barrie Kosky.

Kosky representa los tres actos sin descanso. Casi dos horas de música de vanguardia rusa de los años treinta que consiguen mantener al espectador in crescendo desde el primer momento. Introduce morcillas que no están en el libreto, algunas de ellas en español (como al comienzo de la función, con unos espectadores escandalizados porque pensaban que iban a ver una Traviata, quizá lo más fácil, lo menos inteligente, de toda la propuesta) o números como un maravilloso baile de claqué de todas las narices sobre el escenario. Pero todo ello no valdría de nada si la parte musical no estuviera a la altura a la que está con Wigglesworth en el foso, Máspero con el coro del Real, y ese estupendísimo elenco de treinta y tres solistas que se reparten los papeles. Los doce bailarines que dan vida no solo a las narices, pues tienen gran protagonismo, son el colofón con unas espectaculares coreografías. Con especial protagonismo a una: la nariz.

El Teatro Real nos toca las narices (y nos saca de nuestra zona de confort)
Arriba, otro momento de la obra. Abajo, Anne Igartiburu, uno de los puntazos de esta apuesta que ahora llega al Teatro Real, coproductor del montaje junto al Covent Garden de Londres, la Komische Oper Berlin y la Ópera de Australia.

El Teatro Real nos toca las narices (y nos saca de nuestra zona de confort)

Al final, a modo de resumen, una presentadora de televisión, uno de los muchos personajes de la obra, en una suerte de epílogo o resumen, nos cuenta qué fue de la vida de Platón Kuzmitch Kovaliov, ese mayor que perdió su nariz.

Espectacular, vestida de maestra de ceremonias del más glamouroso cabaret, sale a escena la reina de las campanadas, la mujer que hace también cada 31 de diciembre desde la Puerta del Sol –aunque TVE se haya empeñado en relevarla sin conseguirlo– el resumen del año. Sí, es Anne Igartiburu quien debuta en el escenario del Real para tal menester, comenzando con un no menos surrealista «hola, narizones», antes de recitar su texto micrófono en mano en el que nos cuenta cómo transcurrió la vida de nuestro protagonista tras ¿recuperar? su nariz…

Lo dicho: una genialidad absoluta de principio a fin. Con mujeres barbudas incluidas.

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