Madonna: entre el cielo y el suelo, entre la vida y la muerte

Tras la triunfal segunda noche del 'Celebration Tour' de Madonna en Barcelona, toca analizar las claves que hacen de él un espectáculo tan inspirador como oscuro.

Madonna en el 'Celebration Tour'
Madonna en el 'Celebration Tour'
Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

3 noviembre, 2023
Se lee en 7 minutos

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Sinceramente, no me esperaba que The Celebration Tour me impactase y me removiese como lo hizo. Ese terror previo por encontrarme con una Madonna en baja forma me perturbaba, y no sabía cómo reaccionaría si, por una vez en la vida, la reina del pop me decepcionaba con uno de sus shows.

Porque Madonna ya es como una más de la familia (por eso, además, quise verla con mi hermana). Su manera de concebir los macroespectáculos sigue siendo única, y en este caso, de nuevo, sorprendente, más por el fondo que por la forma.

Madonna en The Celebration Tour en Barcelona

Ella dejó bien claro en uno de sus speeches –qué gusto le ha cogido a hablar en sus conciertos, y cómo se agradece– que también nos consideraba a cada una de las 18.000 almas que llenamos el Palau Sant Jordi en su segunda noche en Barcelona parte de su familia. Maravilla, el sentimiento era mutuo. Y hasta llegar a ese punto, ya cerca del final de su show, todo fue sobre ruedas.

Para empezar, me libré de hacer horas de cola al encontrarme nada más llegar a los aledaños del Palau con Benja de la Rosa, muy cerca de la entrada, que nos invitó a mi hermana y a mí a unirnos a su grupo, tan excitados como nosotros ante lo que se venía.

Frente al delirio fashionista que se vivió muy cerca de allí, en el Estadio Olímpico, en las horas previas al Renaissance World Tour de Beyoncé, esta espera se vivía mucho más relajada y con looks infinitamente menos llamativos. La comunión con Madonna se siente a estas alturas de su carrera mucho más espiritual, a juzgar por todos los comentarios que escuchaba a mi alrededor. Solo se hablaba de su salud y se entonaban sus canciones. Estar allí y saber que por segunda noche consecutiva iba a actuar se sentía una victoria del universo.

«La comunión con Madonna se siente a estas alturas mucho más espiritual»

Celebrar sus cuatro décadas de reinado pop era motivo más que suficiente para sentir esa euforia contenida que había dentro del Palau Sant Jordi tres horas antes del inicio del concierto –entramos realmente pronto, recordemos, gracias a esa manifestación al universo para evitar las kilométricas colas que se habían formado fuera–. Aprovechando que teníamos tiempo de sobra hasta que Madonna saliese en torno a las 22h –gracias a lo sucedido la noche anterior, sabíamos que era una utopía que comenzase a actuar a las 20,30h, como estaba anunciado–, tuve tiempo de pensar en lo que ha significado Madonna en mi vida.

Irrumpió de manera algo inconsciente con canciones como Holiday cuando aún no tenía una idea real de quién era. Y ya me embarqué con todas las de la ley en su cruzada con Like a Virgin. Recuerdo cómo un tío mío me llevó a unos grandes almacenes por mi cumpleaños y me dijo «coge el disco que quieras, que te lo regalo”. No lo dudé, necesitaba imperiosamente su segundo álbum. Creo que la mirada de mi tío vino a decir “vale, este niño es gay”. Fue una de mis pocas salidas del armario involuntarias. El resto, como se suele decir, es historia.

En torno a las 19:30h, Arca se puso a los platos. Bien voluntariosa y disfrutona, ante la enorme indiferencia del público que ya había ocupado posiciones. ¿Su única concesión al mainstream en el DJ set? El Right Here, Right Now de Fatboy Slim, que chopeó a su antojo y prolongó durante todo el tiempo que consideró necesario.

La cantidad de conocides que me fui encontrando a mi alrededor no me sorprendió. Desde amigues –bien jóvenes– de Sevilla a mi querida Susi Caramelo, que, por carambolas del destino, estaba sentada justo detrás de mí, con look inspirado en la era Like a Virgin, que incluía camiseta de la película Jóvenes ocultos. Dos filas más delante, Iván Soldo. Otra bendita casualidad. Juntos la habíamos visto justo en la grada de enfrente del Palau en la gira Rebel Heart. Y al terminar este concierto coincidimos en que, como en aquella ocasión, cuanto más se acerca en algunos momentos de sus shows a Marlene Dietrich, más nos fascina.

Nada que objetar al set list del concierto, que abre tan brillantemente con Nothing Really Matters, mi canción preferida de Ray of Light junto con Frozen, que si bien no sonó, estuvo representada con imágenes del vídeo durante su interpretación de Rain. ¿Pegas iniciales? Lo convencional del primer tramo del concierto, en el que Madonna recuerda sus inicios en Nueva York y sus primeros hits. Algo no encaja, porque esa supuesta ingenuidad que quiere representar en esos minutos del show no resulta convincente, o al menos a mí no me llegó. Porque la vitalidad de la Madonna que quería comerse el mundo es muy distinta a la que transmite ahora, que es la de una mujer, artista, que celebra estar viva tras momentos de salud complicados.

Madonna en The Celebration Tour en Barcelona

Por eso, cuando su segundo concierto realmente despegó para mí fue cuando llegó la transición entre la festiva Holiday y su hermosísima balada Live to Tell, en la que rinde un emotivo tributo a las víctimas de la pandemia del sida. Entre los rostros más conocidos que inundan las pantallas, los de Keith Haring y Freddie Mercury. Era la primera vez de varias en que Madonna sobrevolaría el Sant Jordi, y hacerlo arropada por rostros de decenas de difuntos, cuya memoria celebraba, resultó escalofriante.

Ahí es cuando realmente se ve de qué va este Celebration Tour: en él, Madonna se mueve como pez en el agua, como estrella sobrenatural que es, entre el cielo y el suelo, entre su humanidad y su divinidad. Porque sí, es humana, como Chenoa, aunque en muchas ocasiones de su carrera no lo pareciera a juzgar por sus logros. Y que en un macroconcierto de estas características yuxtaponga como lo hace vida y muerte, celebrando ambas, lo hace más trascendente.

Recordó también a esos grandes iconos, ya desaparecidos, con los que formó la santísima trinidad del pop durante los 80 y los 90: Prince y Michael Jackson. Mucho más afinado el homenaje a Prince, al que recordó no con imágenes, sino con su música, poniendo en valor su contribución a Like a Prayer y la creación de un opus magno como Purple Rain. Evitando caer en la emotividad kitsch que sí preside su duelo virtual con Michael Jackson, jugando con sombras chinescas y fotos de ambos. Un momento alargado en exceso que tampoco provocó el delirio que supuestamente debería. Al final, el mensaje es claro: solo ella queda viva de los tres. De nuevo, la muerte muy presente en el espectáculo.

Madonna en The Celebration Tour

Volvería a estarlo en el que, para mí, fue el número más redondo del concierto. Porque la puesta es escena de Die Another Day es simplemente excelsa, con coreografía de Damien Jalet. Una canción que en su día me pareció mediocre –más aún siendo el tema central de la película de James Bond del mismo título– se convirtió de golpe en épica, y ya nunca la escucharé igual. Porque hay que recordar cómo en su último cumpleaños la citó antes de soplar las velas. Sí, ya morirá otro día, y el toque irónico que la enriquece ahora se plasmó exquisitamente en el escenario, teñido de blanco y negro. Una mini obra maestra a la que no hacen justicia los vídeos grabados con móvil, una razón de peso para decir aquello de “no se la pierdan”.

«Hay un poso oscuro, aunque también inspirador, en esta gira»

A la altura de Die Another Day, su abandono a la sensualidad marca de la casa sobre un ring virtual cuando entonó –bueno, realmente no, porque fue uno de los temas en donde se notaba que las voces pregrabadas no habían sido tratadas/actualizadas– Erotica fusionada, como debe ser, con You Thrill Me. Tras abandonarse repetidamente a la carnalidad, llegó el momento de subir a los cielos en el inicio del enérgico tramo final, tan metafórico como cierto.

Ascendiendo en un lecho virtual durante Bedtime Story, llegó el momento de reafirmar su reinado por encima de 18.000 cabezas recuperando el Sasha Ultra Violet Mix de Ray of Light. Si en el escenario se la siente algo insegura en lo físico, por los aires transmite que no hay quien pueda con ella. Como ha hecho a lo largo de sus cuarenta años de carrera.

Madonna en The Celebration Tour

“Bitch, I’m Madonna, and don’t forget it, Barcelona”, gritó –y rimando– antes de desaparecer. Y la sensación –gratísima– era la de sentir que hay un poso oscuro –aunque también inspirador– en esta gira. En la que no solo celebra todo lo bueno, también aquellos momentos agridulces que la han traído hasta el hoy. Y con los que no resulta difícil identificarse. Ese «No Fear» que mostró cual mantra nos recuerda que su actitud ante la vida y el arte ha inspirado –y sigue haciéndolo– a millones.

En Barcelona quedó de nuevo claro lo importante que es contar con una familia elegida para superar los momentos más dolorosos. Quienes hemos querido que Madonna forme parte de ella nos sentimos por un par de horas bendecidos.

Ella ha vivido para contarlo, y una vez se desvaneció, nos quedamos todos frozen al salir a la calle y ser abofeteados por un viento brutal. Hasta los elementos andaban removidos.

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