Medea, de Cherubini, abrió la temporada del Teatro Real, de la mano de una soberbia Saioa Hernández en el rol principal, un papel que Maria Callas había llevado a la excelencia de la ópera. Ahora Médée, de Charpentier, compuesta ciento cuatro años antes, es el penúltimo título antes de que Madama Butterfly cierre definitivamente el ciclo 23-24 en el principal coliseo operístico de España.
Y llega a cargo de los sublimes Les Arts Florissants, que de la mano de su creador y director, William Christie, nos regalan una excelsa versión de esta ópera. El maestro crea el vestido perfecto para Médée, una ópera en la que –como es sabido– la capa, el vestido, de Medea, su protagonista, tiene un papel principal en esta historia de celos y asesinatos mitológicos. Fue un banquete barroco servido no solo con los mejores ingredientes que tiene esta fascinante y desconocida partitura, sino cocinado por las mejores manos, que son las de todos los componentes de esta formación. Formación que, por otro lado, lleva el nombre de una obra del compositor francés que se puede considerar como una ‘creación preoperística’: todo casa a la perfección.
Cuando el compositor francés Marc-Antoine Charpentier estrenó esta ópera en la Académie Royal de Musique de París, en diciembre de 1663, escandalizó al mundo cultural francés por ser excesivamente moderna y rompedora. Fue acusado, además, de italianizante, una gran ofensa en el chovinista mundo parisino. El coro italiano del segundo acto era un pecado imperdonable en un reino, el de Luis XIV, en el que Lully tenía el cetro del poder musical. Christie, cuasi octogenario, consigue que esta obra del siglo XVII siga siendo rabiosamente rompedora. Definitivamente, la (falsa) modernidad que hoy copa titulares está sobrevalorada.
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Medea es la protagonista de una historia terrible, un drama de celos desmedidos con asesinatos que pusieron por primera vez en negro sobre blanco la hoy tristemente actual violencia vicaria. Un drama en el que una madre no tiene el menor reparo de matar a sus hijos por el hecho de vengar a su marido. Un drama que durante unos años fue considerado una especie de ejemplo de empoderamiento femenino y, también, un icono lésbico. El drama de Medea ha dado lugar a muchas interpretaciones, no solo en ópera (la citada de Cherubini de 1797 que, como ya hemos apuntado, rescató del olvido Maria Callas y Montserrat Caballé terminó de hacer popular) sino en teatro, en cine (la mítica película de Pasolini, con La Divina de protagonista) o en obras como Norma, que no dejan de ser una secuela operística de esta tragedia lírica, tragédie mise en musique, en un prólogo y cinco actos.
El trío en cuestión de la trama está formado por Médée, esposa enamorada de Jasón, príncipe de Tesalia quien, a su vez, está enamorado de Créuse, hija de Creonte, el rey de Creta. Este triángulo amoroso llegó al Real de las manos –y sobre todo las voces– de Véronique Gens, Reinould van Mechelen y la maravillosa Ana Vieira Leite (Scarlatti Amorosi Accenti, su reciente disco con Daniel Pinteño, es una joya imprescindible). Pero no es solo este trío el que hace de esta Médée una velada de altísimos vuelos. Todo el reparto –compacto, equilibrado, perfecto–, junto al magnífico Coro de Les Arts Florissants, de la mano de la grandiosa orquesta y bajo la batuta de esa leyenda de la música que es William Christie hacen que este banquete barroco de más de tres horas de maravillosa música se convierta una experiencia delicada y sublime. En una gran noche de gran ópera.
Presenta el Teatro Real estas cuatro funciones de Médée (las siguientes son el 8, el 9 y el 10 de junio) como una ópera en versión concierto semiescenificada. Gran error. La concepción escénica que de ella hace Marie Lambert-Le Biham –con la orquesta en el foso y no en escena, como es habitual en las versiones en concierto– así como la iluminación de Fiammetta Baldiserri consiguen que la gran noche musical se convierta también en una redonda velada teatral.
Son en parte el mismo equipo que está detrás de Eden, el show de Joyce Didonato que recientemente también pudimos ver en el Real. Un espectáculo muy alejado de otras versiones en concierto, que no son más que bolos para cumplir y hacer caja en lo que determinadas vacas sagradas de la ‘alta cultura’ consideran una especie de teatros de provincias. Y, sobre todo, muy superior a determinadas puestas en escena que –más que remar a favor de la partitura y los cantantes– son simples ejercicios de onanismo cultural de determinados registas.