Por arte de magia, ha regresado la Lady Gaga más añorada con Abracadabra. Seguramente, cuando leas estas líneas Mayhem ya estará publicado –sucederá esta noche, pero al cierre de la edición de la revista no lo había escuchado aún–, y sabremos si el single ha sido un mero espejismo o si realmente el álbum está a la altura del hype.
El caso es que el disfrute proporcionado por el más reciente single de Mayhem me ha llevado a mirar atrás y analizar mi relación de amor-odio con Lady Gaga, una de las divas pop más importantes y necesarias de las últimas décadas. A base de charlas con little monsters he terminado por celebrar el impacto vital que provocó en toda una generación, y es algo que siempre hay que valorar, porque ¿qué sería de una generación LGTBIQ+ sin su referente? Mejor no imaginarlo.
Siempre me ha hecho gracia que Lady Gaga sea de esas artistas incómodas que no siempre dan lo que se espera de ellas, como ha sucedido con estrellas del calibre de Björk y Mónica Naranjo. Gaga ha dado siempre mucho juego en ese sentido, con sus volantazos estilísticos y esa –a veces irritante– necesidad de demostrar su versatilidad como compositora e intérprete.
Durante mucho tiempo me ha dado la sensación de que era la propia artista la que renegaba de sus gloriosos inicios, por no verse ya representada del todo en ese glorioso circo andante que era –aunque en su reciente entrevista con Zane Lowe para Apple Music hace todo lo posible por hacer ver que sí–. Cierto es que, mirando atrás, si su exitoso debut se sostiene es por su magnífica colección de singles, porque The Fame (2008) no da mucho más de sí, y su producción se quedó poco menos que anticuada una temporada después de su lanzamiento.
Pero, ¿cómo podría renegar de una maravilla como The Fame Monster (2009) –para mí, su trabajo más redondo– o del maximalista Born This Way (2011)? De lo irritante que me resultó las dos veces que la entrevisté –totalmente entregada a su personaje– en sus primeros años mejor hablo en otra ocasión. Igual que espero que ella hable algún día de por qué rechaza Artpop (2013), un disco tremendamente irregular y un proyecto profundamente pretencioso, que entiendo que divida a los fans –y que a ella misma le sigue costando justificar con coherencia–.
A partir de ahí empecé a perder el interés: Joanne me da risa, los discos con Tony Bennett me provocan bostezos, Chromatica, indiferencia –aunque salve algunas canciones–, y si con la banda sonora de A Star is Born me atreví (y, bueno…), con Harlequin, ni eso. Ahora estoy en un buen momento con ella, y ojalá me dure, porque me apetece que sea así. Mientas, seguiré reflexionando sobre cómo es posible que sea mejor actriz cuando da entrevistas que cuando trabaja en películas.