A pesar del creciente espacio de homosexuales en altos cargos y ámbitos sociales y culturales como el cine, la música y la televisión, ahora donde se aprecia cada vez más la discriminación es dentro de nuestras propias filas. Sí, entre nosotros. Y especialmente hacia aquellos que no cumplen con los cánones normativos.
Hablamos con cuatro jóvenes profesionales de la política española, de diferentes ideologías, y nos argumentan por qué un gay puede ser de cualquier ideología.
Aunque la pluma sea el más frecuente motivo de discriminación entre homosexuales –como hemos hablado en el primer capítulo–, existen otro tipo de discriminaciones que al producirse entre homosexuales, adquieren ciertas características y connotaciones concretas. Una muy usual es la discriminación ideológica que se genera dentro del colectivo gay, o cómo los homosexuales de izquierda y derecha destacan por qué la orientación sexual debería influir en la ideología.
Enric Ahís, exconcejal del Partido Popular en la provincia de Castellón, nos cuenta que los únicos episodios de discriminación que ha sufrido en su vida han sido por parte del propio colectivo: «Por ser de derechas me han llegado a decir que me muera en pocas palabras. A mí en la vida me han llamado maricón por la calle, nadie me ha mirado mal, y todo el mundo me ha respetado mucho siempre. A lo mejor es por eso de ser ‘normativo’, pero a mí no se me ha discriminado por ser gay, solo por ser de derechas».
Históricamente, la izquierda española siempre ha estado ligada a la conquista de los derechos sociales, y en este caso a los del colectivo LGTBI. Por el contrario, la derecha española ha sido más conservadora y discreta a la hora de liderarlos. Con el paso de los años, la sociedad ha evolucionado y la derecha se ha ido posicionando en pro de estos derechos igualitarios y LGTBI. No obstante, entre los ciudadanos homosexuales parece que incluso ha aumentado la radicalidad con la que se discriminan unos a otros.
Pablo Sarrión, técnico de comunicación nacional de Ciudadanos, nos confiesa que ni siquiera hace falta ser radicalmente conservador o de derechas para sufrir este tipo de discriminaciones dentro del colectivo: “Me insultan porque soy gay y de Ciudadanos. A mí me han llamado facha de mierda, traidor, cáncer del colectivo, de todo… He recibido todo tipo de insultos por la calle. Una vez estaba en una discoteca y un camarero se negó a ponerme una copa”. Aunque señala que lo que más le ha dolido ha sido que sus padres hayan leído estos insultos en las redes sociales, y que su ideología le haya costado la pérdida de amigos: “Dos de mis mejores amigos que tenía antes en Madrid, me dejaron de seguir en las redes sociales, me bloquearon y me insultaron públicamente cuando entré en el partido. Me pareció denigrante y sin justificación”.
Hemos realizado una encuesta en la que participaron alrededor de 400 homosexuales de diferentes partes de España y de diferentes edades, y planteamos la siguiente pregunta: ¿Alguna vez habéis dejado de conocer a un chico o se os ha ido el interés al saber que su ideología era diferente a la vuestra? El 46% respondió que sí habían dejado de conocer a un chico por su ideología, y el 54% contestó que no lo había hecho. Esto quiere decir que prácticamente la mitad de los homosexuales se niega a interactuar o se cierra las puertas a la hora de conocer a otros hombres con una ideología diferente.
Pero, ¿a qué se debe esta intolerancia? Según los personajes políticos entrevistados de diferentes ideologías, en España la derecha y la izquierda promueven y dictaminan su canon estereotipado de gay, que sesga y polariza en dos bandos diferenciados a la comunidad homosexual. Esta batalla por demostrar quién es el mejor y quién tiene la razón incrementa las diferencias entre gais en lugar de disolverlas, y origina el conflicto.
«Algunos partidos o movimientos políticos fomentan la heteronormalidad, van de que toleran y respetan a todo el mundo, pero luego solo miran bien al hombre gay, blanco, cis y sin pluma. Me parece una actitud conservadora que puede ser incluso peligrosa para los avances de los que ahora gozamos», expresa Fran Ferri, diputado de Compromís (partido valenciano de izquierda) en las Cortes Valencianas.
Mientras unos homosexuales tienen una conciencia más inclusiva y abierta en lo que a diversidad de personas se refiere, otros simplemente consideran que hay personas, actitudes o características ‘normales’, haciendo referencia a lo común, y ‘diferentes’, aquellas que se salen de lo usual. Estos últimos gais dicen sentirse atacados por los primeros, que no respetan su perspectiva.
«Hay un recelo por a ver quién lleva la bandera a lo más alto de la lucha del colectivo LGTBI, y el error está en intentar politizar y capitanear estos derechos».
Según palabras de Enric Ahís (PP), los partidos de izquierdas son los más discriminatorios de todos, en el sentido de que siempre dictan su normalidad, y solo lo que ellos manifiestan es moralmente correcto y debe ser aceptado. «Establecen unos cánones y unos criterios de cómo es un ‘buen gay’, donde por supuesto no cabe la ideología de derecha. Es por ello que hoy una parte importante del colectivo ve con malos ojos ser gay y de derechas, y eso es a mi juicio muy discriminatorio también. No debería haber ningún prototipo de gay».
Por otra parte, Pablo Sarrión (Cs) argumenta que estos cánones sesgados y forzados por la izquierda y la derecha no son reales: «Mucha gente tiene esa preconcepción de que los homosexuales de derechas no tenemos pluma, vamos todos al gym y tenemos un Jaguar, pero es una imagen totalmente errónea. Yo puedo salir de fiesta con gente de derechas y acabar todos travestidos, y tú, si todavía no tienes amigos de derechas que se pinten las uñas, tarde o temprano los tendrás… La representación más visual es que los gais de izquierda siguen un estereotipo y los de derecha otro, pero no es así; y yo lucho por romper esos cánones e integrar a todo el mundo en este movimiento LGTBI». A lo que añade: «Debemos convencer a esos homosexuales que piensan diferente de que pintarse las uñas, llevar falda o hacer lo que quieran es algo normal, y no pasa nada. Hay que incluirlos, no excluirlos».
Según nos explica el psicólogo especialista en Terapia Cognitiva Conductual Juan Macías, nuestra identidad está construida en una línea filosófica y religiosa dualista (Platón y San Agustín), la cual nos atrapa en estructuras binarias: bueno/malo, amor/sexo, hombre/ mujer, homo/hetero, masculino/ femenino, etcétera, donde solo una de las partes es la válida (alma, cielo, masculino, hetero, amor) y la otra, inválida (cuerpo, tierra, femenino, homo, sexo). «Esta identidad dualista necesita inevitablemente atacar de forma activa la otra opción como ritual de afirmación y pertenencia. No hacerlo es sospechoso de traición, y un claro ejemplo lo tenemos en la política. Si soy del PP debo atacar a Podemos, y viceversa», razona. Esto podría explicar en cierto modo la imposibilidad de ponerse de acuerdo, ni siquiera en lo que a derechos LGTBI se refiere, entre personas de diferentes ideologías.
Pero, ¿existe la posibilidad de progresar en cuanto a tolerancia o al menos reducir los ataques discriminatorios por ideología? Ahís (PP) afirma que puede entender que a algunos homosexuales no les atraiga un hombre trans, un hombre maquillado, un hombre con excesiva pluma, etc. Pero asegura que, independientemente de sus gustos personales, todas aquellas personas que se salen de esa norma no escrita merecen su respeto, ya que «la base de todo está siempre en el respeto».
Jesús Salmerón, diputado de Ciudadanos en las Cortes Valencianas, justifica que esta falta de aceptación va ligada muchas veces a unas creencias, sobre todo religiosas, que chocan con la libertad sexual: «Hay cosas que la Iglesia católica no va a aceptar nunca, y aunque sean creencias arcaicas y desfasadas, los que la defienden son más reticentes a la hora de acoger por ejemplo a los transexuales, bisexuales, intersexuales, etc. No obstante, aunque haya formaciones políticas como Vox que no van a avanzar nunca en este campo, creo que la derecha, poco a poco, va evolucionando». Y termina diciendo: «Hay que dejar a un lado las diferencias ideológicas, sobre todo cuando hay coincidencias en derechos sociales y otros aspectos. Hay un recelo por ver quién lleva la bandera a lo más alto de la lucha del colectivo LGTBI, y el error está en intentar politizar y capitanear estos derechos. Lo que hay que hacer es acoger a todo el mundo; cuanta más gente participe en esta lucha, mucho mejor».