La intrahistoria de una salida del armario libremente hecha… y vetada

El veto a una entrevista en que un artista decidió hablar abiertamente (por primera vez) de su sexualidad nos hace ver lo mucho que queda por conseguir, y cómo el estigma sigue ahí. Así sucedió todo.

La intrahistoria de una salida del armario libremente hecha… y vetada
Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

29 julio, 2021
Se lee en 8 minutos

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No es este el artículo que me gustaría escribir. Su espacio debería ocuparla una entrevista con un artista cuya fama mundial no deja de crecer, y que cada vez despierta mayor interés mediático. Alguien a quien pude entrevistar personalmente hace dos años en Madrid, y con quien conecté de inmediato por diferentes motivos. No solo me gusta lo que hace, además me encantó que, una vez apagamos la grabadora, se abriera a mí con una honestidad impropia para alguien con quien apenas llevas media hora charlando. Me habló de cuestiones personales que dijo no estar preparado para compartir de manera pública, y me pidió que no hablara de ellas en mi reportaje. Fue valiente al abrirse y fiarse, y eso me hizo cogerle cariño –llámenme sentimental, o empático– de inmediato.

No ha sido fácil poder entrevistarle de nuevo. Su carrera ha continuado creciendo de una manera llamativa, y en los últimos meses parecía poco probable que pudiera volver a charlar con él. Pues esa oportunidad apareció, y finalmente me ofrecieron media hora vía Zoom con él. Estaba en Los Ángeles, a punto de salir hacia el aeropuerto, y fue una charla algo accidentada al principio, porque tuvo que montarse en un coche, y las colinas que atravesaba complicaban la comunicación por la falta de cobertura.

Pensé que se quedaría en una charla de trámite, repasando de manera superficial sus más recientes logros artísticos y punto, porque le costaba centrarse, en un coche rodeado de gente, y siendo escudriñados por su agente de comunicación virtualmente. Dado que en algunos de sus últimos trabajos ha incluido guiños homoeróticos nada sutiles, le pregunte por ellos y por su intención. Sin pensar en ningún momento que arrojaría luz sobre ellos. En varias entrevistas le han preguntado en los últimos meses por cuestiones similares, y en ningún caso quiso responder de un modo claro a las mismas.

«Me sentía yo más nervioso que él, porque su espontaneidad al hablar de su sexualidad me descolocó»

Para mi sorpresa, a mí sí decidió explicarme de un modo revelador los porqués de esos guiños. En su día me dijo que cuando estuviera preparado para hablar de ello lo haría, y aquel parecía ser el día. Me sentía yo más nervioso que él, porque su espontaneidad al hablar abiertamente de su sexualidad me descolocó. Nada que ver con su manera de expresarse hace justo dos años. Qué maravilla.

Incluso le comenté cómo otro artista con el que había colaborado, y al que entrevisté en su momento, le sacó en cierto modo –sin ninguna intención de hacer outing, que conste– del armario, aunque no trascendió. Sus carcajadas se debieron escuchar en Formentera como poco. Y le quitó importancia, porque habló de cómo era consciente de lo positivo que podía ser lo que estaba afirmando, y su visibilidad. Terminó nuestro tiempo, se despidió amablemente y me quedé feliz. No solo por lo bien que había ido; no voy a negar que el hecho de poder dar una exclusiva como la de su salida pública del armario me excitó.

No duró demasiado la alegría. Unas horas después recibía un email de su agencia de prensa diciéndome que toda la parte de la conversación en la que hablaba de su sexualidad no se podía publicar. En un tono nada amable. Me desahogué, mientras pensaba cómo proceder, con un tuit que viralizó, y que dio pie a una conversación pública muy interesante, y que también me ayudó –y reconfortó, no lo negaré– mientras reflexionaba. Muchos compañeros de profesión me mostraron su apoyo y me dieron consejos –todos coincidían en que publicara sin temor la entrevista, dado que el artista no pidió en ningún momento que se censurara ninguna parte ni se negó a contestar preguntas–.

¿Realmente él no quería que viera la luz lo que había dicho? ¿O su manager lo veía ‘negativo’ para su carrera?

Escribí de vuelta a la agencia para decirles que si no la publicaba íntegra no la publicaría. Y que, dado que a mí me era imposible acceder directamente al artista –lo intenté; pena de ese “follow back” que nunca llegó en Instagram–, que solo accedería a eliminar pasajes si el artista me hacía saber personalmente que no quería que se publicasen. Porque ahí ya empezaron mis dudas: ¿Realmente él no quería que viera la luz lo que había dicho? ¿Acaso era consciente del follón que me estaba montando la agencia que había gestionado la entrevista? ¿O su manager –que le acompañaba mientras iba hablando– pensó a posteriori que no era buen momento para que se hiciera pública su orientación sexual? ¿Lo veía ‘negativo’ para su carrera? ¿Lo consideraba un as en la manga que mejor guardar para cuando publique nuevas obras y pueda hacerlo en un medio más grande?

Mil cosas pensé, mientras me iba enrabietando. Porque, al final, lo cierto era que se me vetaba una entrevista –bueno, parte– por miedo, evidentemente, a las reacciones que pudiera generar la espontaneidad con la que hablaba de su sexualidad, hasta ahora mantenida en la más estricta ambigüedad. Mi rabieta fue a más al comprobar que, de nuevo, se prohibía a un artista hablar libremente de aquello que le apeteciera simplemente por desmarcarse de la heteronormatividad. Como si fuese algo de lo que no se debe hablar. Como si se diera por hecho que las consecuencias podrían ser terribles para él… Esto, en julio de 2021.

Son ya dos décadas escribiendo en Shangay. Creo que ha quedado claro que ni el medio ni yo como periodista vamos a forzar a nadie a decir algo que no quiera que se publique. Obviamente, ha habido ocasiones en las que la orientación sexual del entrevistado ha causado complicaciones tras una entrevista. Nada que no se pudiera solucionar ni, obviamente, respetar.

Un actor decidió abrirse en la charla y hablar de su homosexualidad, porque se sentía cómodo. Media hora después, escribió personalmente para pedir que se obviara esa parte. Cuando se marchó, le asustó que, una vez fuese público, tuviese problemas para seguir optando a personajes de hombre heterosexual. En otra ocasión, recuerdo cómo se puso hecho un basilisco un conocido artista por simplemente sugerir directamente que formaba parte de la comunidad LGTBI –como así es–. Ese día temí por mi integridad física –cierto que estaba menos curtido–.

«Lo último que haría sería sacar a alguien del armario contra su voluntad»

También ha habido ocasiones en que cuando alguien ha dicho con absoluta tranquilidad que era gay, lesbiana o bisexual, el sorprendido fui yo, porque no tenía ni idea, ni pensaba que me enteraría así, sin más. Qué bien que te sorprendan en esas ocasiones. Porque te das cuenta de que, al final, es como que te desvelen lo bien que se les da el pollo al curry. Y cuando Alejandro Amenábar o Víctor Gutiérrez decidieron utilizar este medio para salir públicamente del armario, traté el tema con el mayor respeto a su decisión posible –algo que ellos siempre agradecieron–.

Pensaba que iban quedando lejos los tiempos de las leyendas, del estigma social asociado a artistas como Ricky Martin o Pablo Alborán, siempre cargando con la losa de las especulaciones, hasta que dijeron “basta”. Incluso, recientemente, Alba de Sweet California nos contó lo feliz que estaba de tener la libertad de decir abiertamente que es lesbiana, sin que nadie pudiera ya presionarle para no hacerlo –en teoría, para no alienar a parte de su público–. Sus declaraciones no han dado que hablar (no tenían por qué). De repente, lo que viví hace unos días me ha preocupado enormemente, y me entristece. En el último mail recibido de su inquieta agente de prensa, literalmente decía “te suplico que no publiques eso”. Se notaba su tensión en un inexpresivo correo electrónico.

Lo último que haría sería sacar a alguien del armario contra su voluntad. Nunca he aprobado el outing. Nunca lo haré. Y pensé que si publicaba la entrevista obviando los últimos diez minutos de charla, en cierto modo lo estaría haciendo. Una vez que me desahogué en Twitter, y mucha gente fue consciente de la situación, habría quien estuviera pendiente de las entrevistas que firme, buscando cuál es la vetada. Y me siento mal, porque me veo víctima de la censura, del veto, sin tener del todo claro si obro correctamente guardando en el cajón la entrevista que desearía que ocupase este espacio.

Lo que no iba a hacer era publicar lo que otros sí aprueban, porque de cara a la promoción del artista les viene bien, y dejar la parte que les incomoda sin que vea la luz, para que se queden tranquilos y continúen con sus planes de marketing tal y como tenían previsto. La falta de respeto hacia mi trabajo por su parte es evidente: sentí que solo me querían como mero vehículo promocional, y encima les incomodaba que me hubiera salido del guion que daban por hecho que era el correcto. Su veto duele. No poder compartir las palabras del artista, que sin duda resultarían inspiradoras para muchas personas que las leyeran, también.

Ver recientemente pancartas con “Silence = Death” en series como Pose o It’s a Sin también dolía. Son obras de ficción ambientadas en los 80, y podría parecer que las luchas de quienes las portaban están más que superadas. Visto lo visto, no es así. Y aunque me ha callado mucho, al menos no quería que ganase el silencio. No puede ganar.

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