Era la crónica de un éxito anunciado. Y se cumplió. Desde que hace treinta y cuatro años Emilio Sagi revolucionara la zarzuela con el estreno de esta producción de La del manojo de rosas, cada vez que se repone –y van siete– el éxito es aún mayor que la vez anterior. Ha vuelto a ocurrir en el Teatro de la Zarzuela, donde se estrenó, antes de recorrer medio mundo, donde siempre ha sido recibida por la puerta grande. Es la producción teatral más antigua que sigue con vida en los escenarios madrileños.
Treinta y cuatro años han pasado ya desde que el regista asturiano reinventara no solo esta obra de Pablo Sorozábal, sino las puestas en escena de las grandes zarzuelas, con esta apuesta con aires de musical de Broadway. Y tres décadas que no han restado ni un ápice de genialidad, pese a las múltiples reposiciones que hemos visto de ella. El impactante decorado de Gerardo Trotti –que reproduce una castiza fachada de un típico edificio madrileño– sigue teniendo la misma vigencia. Como la tiene también el vestuario de la fallecida Pepa Ojanguren. Su ingenio es inmortal, como comprobamos al revisar algunos de los impagables looks que la asturiana creó para Tino Casal, y que son historia del mundo del espectáculo en España.
La del manojo de rosas es una de esas muchas joyas que atesora la historia de la zarzuela. El pasado 13 de noviembre hizo noventa años que se estrenó en el desaparecido Teatro Fuencarral de Madrid. Solo un año más tarde subió al escenario de La Zarzuela, donde no ha dejado de representarse ese «sainete lírico en dos actos» que Sorozábal compuso para el legendario barítono Luis Sagi Vela, hijo de las no menos legendarias estrellas de la zarzuela Emilio Sagi Barba y la soprano Luisa Vela. El barítono que la estrenó es el tío abuelo de Emilio Sagi, director de escena de esta ya icónica producción. Lleva en los genes el amor real por el género que heredó de sus abuelos. El estupendo programa coordinado por el doctor e historiador de teatro Víctor Pagán –todos los que hace para ese teatro son joyas– es historia viva de esta obra clave, así como imprescindible para los amantes de Sorozábal, que somos muchos.
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Si el estreno de 1990 fue el debut en los escenarios líricos importantes de Carlos Álvarez que, del Teatro de la Zarzuela, dio el salto a los mejores coliseos líricos del mundo, en esta ocasión el rol de Joaquín está a cargo del barítono barcelonés Manel Esteve, que crea un personaje completamente creíble y perfectamente equilibrado con la Asunción de Vanessa Goikoetxea. Desde su primer dúo juntos (Hace tiempo que vengo al taller) se ve por dónde ambos definen y defienden a sus personajes, los centrales de la obra. Tras este dúo, la soprano nos regaló una delicada versión de la romanza No corté más que una rosa. Al igual que fue sentida, emocionante y limpia la romanza con tintes de habanera Madrileña bonita del segundo acto. Una pareja compenetrada tanto en lo vocal como en lo escénico. El tercero en discordia de esta enamorada pareja, el Ricardo del tenor malagueño Gerardo López.
Ángel Ruiz volvió a enamorar con su maravilloso Espasa, uno de los papeles más golosos de esta zarzuela, que tiene los diálogos que mejor reflejan ese espíritu crítico con la realidad social de la época. El tenor y actor es ya, desde hace muchos años, y por más que merecidos méritos, un imprescindible de la zarzuela. Su vis cómica y presencia escénica hacen de él una especie de Luis Barbero del siglo XXI. Es el actor perfecto para esos personajes secundarios de nuestro género lírico, que son, en la mayoría de las ocasiones, los bombones de cada obra. Y luego está, como la estrella que ha sido, es y será, Milagros Martín en el papel de Doña Mariana. Solo con salir al escenario, se ve su poderío.
La directora Alondra de la Parra debuta en el foso del Teatro de La Zarzuela con esta obra emblemática al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del coliseo. Muy aplaudida, no solo en los saludos finales, sino a lo largo de la obra, como tras el vibrante pasodoble que sirve de preludio del segundo acto.
El libreto de Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño –adaptado por Emilio Sagi y que cuenta una historia/sainete de amores y desamores en el Madrid de 1934, un reflejo de la relación entre las distintas clases sociales de los barrios más castizos de la capital en esos años de la República– subió a escena con las músicas que imperaban en ese momento por el mundo, el fox trot de Estados Unidos o los aires de opereta centroeuropeos. Pero combinados con los chotis, pasodobles o habaneras. Ese cóctel –tan perfecto entonces como ahora– sigue regalándonos, reposición tras reposición, algunas de las mejores romanzas y escenas de la historia de la zarzuela. Y si ese cóctel perfecto está servido en una copa como la que nos brinda este montaje, pues no se puede pedir más.