El compositor húngaro Béla Bartók conquista el escenario del coliseo madrileño. Y lo hace con un programa triple que, lejos de ser la simple programación de tres obras separadas, de la mano de Christof Loy consigue funcionar como un todo: el ballet pantomima El mandarín maravilloso, el primer movimiento de Música para cuerdas, percusión y celesta y la ópera de cámara en un acto, con dos personajes y un breve prólogo, El castillo de Barbazul.
Gustavo Gimeno, nuevo director musical del Teatro Real desde esta temporada, regresa al foso de la que ya es ‘su’ orquesta tras el Eugenio Oneguin de la temporada pasada. Y lo hace de la mano del mismo regista, el alemán Chirstof Loy, muy conocido en este escenario en el que, entre otras obras, ha dirigido La voz humana, Rusalka, Lulu o Arabella. Si cuando comenzó en enero el año Gimeno fue uno de los grandes ovacionados en los saludos de la ópera de Chaikovski, ahora, con este ‘tríptico’ de Bartók volvió a salir a hombros por la puerta grande. Triunfo más que merecido el suyo y el de su maravillosa orquesta. Brillante la dirección de principio a fin en estas partituras tan expresionistas como sensuales, tan ‘acuáticas’ como perturbadoras.
Comienza el programa con ballet pantomima (así lo definió su autor) El mandarín maravilloso, que Loy coreografía en torno a una vieja cabina en la que los tres mendigos obligan a ‘la chica’ a conseguirles dinero; es decir, a prostituirse. Antes, el regista incluye el prólogo de la ópera que veremos en la segunda parte. Primer gran acierto para que esta propuesta funcione como un todo y no como tres piezas.

El ballet pantomima El mandarín maravilloso, de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
La brutal coreografía pone los pelos de punta con unos magníficos Gorka Culebras (El mandarín), Carla Pérez Mora (La chica), Nicky van Cleef (Primer vagabundo), David Vento (Segundo vagabundo), Joni Österlund (Tercer vagabundo), Mario Branco (Un libertino) y Nicolas Franciscus (El poeta). Lo hacen tras el prólogo del estupendo actor Nicolas Franciscus (otro gran acierto: sin micrófono, no con ese horrible sonido amplificado de otros montajes en sus partes habladas, que solo sirve para crear una cutre cuarta pared de pladur del malo).
‘El castillo de Barbazul’ y sus siete puertas
Tras este ballet, sin solución de continuidad, con una breve pausa de segundos imperceptibles, Gimeno entra en el primer movimiento de Música para cuerdas, percusión y celesta. Tras el final original del ballet pantomima, los bailarines, a modo de epílogo, dan una segunda vida a la obra. El resultado funciona. Y muy bien.
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'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
'El castillo de Barbazul', de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
Tras el descanso, la ópera en un acto –de cámara, intimista y terrible– basada en el cuento ¿infantil? de Charles Perrault. De nuevo, tras el prólogo –otro gran acierto recuperarlo como solución de continuidad–, desde el foso Gimeno sigue deslumbrando con esa inquietante obra en la que duque Barbazul se resiste a que su nueva esposa descubra el secreto que esconden las siete puertas cerradas con llave en su castillo.
Arriba, en el escenario, todo el peso recae en el bajo alemán Christoph Fischesser (El duque Barbazul) y la soprano, también alemana, Evelyn Herlitzius (Judith). Casi sin decorado (solo la misma cabina del ballet, pero hundida, y una especie de cabaña de madera a modo de castillo) y con muy poca luz, pero muy bien iluminados, tienen sobre sus hombros y sus gargantas dificilísima tarea de llevar a buen puerto la historia.

El castillo de Barbazul, de Béla Bartók, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
Lo consiguen. Y no es fácil en un ¿cuento? en el que la nueva esposa del Barbazul tiene que ir abriendo –con elipsis, como en el cine de autor, pues no hay decorado– las siete puertas sin atisbo de ver sangre, joyas o los bastos territorios con los que el duque quiere epatar a su nueva esposa antes de… (no hagamos spoiler). El libreto de Béla Balázs insiste todo el rato en que no entre la luz en el castillo, y el director Cristof Loy se lo toma al pie de la letra.
Este ‘triptico’ de Bartók llega en una nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Basilea. Es una propuesta muy bien pensada, muy inteligente, que consigue que estas tres obras funcionen con solución de continuidad, no como otras veces, que resultan simples collages que se quedan en el intento.
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El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
El ballet-pantomima 'El mandarín maravilloso', de Béla Bártok, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.


