Wagner es como el chocolate, la sal, el azúcar o, por qué no decirlo, el sexo: el cuerpo, de vez en cuando, te lo pide. Y al cuerpo hay que hacerle caso y darle lo que necesita. Pues estamos de suerte porque al Real acaba de llegar un Das Rheingold que tiene muchos ingredientes para quitar ese ‘monazo’ que ya teníamos de un Anillo del nibelungo. Tanto que están agotadas absolutamente todas las entradas de esta producción que reflexiona sobre lo ‘eco’ y el impacto del hombre sobre la naturaleza.
La Teatralogía wagneriana es, por otro lado, la prueba de fuego de cualquier teatro de ópera. Estrenada en su totalidad entre 1869 y 1876 (en Múnich El Oro del Rin –Das Rheingold– y en Bayreuth el final de la misma, El ocaso de los dioses), es fascinante que en 143 años nadie haya compuesto nada que despierte tanta pasión como esta obra magna que mueve masas y despierta sentimientos y comportamientos cuasirreligiosos. Y en todas partes del mundo. El pasado 17 de enero, la entrada del Real parecía la de la Ópera de Múnich, por el respeto y admiración mostrados ante el gran evento cultural madrileño de comienzos de 2019.
No era para menos. Hacía casi veinte años (2001) que no se veía una Tetralogía en el Teatro Real. Entonces fue una fallida producción propia (coproducida con la Sächische Staatsoper Dresden) con puesta en escena de Willy Decker que no ha vuelto a reponerse… Es uno de los signos de identidad de este teatro: produce obras que en la mayor parte de las ocasiones no pasan a ser ‘fondo de armario’, como en todos los grandes coliseos del mundo, sino que se olvidan. Son las cosas de la vida, son las cosas del querer, que decía la copla.
Cierto es que la verdadera prueba de fuego para un teatro es sacar con éxito una producción propia del gran testamento artístico de Wagner. Pero no es menos cierto es que no están las cosas para muchos dispendios. Esta producción que llega viene firmada en la escena por el que, sin duda, es uno de los mejores directores de las últimas décadas: Robert Carsen. Y en el foso tiene al Principal Director Invitado de la casa: el granadino Pablo Heras-Casado, uno de los músicos más buscados por los mejores teatros de medio mundo.
Para un director, poder enfrentarse a la obra de genio alemán es el sueño cumplido. A Heras-Casado le quedan tres años por delante para seguir disfrutando, y haciéndonos disfrutar: Walkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses. En la función de estreno, nada más salir al foso, fue recibido con una gran ovación. Se agradece que el público de un teatro quiera a sus artistas. En eso nos parecemos también a Múnich: en tener a los grandes, y en mostrarles cariño. Vamos avanzando.
Este Das Rheingold está lejos de ser redondo en lo que a su nivel vocal se refiere. Greer Grimsley fue incluso abucheado por su Wotan, que mostraba signos de agotamiento, sobre todo al final de las casi tres horas de música ininterrumpida. Pero en general fue un reparto sólido y coherente. Y en una obra así esto ya es mucho.
A nivel escénico, Carsen (que también tuvo su pequeña parte de –injusto– abucheo) trajo su vieja producción de la Ópera de Colonia que tiene ya unos cuantos años a sus espaldas. Huye de los mitos, dioses y simbología tradicional con nibelungos al uso, y lleva a la acción a un Rin podrido, casi sin agua y lleno de basura, donde se encuentra el codiciado oro que tanto va a dar que hablar en las entregas posteriores.
Una puesta en escena que, si bien escapa de lo convencional, narrativamente no tiene un pero y se entiende a la perfección, incluso por aquellos que se enfrentan por vez primera a un ‘anillo’. Este director canadiense es un hombre de teatro curtido en la escena británica (la mejor del mundo, posiblemente) y con horas de vuelo en sitios tan llenos de contenido como Glyndebourne. Sabe lo que hace, como ya ha demostrado con creces en el escenario del Real: su multipremiado Diálogo de Carmelitas, Katia Kabanova o su maravillosa Salomé de 2010, producida por este teatro, no alquilada como esta y que, por cierto… ¿nunca se va reponer? Cosas de la vida, cosas del querer. ¡Qué chulos somos en Madrid! Producimos obras espléndidas y no las reponemos.
Carsen propone un ‘anillo eco’, y lo hizo antes de que la ecología estuviera tan de moda como lo está hoy día. Un anillo para reflexionar sobre la sostenibilidad, para pensar y para disfrutar. Para eso lo compuso Wagner. Y por ello, en casi 150 años, no se ha creado una obra tan fascinante como esta. En Madrid ya teníamos mono de ella. Nos quedan tres años para seguir disfrutándola. Y encima con el añadido de que Carsen ya está ensayando su Idomeneo de Mozart, que se estrena en febrero, y esta sí que es producción del Real.