No es mal plan terminar una temporada tan redonda como la de 2018/19 con Verdi. Y menos si se hace con un Trovatore como este. Es la perfecta traca final para afrontar el verano antes de volver a levantar el telón del Real en septiembre. Y encima, la función del sábado 6 de julio, que se retransmite al aire libre en pantalla gigante en la Plaza de Oriente, está incluida dentro de la programación del Orgullo 2019.
El mundo de la ópera está lleno de tópicos. Quizás el resto de los mundos también lo estén, pero en la lírica muchas veces los tópicos no nos dejan ver el bosque. Uno de ellos es que este Verdi tiene un libreto imposible y que por ello es muy difícil de salvar una representación. Tópico fulminado en esta apuesta escénica de Francisco Negrín.
Il trovatore, como todos los verdis, lo que necesita es talento en la escena y un más que sólido y compacto reparto, sobre todo porque este ‘operón’ tiene todo lo que tiene que tener una ópera. Por ello, el coro es otra de las patas que necesita este banco para no caerse.
Tres repartos se alternan en las 14 funciones previstas. Y debía haber mono de un título así, porque queda muy poco papel por vender, y eso pese a que estrenar en Madrid en julio es ya casi predicar en el desierto. Ludovic Tézier, Artur Rucinski y Dimitri Platanias se alternan como el conde de Luna; Maria Agresta, Hibla Gerzmava y Lianna Haroutounian en el difícil papel de Leonora; Ekaterina Semenchuk, Marie-Nicole Lemieux y Marina Prudenskaya, como la zíngara Azucena; mientras que Francesco Meli y Piero Pretti son los dos tenores que dan vida y voz a Manrico, el trovador.
Ekaterina Semenchuk (Azucena), actores y Coro Titular del Teatro Real en un momento de la función. [Fotos: Javier del Real]
El Coro Titular del Teatro Real, dirigido por el maestro Máspero, es otro de los grandes protagonistas en esta ópera, en la que tiene tanta presencia, y vuelve a demostrar por qué está considerado como uno de los mejores coros de Europa. Mauricio Benini dirige a la Sinfónica de Madrid (Orquesta Titular del Teatro Real) con brío verdiano.
Con un libreto ambientado en las guerras catalanas del siglo XV, con brujas, muertes, hogueras, aristócratas, amores prohibidos, maldiciones y venenos, son muchos los directores de escena que cuando afrontan una obra así en fechas actuales terminan desvirtuando el libreto con la disculpa de que es ‘impresentable’ (en los dos sentidos del término). Pero resulta que entre el cartón piedra de otras épocas (entre las que hay legendarias producciones, todo sea dicho) y las modernidades típicas de teatro centroeuropeo que tanto daño han hecho al género en los finales del XX y los principios del XXI, existe la famosa gama de grises. Y es en ese campo en que se mueve Negrín.
Sitúa la acción en escenario a simple vista sencillo y vacío, pero técnicamente de una complejidad apabullante. Y con el fuego omnipresente desde antes de la obertura. Es en ese momento, antes de comenzar a tocar la orquesta, antes de que –en teoría– empiece la ópera, cuando nos damos cuenta de que lo que vamos a ver va a ser un gran espectáculo teatral.
La complejidad viene porque ese escenario, vacío e inclinado, es el único espacio para los cuatro actos y ocho cuadros en los que se divide la ópera, que se representa en dos partes. La escenografía y la iluminación de Louis Desiré hacen posible que se produzca la magia. Una magia que combina trucos teatrales con algunos cinematográficos, como desarrollar escenas paralelas mediante los recursos más típicos de la escena de toda la vida.
El fuego, como decimos, está presente durante toda la función. No puede ser de otra manera cuando una de las tracas de esta ópera es la endemoniada cabaletta conocida como Di quella pira (de esa pira, el horrible fuego…). Y que tiene un libreto en el que mueren en la hoguera desde una hechicera hasta un niño que, por otro lado, está presente continuamente en escena, una especie de flashback cinematográfico continuo.
La escena es de una belleza absoluta. En especial en la primera parte, con los dos primeros actos. Es cierto que en la segunda se resiente de cierta monotonía. Pero la música de Verdi puede con todo, y si está bien cantada, no hace falta más. Queda otro Verdi, Giovanna d’Arco, tres funciones en versión concierto con Plácido Domingo en su nueva tesitura de barítono. Esa será otra buena traca de final de julio.
Negrín demuestra que con talento se puede hacer un Trovatore en 2019 sin necesidad de que el conde de Luna se encuentre con Leonora en un bar de sadomasoquismo, o que Manrico, por su parte, la corteje en un burdel en el que ella hace horas extras para desenganchar a Azucena del MDMA…
Sí, entre el cartón piedra y el absurdo, existe la famosa gama de grises. Hay que saber encontrarla. Se desmonta esa teoría de que este tipo de óperas hay que hacerlas en versión concierto. Esta es la línea que, afortunadamente parece imponerse en los últimos años. Como esto siga así, los teatros alemanes y centroeuropeos tendrán que cerrar o resetearse. Es que el mundo de la ópera está lleno de tópicos. Y los tópicos, a veces, no nos dejan ver el bosque…