Llegó, pinchó, triunfó y se fue. A la reina drag RuPaul le bastaron unas pocas horas a bordo del crucero Open Sea para hacer historia y dejar una huella imborrable en quienes acudieron a su DJ set. Es lo que tienen las estrellas.
Tuve la inmensa suerte de ser su DJ telonero, lo que me dio la oportunidad de besarle cuando subió al escenario, hacerle una reverencia y hablar brevemente con él. Me preguntó si era mejor que pinchara música de BPMs subidos y le dije que realmente no era necesario que se preocupara por eso. Pusiese lo que pusiese, el público lo iba a agradecer y a disfrutar. Como sucedió.
Con un iPad como único instrumento y un sencillo programa para pinchar, RuPaul se preparó en unos segundos. Antes de comenzar, cogió el micrófono y se dirigió a los excitadísimos asistentes. Tenía claro que con su presencia y su sesión quería transmitir un mensaje, además de un sentimiento de plenitud. “Todos tenemos más cosas en común que otras que nos diferencian”, dijo. “La música y el baile nos unen, nos facilitan que compartamos una energía hermosa. Bailar es muy importante”. RuPaul, como los grandes DJs, buscaba que su set se convirtiera en un instrumento de unión. “Los beats son como los latidos del corazón”, afirmó.
También tuvo palabras críticas hacia su país. “Hay que lograr que los estadounidenses vuelvan a bailar, porque allí no pasa como en Europa. Es síntoma de un problema grave”. La sombra de Donald Trump merodeó de inmediato en la White Party del crucero en el que RuPaul era la mayor estrella. “Esta noche vamos a enviar nuestra energía a Estados Unidos, y a la Casa Blanca… Porque todos somos uno, aunque yo esté sobre el escenario y vosotros abajo”.
RuPaul ha apostado siempre por la diversidad y por la defensa de la diferencia, y así lo verbalizó. “En RuPaul’s Drag Race tenemos a reinas de lo más variadas: blancas, negras… y de todas las variantes que puedas imaginar entre medias. La sociedad nos apartó a la gente gay a un rincón, y nosotros creamos un lugar en el que brillar en el mundo del espectáculo a través del travestismo”. Hubo quien se quejó de que ‘mama Ru’ no viniera montada, pero lo cierto es que lo que proponía en esta ocasión es que fuese la música –bueno, y sus bailes– la que brillara. Pidió que todo el mundo gritase la palabra amor, y arrancó. “¡Vamos a bailar!”.
Fueron dos horas intensas, en las que RuPaul ejerció de selector, sin mezclar las canciones, poniendo una tras otra, enteras. Y su sesión se convirtió en una especie de autobiografía comprimida en que reflejó a la perfección sus gustos e influencias. Sonaron Madonna (Into The Groove), Mariah Carey (Make It Happen), Spice Girls (Say You’ll Be There), Prince (I Could Never Take The Place Of Your Man), ABBA (Voulez-Vous y Dancing Queen), Whitney Houston (How Will I Know), Jay Z (99 Problems), Missy Elliot (Lose Control), Kylie Minogue (I Was Gonna Cancel), Michael Jackson (Smooth Criminal), Britney Spears (Anticipating y I Wanna Go), Dead or Alive (You Spin Me Round), Patrick Hernandez (Born To Be Alive), Chase and Status (Count On Me), Irene Cara (Flashdance… What a Feeling), Lykke Li (I Follow Rivers), Ginuwine (Pony), Montell Jordan (This Is How We Do It)…
Se había hablado mucho de su inaccesibilidad –llegó, discretísimo, y en chándal, apenas tres horas antes de pinchar, no daría la opción de entrevistarle o hacerse fotos con él–, pero durante el rato en que estuvo en el escenario ejerció de todo menos de diva. Saludando al público, firmando algún autógrafo y bailando de un lado a otro. Quienes temían que no iba a pinchar nada de su repertorio respiraron cuando puso Sissy That Walk y convirtió el escenario por unos minutos en su pasarela particular.
Tras anunciar que el clásico Gonna Make You Sweat de C+C Music Factory sería su última canción, puso un espiritual y sobre él lanzó un último mensaje. “Dad amor a alguien esta noche”. Él ya se llevaba su generosa ración, en una noche sin duda para el recuerdo, la más especial de la primera edición del crucero Open Sea.