¿Quién no ha tenido esta experiencia? ¿Quién, desgraciadamente, no ha seguido sintiendo el amor de un ser querido más allá de las fronteras de la muerte? Only the Sound Remains es precisamente eso: un canto al amor puro que sobrevive al más allá en el escenario del Teatro Real.
Basándose en Tsunemasa y Hagaromo, dos obras clave del teatro noh japonés, la compositora finlandesa Kaija Saariaho escribe una obra delicada, fascinante, que Peter Sellars pone en escena con un montaje extremadamente complejo, pese a su aparente sencillez. Cada movimiento, cada luz, cada gesto, están cuidadosamente estudiados. Y se nota.
Un contratenor, Philippe Jaroussky; un barítono, Davone Tines; y una bailarina, Nora Kimball-Mentzos. Tan solo tres personas en el inmenso escenario del Real. Y lo llenan, tarea nada fácil. Pocas cosas son más complicadas que llenar (bien) un escenario.
Vamos por partes. A nivel musical estamos ante una ópera inclasificable, pero nada complicada de escuchar. Incluso para aquellos que, a priori, puedan ser reacios a la creación contemporánea. El propio Jaroussky nos contaba que Saariaho tiene un lenguaje propio, pero que llega al corazón: “Quien escuche a Kaija va a tener emociones. Es imposible no tener emociones fuertes escuchando esta música, que no quiere demostrar nada. Está al servicio del sentimiento. Hay ahora toda una generación de compositores que aprovechan toda esa experimentación previa, pero vuelven a un campo en el que el público pueda entender. Por ello esta ópera me parece súper interesante. Una forma de música moderna, que es nueva, pero que tiene la capacidad de ser directa y de llegar al corazón del público. Necesitamos algo más. Conozco su trabajo y su forma de trabajar. Es como un cuadro de Van Gogh: de lejos es una maravilla, y de cerca también. Incluso más. Cuando más canto esta función, más me gusta. Porque descubro detalles”, nos decía la semana pasada, unos días antes del estreno en España de esta obra.
Barítono y contratenor llevan en escena el peso canoro. Pero en el foso, un fascinante cuarteto vocal [Theatre of Voices], maravilloso, complementa lo que se ve (y escucha) en el escenario. Una exquisita amplificación del sonido consigue en las voces, en conjunto o en solitario, matices que llegan al alma. Personalmente, soy completamente contrario a la amplificación de la voces en un teatro de ópera. Pero en ocasiones como estas, uno no puede más que dar las gracias a los ingenieros de sonido.
Jaroussky es una estrella mundial. Su carrera como contratenor es de sobra conocida. Y sus éxitos, más. Se embarca en este proyecto, que él mismo estrenó en la ópera de Ámsterdam en 2016 a nivel mundial y que ahora llega al Real, teatro que coproduce la obra con la Ópera de Helsinki, la de París y la de Toronto. Se agradece este compromiso en una ópera contemporánea, terreno que no es comercial ni nada fácil, en lugar de anclarse de por vida en una zona de confort. Y se agradece el compromiso LGTBI del coliseo, que cada temporada programa varias obras que rompen o han roto estereotipos rancios en la forma de entender el amor, y que hasta se ha sumado al Orgullo de Madrid, algo impensable hace años.
El barítono Devor Tines debuta en el Real. Solo podemos pedirle que vuelva pronto: impresionante. Del cuarteto, volver a recalcar que pese a estar en el foso (vestidos ad hoc con el montaje para no copar protagonismo), se convierte en el tercer protagonista vocal de la función. Maravillosos. La bailarina Nora Kimball-Mentzos solo aparece en el segundo acto, sublime, delicada, etérea. Traspasa la frontera entre la vida y la muerte con gestos delicados que rompen la frontera entre el escenario y el patio de butacas. No se puede pedir más. La orquesta, Meta 4 Quartet, un cuarteto de cámara, dirigida por Ivor Bolton, titular de la casa, inunda la sala de unos sonidos, desconocidos, que con su riqueza, como nos dijo Jaroussky, llegan al corazón.
A nivel escénico, Peter Sellars consigue seducir, y fascinar, con su lenguaje extremadamente simple y complejo. ¿Cómo con dos telones pintados, una caja negra y luces se puede conseguir tanto? ¿Cómo se puede llenar en inmenso escenario del Real con tres personas? ¿Cómo se puede conseguir tanto y tan maravilloso con tan poco? Ahí radica la complejidad de lo simple. Ahí está la diferencia entre un director de escena y un mamarracho. Por poner un fallo, esta magia solo se rompe, por unos segundos, cuando en el maravilloso final dos tramoyistas salen, de negro y a oscuras, de forma discreta pero precipitada, a retirar esa caja negra antes de los saludos. Se pierde, innecesariamente, la magia de esa experiencia como litúrgica, cuasi religiosa, que estaba en escena.
Cuando se acaba la función, solo el sonido permanece, Only the sound remains. Pero un sonido que hace pensar y que permite disfrutar de la belleza de la escena. Kaija Saariaho logró seducir al público de estreno. Tarea nada fácil. Ojalá se cumplan esas palabras de Jaroussky y la ópera contemporánea abra esa puerta, tantos años cerrada, demasiados, que permita la restaurar la tan necesaria comunión compositor/espectador. Es el futuro de la ópera. Aunque, como se canta en ella, «dudar es de mortales».