Crítica: Con 'El Jovencito Frankenstein' llega el Broadway más puro (y maravilloso)

Este show viene a completar la oferta que hay en Madrid, ciudad que se ha convertido en un paraíso para los amantes del género.

Crítica: Con 'El Jovencito Frankenstein' llega el Broadway más puro (y maravilloso)
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

15 noviembre, 2018
Se lee en 4 minutos

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Una comedia musical. Eso es lo que es El Jovencito Frankenstein. Un puro musical del Broadway más clásico. Este show viene a completar la oferta que hay en Madrid, ciudad que se ha convertido en un paraíso para los amantes del género.

Algo que resulta curioso es que, pese a los años en los que en Madrid llevamos viendo los grandes shows de Broadway o Londres, siga habiendo tanta incultura periodística en el tema. Hablamos de un género teatral con mayúsculas, con un lenguaje propio, y con tantas ramificaciones como pueda tener el cine, la literatura o la pintura. Si a nadie se le ocurre decir me gustó más Casablanca que Lo que el viento se llevó, ¿por qué se comparan musicales entre sí, cuando sería como comparar con un restaurante italiano con un japo? En un italiano puede haber unos espaguetis buenos o malos, pero no se puede decir «me gustó más la paella del otro día». Pues en esto pasa igual. Cada espectáculo debe ser analizado en sí mismo, pero no comparando con el que está en el teatro de enfrente, pues igual uno es una comedia musical y el otro, un drama tipo Los Miserables. En fin, cosas que pasan en la prensa de este país, que sigue siendo diferente…

El Jovencito Frankenstein es Broadway puro. Y con el sello de Susan Stroman, que fue (y de alguna manera sigue siendo) la niña mimada de las marquesinas de la Gran Manzana durante décadas. Sus espectáculos con Liza Minelli en el Radio City Music Hall, su homenaje al universo Gershwin con la maravillosa Crazy for you o su estupenda revisión de clásicos como The Music Man (todos ellos en los teatros de los alrededores de Times Square), le dieron el pasaporte para ello. Pero fue, sin duda, el jitazo que supuso en el año 2001 Los productores (con Matthew Broderick y Nathan Lane) lo que la catapultó al estrellato. Y ese maridaje de la tradición musical con el universo Mel Brooks fue tan perfecto que lo repitieron en este espectáculo, que se estrenó en 2007 y que llega ahora, a lo grande, a la Gran Vía.

La mejor definición de Broadway que se ha dado ha sido, quizás, en Spamelot, de los Monty Python otro show que volvió los básicos: «Broadway es un sitio en el que la gente se sube a un escenario y… ¡canta y baila!». Quizás es reduccionista, pues también es la tierra de Arthur Miller y del gran teatro americano del siglo XX. Pero sí que es muy clasificadora, además de muy divertida.

Y en este espectáculo se canta y se baila continuamente. Y muy bien. Como decimos, es una comedia musical en toda regla, una obra pensada de principio a fin para que la gente se lo pase bien. Y lo consigue.

Basándose en su película, Mel Brooks concibe una partitura muy divertida, chisposa (muy de lentejuelas y plumas, aunque en este caso no haga falta sacarlas) en la que, por no faltar, no falta ni el típico número de claqué con escaleras con luces al ritmo del Puttin’on the Ritz, de Irvin Berlin que inmortalizara Fred Astaire.

Resulta curiosa analizar este asunto. Durante gran parte de la mitad del siglo XX fue Hollywood quien se nutrió de los grandes musicales de teatro. En los finales del siglo y con el cambio de milenio fue al revés: los escenarios empezaron a mirar a películas míticas de los setenta, ochenta o noventa para adaptar sus historias a las marquesinas luminosas. La sequía creativa de Broadway de los últimos años ha invertido la situación porque… ¡el espectáculo debe continuar! Show must go on y hay que buscar buenas historias, donde sea, para ello. Los productores o El jovencito Frankenstein son dos claros ejemplos de ello. Y dos bombazos.

Aparte de todo esto ya comentado, está el elenco de Madrid. Espectacular. Víctor Ullate Roche está magnífico como Frederik Frankenstein (pronúnciese Frankonstín); Jordi Vidal no puede ser mejor Igor (pronúnciese Aigor); Cristina Llorente, como Inga, Teresa Vallicrosa como Frau Blücher y Albert Gràcia como El Monstruo, pues lo bordan. Y luego está Marta Ribera, como Elizabeth Benning, novia de Frankenstein. Marta ha cantado y bailado posiblemente en todos los escenarios de Madrid. Ella sí que es Broadway en estado puro.

¡Bravo a todos! No se entiende que sus nombres no estén en las marquesinas, ese es, quizás, el único fallo de este show. Los luminosos de las marquesinas son para las estrellas.

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