¿Activa o pasiva?

Es fin de semana y perfecto para una escapada. El Museo Picasso de Málaga o el Guggenheim de Bilbao son dos maravillosos planazos con dos interesantísimas muestras que muestran la evolución de de la mujer. Dos exposiciones que vienen a definir involuntariamente los cambios del rol de la mujer en el arte en el siglo XX. […]

¿Activa o pasiva?

Guillermo Espinosa

A mí lo que me tira es el underground.

6 abril, 2019
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Es fin de semana y perfecto para una escapada. El Museo Picasso de Málaga o el Guggenheim de Bilbao son dos maravillosos planazos con dos interesantísimas muestras que muestran la evolución de de la mujer.

Dos exposiciones que vienen a definir involuntariamente los cambios del rol de la mujer en el arte en el siglo XX. De esposa, modelo y secretaria para todo al servicio del genio masculino, a creadora pionera, independiente y elemento único e insustituible para el desarrollo del arte conceptual: así son las vidas y carreras de Olga Khokhlova Picasso y Jenny Holzer.

 

Olga Picasso (Museo Picasso de Málaga)

Olga Picasso (Museo Picasso de Málaga)

El contenido de un baúl de viaje, la única posesión que Olga Khokhlova, primera y única mujer legal de Picasso, se llevó consigo cuando se separó del pintor malagueño en 1937, es el origen y el punto central basculante de esta exposición eminentemente documental (más de 300 objetos, cartas, fotografías y hasta películas domésticas inéditas…, amén de un buen puñado de obras de arte) que dedica el centro en colaboración con el museo homónimo parisino y la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso, sus nietos.

Sorteando como pueden el hoy tan criticado (y criticable) concepto patriarcal de ‘musa’ inspiradora, reduccionista como pocos del papel de la mujer, pero no obviando el de ‘genio’ (que es más de lo mismo, en sentido absolutamente contrario), este repaso respetuoso a la personalidad de la bailarina, que Picasso conociera en París cuando ya era un pintor famoso y bohemio, mientras preparaba los decorados y figurines para una representación de los Ballets Rusos de Diáguilev, la compañía de Olga, trata de realizar lo imposible: conciliar lo que en vida fue irreconciliable.

Picasso se casó en 1917 con Olga –no dudamos que enamorado, como ella–. Aprovechó sus orígenes aristocráticos y su desgracia familiar durante la Revolución Rusa (evidentemente, la familia de ella no era bolchevique) para medrar como nunca antes en los ambientes de la alta sociedad parisina, abandonando para siempre las penurias de la bohemia. Olga transformó radicalmente la pintura del maestro: acabó con el experimento vanguardista, que ni terminaba de comprender ni le gustaba particularmente –la vanguardia era también una herramienta promocional soviética–, y condujo a Picasso a su “periodo neoclásico” (1917-1927), donde recuperó una figuración más tradicional, muy influida por Ingres, más acorde con los gustos de la clase alta, y en la que ella fue protagonista absoluta.

Picasso la pintó en multitud de ocasiones, como a su hijo en común, Paulo, generalmente pensativa o escribiendo, con la agonía del drama de la guerra civil rusa como fondo implícito: Olga escribe cartas pidiendo noticias.

La vuelta a la vanguardia (surrealista, cubista y luego más expresionista) de Picasso también se explica con ella: al irse deteriorando la relación, que culminaría con el embarazo de su joven amante Marie-Thérèse Walter, volvió a retomar el arte que Olga le censuraba, y llegó a pintarla de una forma incluso cruel, deformada anímicamente por la violencia de sus celos. La pareja se separaría en 1935, pero nunca se divorciaría: Picasso, acreditado egoísta en términos financieros, jamás quiso dividir su ingente patrimonio. De hecho, no se volvería a casar nunca, ni después de la muerte en Cannes, en 1955, de una Olga que siempre contempló la posibilidad de una reconciliación que nunca se dio.

Olga Picasso se puede visitar hasta el 2 de junio en el Museo Picasso Málaga (San Agustín, 8).

Más información en www.museopicassomalaga.org 

Jenny Holzer (Museo Guggenheim Bilbao)

Jenny Holzer (Museo Guggenheim Bilbao)

Mundialmente conocida como la artista “de los textos”, Jenny Holzer (Nueva York, 1950) se formó como pintora abstracta. Una práctica que, curiosamente, ha ido recuperando con los años, como ya demostró en la reciente edición de ARCO, con uno de los mejores stands de la feria.

Sin embargo, su importancia capital dentro del arte neoconceptual, y también dentro de la primera oleada de artistas feministas de los ochenta, junto a Cindy Shermann, Barbara Kruger o Louise Lawler, deviene de la práctica que comenzó con Truisms (1977-79): pegando pósters y pegatinas de forma anónima por edificios y muros de Manhattan, con reflexiones propias y extractos de textos poéticos, filosóficos y políticos.

Esta manera abiertamente estratégica de forzar pensamiento o reflexión sobre temas cruciales, desde los puramente intelectuales a los vinculados con acontecimientos coyunturales del momento, que posteriormente imprimiría en camisetas, pero también sobre placas de metal o grabadas en bancos de granito, y que ubicaría con conciencia en zonas públicas ad hoc, continuaría con series como Living (1981) o sus Inflammatory Essays (1979-1982).

Podríamos decir que tuvo su colofón pop el año pasado, cuando la cantante Lorde se presentó en la gala de los Grammy con una pegatina de sus Essays en la espalda. Mucho más reconocibles, y espectaculares son los producidos ya a finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando Holzer utiliza pantallas y barras LED y comienza a crear diversas instalaciones de textos que se desplazan, o caen en cascada, que la llevan a la Bienale de Venecia (1989; la segunda mujer estadounidense en representar al país) y a instituciones de todo el mundo, desde el Rockefeller Center hasta el Aeropuerto de Amsterdam.

El Guggenheim Bilbao la acogió en 1997, y a él vuelve ahora con una amplia retrospectiva donde vemos no solo buena parte de estos trabajos, incluidas recientes pinturas abstractas y dibujos de juventud, y también proyectos sobre la información redactada por su gobierno sobre el 11-S (desde 1996, Holzer trabaja siempre sobre textos ajenos), y nuevas instalaciones robotizadas que esta vez lanzan reflexiones que iluminan restos óseos humanos.

Comisariada con su participación activa, la artista también ha querido homenajear a sus referentes: la muestra incluye piezas contextuales de artistas capitales en su evolución, de Rosa Bonheur, Paul Klee o Louise Bourgeois a Nancy Spero o Kiki Smith. {

Jenny Holzer. Lo indescriptible se podrá contemplar hasta el 9 de septiembre en el Museo Guggenheim Bilbao (Abandoibarra Etorbidea, 2).
Más información en www.guggenheim-bilbao.eus 

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