Hay muchos motivos para quererte y todos tienen justificación periodística. Pero en este artículo me voy a saltar todas las líneas de delimitan el buen hacer de esta profesión, y voy a exponer simplemente argumentos personales. ¿Alaska, de qué me culpas? En todo caso culpa al Isla Bonita Love Festival de mi isla de La Palma. Este evento tiene la culpa de esta carta.
Los hechos están ahí, y no hay argumentos para rebatirlos. Desde que fuiste el primer personaje conocido en subirte a una carroza del Orgullo cuando nadie quería hacerlo, la de Shangay, la primera en la historia del Orgullo de Madrid; tus películas con Almodóvar, que hoy nadie se atrevería a rodar, o tu lucha por la visibilidad de la comunidad trans cuando pisas tus tacones en lugares en los que en 2019 los transexuales estarían vetados si no fuesen con el ‘pasaporte diplomático’ que implica ir del brazo contigo. O tu coherencia que ahora muchos la cuestionan con el altavoz analfabeto que proporcionan los púlpitos de los ‘jastajjj’. Pero el motivo de este artículo no son esos argumentos que todos conocen. Es mucho más personal. Mucho menos periodístico.
Nos conocimos a principios de los 90 en la cola de las palomitas del Cine Ideal durante el Festival de Cine Fantástico de Madrid (el extinto IMAGFIC). Andrés Martín te había llamado para ser jurado y nos presentó. Yo había currado el año anterior en el festival y ese estaba como acomodador en el cine. Compraste palomitas y coca cola (light, por supuesto) que nos terminó regalando Olga, que trabajaba allí. Todo muy Alaska. Hasta hoy.
No somos íntimas, ni amigas de vernos con frecuencia o quedar para chutarnos series cenando de Telepizza. Pero nunca me has fallado. Cuando digo nunca es nunca. Espero que yo a ti tampoco. Ahora, estos días juntas en La Palma, antes de tu concierto, en el Hotel Hacienda de Abajo, en especial una noche ante una taza de leche fría antes de una prueba de sonido, han hecho que todos estos recuerdos salgan a la luz.
Me diste la que fue tu primera entrevista para Shangay cuando esta revista no era conocida. En esta vida #DeHermesaDuralex que uno lleva, yo era redactor entonces en el ¡Qué me dices!, que había salido pocos meses antes a los kioscos. Había quedado contigo en el camerino del Morocco para un reportaje del ‘queme’, que era (y sigue siendo) tu rollo de revista: divertida, del corazón y bastante trash. Y me dijiste, “¡Claro que conozco la Shangay’. Sin problema, pregunta lo que quieras, dispara”. Y te hice un test que repetiste por nuestro 50 aniversario. En esa ‘reentrevista’ respondiste prácticamente las mismas cosas. Es lo que tiene la coherencia ahora que muchos, desde los púlpitos de los ‘jastajjj’, se erigen en el Papa de Roma para dar y quitar carnés de maricones.
Pocos meses después, también en ‘el queme’, te reventé el reportaje que tenía Rolling Stone para su lanzamiento en España: tu boda en Las Vegas con Mario. No sé si recuerdas cómo me lo presentaste en el estreno de Sleepy Hollow, n el entonces cine Coliseum: yo escapaba y tú dijiste “Nacho, Nacho…, ven aquí: Mario Vaquerizo, este es Nacho Fresno”. Yo estaba acojonado. Pero fue un encuentro sin rencor, solo de risas. Y eso que te había reventado el temazo y todas las revistas del corazón buscaban ‘la foto’ de Mario, al que nadie ponía cara. La agencias llevaron al Diez Minutos una foto tuya conmigo con el texto “este es el marido de Alaska”. Afortunadamente, Vicente Sánchez –hoy director del ‘Diezmi’– dijo “¡Qué coño va a ser el marido de Alaska! Es el capullo de Nacho jodiendo la foto y el tema”. Desde ese momento, también quiero a Mario. Y con él me pasa como contigo, no somos amigas íntimas, no merendamos juntas, no vamos al Hotel Emperador a tomar un aperitivo. Pero tampoco me ha fallado nunca. Jamás. Espero que yo a él tampoco.
En esta vida mía #DeHermesaDuralex siempre habéis estado ahí. Siempre. Cuando no tenía presupuesto y os pedí un artículo para el 75 aniversario de Semana, lo hicisteis. Nadie como vosotros para sacar todo el jugo a los personajes leyenda del mundo del corazón. Cuando os llamé meses más tarde para la fiesta que hicimos en Chicote, Mario me dijo, textualmente: “Tenemos otra cosa, pero cómo no vamos a pasarnos para felicitar a la revista y dar besos”. Menudo besazo nos dimos Mario y servidora. Hay testimonio gráfico de mi querido Rafa López, uno de los mejores fotógrafos de la prensa del corazón de este país.
Llegó el WorldPride, y Alaska tenía que estar. Y, además, estar en Shangay. Nos diste la entrevista de portada. Ahora que muchos, desde los púlpitos del ‘jastajjjj’ quitan y dan carnés de maricona, quiero dejar claro que el tuyo está en tu ADN desde antes de que nacieran las #almohadillas de los móviles.
Este mes de julio recuerdo todo esto ante un vaso de leche fría en taza de la Cartuja de Sevilla. Igual lo que nos une, y no lo sabemos, es la pasión por la teteras y las vajillas, las mesas, las mariconadas, si es que se puede decir algo así. Pasada la medianoche, en esa mesa del Hacienda de Abajo, en la isla de La Palma que es mi casa –en tono Isabel Pantoja–, recordé que esta entrevista del Shangay se la dicté a Alfonso Llopart por teléfono, a escondidas de mi madre, para que no me escuchara que escribía para un revista de maricones. Lo hice desde el jardín de Tajuya –muy cerca de donde tú tomabas esa leche fría y yo un gintonic– con un teléfono góndola inalámbrico que ahora estaría en un museo. En ese momento fue cuando, de forma espontánea, no puede evitar levantarme darte un beso y decirte lo que ahora te repito: “Gracias por ser tan ‘normal’ y tan buena amiga en este mundo absurdo en el que a veces nos movemos”. Al día siguiente, el sábado 20, en el supermegaconcierto, Fangoria lo dio todo. Como siempre. Alaska iba como Dorothy, con unos maravillosos chapines, no de rubíes, pero sí colorados. Pero eso no es noticia, es lo normal.
Escaparé como Dorita rumbo a Oz, y me quedo con el desayuno del domingo en la maravillosa terraza del Hacienda. Pero eso no lo comparto y me lo guardo para cuando seamos ‘mayoras’ y contemos batallitas de la mili. Cuando lleguemos al país de Oz, que desgraciadamente nos queda mucho para poder verlo. Esa tierra en la que termina el arcoíris y cada una puede ser libre para opinar, para ser como quiera ser. Mientras tanto, en La Palma, sí que puedo decir, como Dorita, “There’s no place like home”. Estar en casa contigo mola mucho más. Te conocí comprando palomitas. En La Palma, a las palomitas las llamamos ‘cotufas’. Este (por ahora) último encuentro lo contaremos comiendo cotufas. Gracias, amiga.